Revista Cultura y Ocio

Borges

Publicado el 06 noviembre 2020 por Rubencastillo
Borges

Tildar esta obra de “mastodóntica” podría antojarse un denuesto, pero sin duda resultaría exacto hacerlo desde el punto de vista editorial, habida cuenta de sus dimensiones (más de 1600 páginas, con 38 apretadas líneas cada una). Un atril de madera recia he necesitado para sujetarla y poder leerla, lentamente, durante semanas. ¿Y qué encontramos en este volumen? No, desde luego, una biografía, ni un estudio biográfico o estilístico, sino el diario meticuloso, lleno de fervor, que el narrador argentino Adolfo Bioy Casares fue componiendo, desde 1947 hasta 1987, para registrar en él todas las conversaciones que mantuvo con su amigo del alma Jorge Luis Borges. En ellas se abordaban todo tipo de temas: literarios, políticos, musicales, sociológicos... Y la densidad del tomo es tan sobrecogedora, tan impactante y rica, que resulta imposible pretender elaborar un resumen del mismo.

Descubrimos a un Borges muchas veces condicionado por las opiniones de su madre; a un Borges que imparte clases en la universidad y es interrumpido por algaradas de estudiantes; a un Borges que va quedándose paulatinamente ciego; a un Borges que mantiene polémicas guadiánicas con Ernesto Sabato; a un Borges que ejerce como jurado en diversos concursos; a un Borges enamorado, que vacila sobre si debe casarse o no; a un Borges que opina sobre los gobiernos militares; a un Borges que se pronuncia sobre los tangos de Carlos Gardel o sobre las sagas escandinavas; y, valga la broma, a un Borges que se pasa la vida comiendo en casa de Bioy (son centenares las ocasiones en que este último inicia una entrada con las palabras “Come en casa Borges”).

Pero lo que más ha llamado mi atención son las opiniones, siempre tajantes y a menudo hirientes, que Jorge Luis Borges expresaba sobre escritores y obras. Sin voluntad de ser exhaustivo, recordaré lo que dijo sobre Valéry (“Es un hombre muy inteligente sin ningún don para la literatura”, p.307), Ernst Jünger (“Es un autor pésimo”, p.350), Scott Fitzgerald (“Un escritor sin importancia”, p.664), Federico García Lorca (“Como persona, Lorca me pareció muy desagradable”, p.752), William Faulkner (“Engorroso”, p.1040), Rabelais (“Para mí no existe”, p.1085) o Ezra Pound (“Es un poeta menor”, p.1200). Y tampoco son suaves las opiniones que le merecieron algunos libros célebres, como Marinero en tierra (“Una porquería”, p.556), El cementerio marino(“Oscuro por torpeza”, p.585), El lobo estepario (“Está escrito de cualquier manera”, p.805) o el Ulysses (“Carece de todas las virtudes que requiere una novela”, p.908). Hay que reconocerle, eso sí, que algunas de las fórmulas que Borges maneja para vituperar a escritores que le desagradan no dejan de resultar ingeniosas. Así, los venablos que dedica a Ernesto Sabato (“Ha escrito poco, pero ese poco es tan vulgar que nos abruma como una obra copiosa”, p.187), Guillermo de Torre (“Es un idiota, pero no hay que dejarse engañar por ello: también es una mala persona”, p.326) o Eduardo Mallea (“Tiene una notable capacidad para elegir buenos títulos. Es una lástima que se obstine en añadirles libros”, p.1302).

Pero en 1600 páginas hay, obviamente, mucho más que opiniones literarias. Por eso, Bioy se preocupa de anotarnos algunas reflexiones de Borges sobre religión (“Es una relación muy extraña, la del hombre y Dios. ¿Qué puede importarle que lo queramos? Es como si nos importara que nos quieran las hormigas o las uñas”, p.322), el psicoanálisis (“Yo creo que el secreto del psicoanálisis está en la vanidad de la gente; te das cuenta, poder hablar todo lo que uno quiere, de uno mismo, y que lo escuchen con interés”, p.502) o la senectud (“La vejez consiste en que nuestras costumbres, nuestros tics, nuestras manías, se apoderen de nosotros”, p.713).

Como cierre, resultaría injusto no recordar la reacción de Bioy cuando recibió la noticia de la muerte de su amigo, acaecida en Suiza. Aturdido y triste, se fue a pasear por Callao y Quintana, sintiendo (nos dice) “que eran mis primeros pasos en un mundo sin Borges” (p.1592).

Una obra descomunal, irregular y brillante, que mejora nuestro conocimiento de uno de los mejores escritores del siglo XX.


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