¿Qué verso puede equivaler a toda la Eneida? ¿Qué día de nuestra existencia puede valer por una vida entera? La intensidad de un verso, el del descenso de Eneas y la Sibila a los infiernos, hace de la hipálage, de la transmutación de la oscuridad a las formas humanas, la llave que nos lleva a los abismos. La costa de Bayas, tan cercana a las puertas del Averno, ilustra hoy nuestro recorrido literario. POR FRANCISCO GARCÍA JURADO HLGE
Uno de los autores preferidos de Borges, Edward Gibbon, habla en su Autobiografía acerca del ensayo que escribió sobre el libro VI de la Eneida, en particular la bajada al infierno de la Sibila y Eneas. El gran verso del pasaje es, indiscutiblemente, ibant obscuri sola sub nocte per umbram (Aen. 6, 268):
“Mi siguiente trabajo fue un arranque accidental de amor y resentimiento: de mi reverencia por el genio modesto y de mi aversión por la pedantería insolente. El libro sexto de la Eneida es la composición más grata y perfecta de la poesía latina. El descendimiento de Eneas y la Sibila a las regiones infernales, al mundo de los espíritus, expande una perspectiva pavorosa y sin límites, desde la lobreguez nocturna del antro Cumeano,
Ibant obscuri sola sub nocte per umbram.”
(Edward Gibbon, Autobiografía. Trad. de Antonio Dorta, Buenos Aires, 1949, p. 120)
Resulta muy interesante comprobar cómo Gibbon, lector de Virgilio, se convierte también en lectura para Borges, también lector de Virgilio, configurando así un interesante efecto parecido al de las coloridas muñecas rusas que van guardándose unas dentro de las otras. Ambos autores modernos coinciden, a su vez, en un verso virgiliano para el que la retórica prescribe una alteración en la atribución lógica de los adjetivos, ya que “oscuro” debería corresponderse con la noche, mientras que “solitario” pertenece, más bien, a la Sibila y Eneas. Es la figura de la hipálage, cuyo comentario desarrolla Borges ampliamente en varios pasajes de su obra. Para empezar, nos ofrece respecto a este verso sutiles modalidades de traducción. Comenzamos con la que se encuentra en el ya citado prólogo a la Eneida: “No nos cuenta que Eneas y la Sibila erraban solitarios bajo la oscura noche entre sombras”. Debe observarse que el verbo “ibant” es traducido por “erraban” y que el sintagma “per umbram” aparece muy correctamente interpretado como “entre sombras”, y no “a través de las sombras”, como se empeñan en escribir algunos traductores. En todo caso, la variación mayor está en el uso del plural “sombras” en lugar del singular que aparece en el original latino. No es un hecho fortuito. En otro lugar, encontramos la traducción en singular:
“Tenemos otro ejemplo famoso de hipálage, aquel insuperado verso de Virgilio ibant obscuri sola sub nocte per umbram, «iban oscuros bajo la solitaria noche por la sombra». Dejemos el per umbram que redondea el verso y tomemos «iban oscuros [Eneas y la Sibila] bajo la solitaria noche» («solitaria» tiene más fuerza en latín porque viene antes de sub). Podríamos pensar que se ha cambiado el lugar de las palabras, porque lo natural hubiera sido decir «iban solitarios bajo la oscura noche». Sin embargo, tratemos de recrear esa imagen, pensemos en Eneas y en la Sibila y veremos que está tan cerca de nuestra imagen decir «iban oscuros bajo la solitaria noche» como decir «iban solitarios bajo la oscura noche».
El lenguaje es una creación estética.”
(J.L. Borges, “La poesía”, en Siete noches [Obras completas III, Barcelona, 1989, p. 256])
Cabe preguntarse por qué se da la variación entre “sombra” y “sombras”. La alteración no pertenece sólo al ámbito de la versión traducida, pues cabe encontrarla ya en la propia modificación del verso, donde se observa la oscilación entre el correcto umbram y el plural umbras. Esta oscilación es perceptible también cuando tenemos la ocasión de escuchar al mismo Borges recitando este texto en alguna de las grabaciones conservadas . La oscilación entre umbram y umbras es un rasgo intencional, un error creativo, de la misma naturaleza de otras alteraciones que ya hemos visto. La inspiración para recrear este error es antigua, pues Borges comenta cómo un autor latino de los siglos séptimo y octavo, Beda el Venerable, ya había incurrido en él:
“La segunda visión es la de un hombre de Nortumbria, llamado Drycthelm. Este había muerto y resucitó y refirió (después de dar todo su dinero a los pobres) que un hombre de cara resplandeciente le condujo a un valle infinito y que a la izquierda había tempestades de fuego y, a la derecha, de granizo y de nieve. «No estás aún en el infierno», le dice el ángel. Después, ve muchas esferas de fuego negro que suben de un abismo y que caen. Después, ve demonios que se ríen porque arrastran al fondo de ese abismo las almas de un clérigo, de un lego y de una mujer. Después, ve un muro de infinita extensión y de infinita altura y, más allá, una gran pradera florida con asambleas de gente vestida de blanco. «No estás aún en el cielo», le dice el ángel. Cuando Drycthelm va descendiendo por el valle, atraviesa una región tan oscura que sólo ve el traje del ángel que lo precede. Beda, al contar la escena, intercala un verso del sexto libro de la Eneida:
(Ibant obscuri) sola sub nocte per umbram
Un ligero error –Beda no escribe umbram, sino umbras- prueba que la cita ha sido hecha de memoria y, por ende, la familiaridad del historiador sajón con Virgilio. En el texto hay otras reminiscencias virgilianas.”
(J.L. Borges y Mª E. Vázquez, Literaturas germánicas medievales, Madrid, 1982, pp. 32-33)
Dentro de la obra borgesiana, el verso virgiliano se define, en definitiva, por la superación del artificio retórico, la lectura literal de la hipálage, y por la oscilación entre umbram y umbras. Es en la dedicatoria a Leopoldo Lugones donde alcanza la cita de este verso su cumbre literaria.
“A izquierda y a derecha, absortos en su lúcido sueño, se perfilan los rostros momentáneos de los lectores, a la luz de las lámparas estudiosas, como en la hipálage de Milton. Recuerdo haber recordado ya esa figura, en este lugar, y después aquel otro epíteto que también define por el contorno, el árido camello del Lunario, y después aquel hexámetro de la Eneida, que maneja y supera el mismo artificio:
Ibant obscuri sola sub nocte per umbram”
(“A Leopoldo Lugones”, en El hacedor [Obras completas II, Barcelona, 1989, p. 157])
Borges ensaya sus propias hipálages y evoca las de Milton y Lugones, coronadas por la del insuperable Virgilio. La dedicatoria a Lugones es demasiado compleja como para que podamos hablar de ella en este momento, pero resulta sorprendente cómo el motivo de la hipálage se convierte en una forma de percepción (“rostros momentáneos”, “lámparas estudiosas”) dentro de esta vivencia imposible: imaginar cómo un muerto acogería un libro dedicado a él. FRANCISCO GARCÍA JURADO