Por Juan Carlos Morales | [email protected]
(Publicado originalmente el diario El Telégrafo, Quito, el 25 de mayo de 2013)
La biblioteca es un laberinto. En el inmenso espacio cuelgan los nombres antiguos: Sócrates, Platón, Cervantes o Shakespeare. Dicen que existían 900 mil títulos y que el bibliotecario estaba fatalmente ciego: “Nadie rebaje a lágrima o reproche / esta declaración de la maestría / de Dios, que con magnífica ironía / me dio a la vez los libros y la noche”.
Los libros no están, pero está su presencia. Antes, otros bibliotecarios quedaron ciegos, Groussac fue el penúltimo. Miro absorto, como si estuviera en las entrañas de un dragón o de un leviatán hermoso. Recorro en silencio esta entidad y llega una catarsis, lejos del ruido del neón de Buenos Aires, en la calle México.
Borges entendía que el Paraíso debía tener la forma de una biblioteca y en un texto que se refiere a Babel salva la biblioteca y mata al hombre (Umberto Eco -siguiendo esa trama- salva al hombre e incendia a la biblioteca en El nombre de la rosa, donde curiosamente Jorge de Burgos tiene algo de Borges).
El maestro ciego es un nuevo Homero, con una intrincada literatura que está construida de artificios y de seis metáforas que rigen al mundo desde lo antiguo, pero que el poeta habla desde nuestro tiempo. En su obra hay cuentos, ensayos y poemas memorables. “He cometido el peor pecado que un hombre puede cometer… no he sido feliz”, “El nombre de una mujer me delata, me duele una mujer en todo el cuerpo”; “Que yo recuerde, mis trabajos empezaron en un jardín de Tebas Hecatómpylos, cuando Diocleciano era emperador”, como se lee en El inmortal.
Sin duda un cuento memorable es Tlön, Uqbar, Orbis Tertius: “Otra escuela declara que ha transcurrido ya todo el tiempo y que nuestra vida es apenas el recuerdo o reflejo crepuscular, y sin duda falseado y mutilado, de un proceso irrecuperable. Otra, que la historia del universo -y en ella nuestras vidas y el más tenue detalle de nuestras vidas- es la escritura que produce un dios subalterno para entenderse con el demonio”.
Pero la biblioteca que trae los pasos, como la lluvia, es una certeza. Me acerco cauteloso tocando insistentemente los anaqueles vacíos, como cuencas de ojos visionarios. Hay lágrimas. Maestro, estoy aquí, la palabra Borges no es un artificio, pronuncio y esto lo entenderán mejor quienes han seguido sus inagotables páginas. En Fragmentos de un evangelio apócrifo Borges dice: “No odies a tu enemigo, porque si lo haces, eres de algún modo su esclavo. Tu odio nunca será mejor que tu paz”. En un tanka escribe: “Alto en la cumbre / todo el jardín es luna, / luna de oro. / Más precioso es el roce / de tu boca en la sombra”.
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