Revista Religión
“Pero los que esperan a Jehová tendrán nuevas fuerzas; levantarán alas como las águilas; correrán, y no se cansarán; caminarán, y no se fatigarán” (Isaías 40.31)
El austriaco de 43 años, Felix Baumgartner, rompió recientemente el record mundial de caída libre saltando desde un dispositivo de vuelo a más de 39 000 metros de altura. Vestido de astronauta y habiendo anunciado previamente la hazaña que intentaría, fue seguido por millones de personas en todo el mundo. Para asombro de todos, ha sido el primer hombre en rebasar la velocidad del sonido (1100 km/h) alcanzando 1137 km/h en su descenso. Baumgartner, quien lleva tatuado en el antebrazo: “Born to fly” (Nacido para volar), vio realizado un sueño que tenía de hacía mucho tiempo. Su gesta quedará en la memoria de la humanidad como un tributo a la voluntad del hombre, como un recordatorio de las capacidades de Dios en sus criaturas.
La historia humana está repleta de asombrosas historias como estas. Hombres que, como Baumgartner, han desafiado a las imposibilidades aparentes. Personas que han hecho otras proezas, han volado de distintas formas. Moisés atravesó el mar rojo de lado a lado, andando y sin mojarse. Los tres varones hebreos caminaron y charlaron dentro de un horno de fuego recalentado siete veces. Se dice del apóstol Juan que fue echado en aceite hirviendo y no sufrió daño alguno. Pablo dijo del ministerio de los primeros apóstoles: “Porque según pienso, Dios nos ha exhibido a nosotros los apóstoles como postreros, como a sentenciados a muerte; pues hemos llegado a ser espectáculo al mundo, a los ángeles y a los hombres” (1 Corintios 4.9-10). Todos rompieron records impensables y extraordinarios, pero estos últimos recibieron una recompensa mejor.
La diferencia entre la hazaña de Baumgartner y de aquellos que asombraron al mundo con Dios, es abismal. El austriaco supo interpretar las leyes físicas, la velocidad del viento y la altura posible que el cuerpo humano puede resistir. Se valió de trajes espaciales y de tecnología de punta. Mientras que del otro lado están los que sin otro recurso que su fe en Dios, escribieron páginas épicas. No había forma humana de hacer lo que estos hicieron, por eso lo lograron con Dios. La huella de Baumgartner quedará en los libros de historia, pero las pisadas de los que antaño glorificaron a Dios transformarán vidas.
Todo creyente es llamado a volar. Todos y cada uno de nosotros podemos enfrentar las imposibilidades que otros ni siquiera se plantean. La promesa bíblica dice: “He aquí que yo soy Jehová, Dios de toda carne; ¿habrá algo que sea difícil para mí?” (Jeremías 32:27). No temamos a las alturas, porque estamos sentados en lugares celestiales con Cristo Jesús. No suframos de vértigo, porque Dios nos ha dado alas. No deje que nadie le diga que no puede volar, no fraternice con el temor al fracaso, ni preste atención al viento contrario, o a las nubes oscuras. Vuele sin más, las águilas no le piden permiso para volar a las criaturas que no tienen alas. Vuelan por naturaleza, si dejaran de hacerlo, perderían su realeza, su diseño original se vería truncado y su hermosura se empañaría por lo innatural de su comportamiento.
No llevamos un tatuaje en el antebrazo, pero si el recordatorio perenne en nuestras almas redimidas de que fuimos diseñados para grandes cosas. Tenemos grabadas, en nuestros corazones, las promesas de Dios, promesas que nos hacen remontarnos a alturas insospechadas por la gracia divina. No queremos que resalte nuestro vuelo, ni buscamos el efímero aplauso de las multitudes. Queremos volar para Dios y que en cada vuelo se dibuje en las nubes la silueta de una cruz vacía. Así todos sabrán, cual es la briza que nos permite llegar a tan altas cumbres. “Jehová el Señor es mi fortaleza, el cual hace mis pies como de ciervas, y en mis alturas me hace andar” (Habacub 3:19)Autor: Osmany Cruz FerrerEscrito para www.devocionaldiario.com