Revista Viajes
Tras pasar casi dos semanas en las Islas Gili, Bali y Lombok, había llegado el momento de volar a la isla más poblada de todas las indonesias. La Isla de Java, con casi 150 millones de habitantes es la isla más poblada del mundo y por extensión de todo el archipiélago de Indonesia. En ella está la capital del país Yakarta, sin mayor interés en general, y también la ciudad de Yogyakarta y su provincia. Como curiosidad Yogyakarta es la única provincia indonesia que es un sultanato que viene heredado de la época colonial. El vuelo de Bali a Yogyakarta tiene una duración de una hora y diez minutos, pero como en Java es una hora menos a efectos prácticos del reloj sólo nos lleva diez minutos del día llegar a este sultanato. Durante el vuelo en Garuda Indonesia apenas dejé de contemplar por la ventanilla del avión el espectáculo natural que Java ofrece. Volcanes cuyas cumbres sobresalían del manto de nubes que los cubría, calas y largas playas bañadas por el Océano Índico o sobrevolar el espectacular e inquietante cráter de un volcán, increíble.
Yogyakarta con sus más de 600.000 habitantes es una relativamente tranquila ciudad de provincias emplazada en el centro de la Isla de Java que ofrece algún atractivo turístico dentro de la propia ciudad, pero sobre todo ofrece dos conjuntos artísticos de primer orden en apenas unos pocos kilómetros de distancia de su centro. Y ese fue precisamente el motivo de nuestra estancia en esta ciudad.
A la mañana siguiente nos pegamos un buen madrugón. Habíamos contratado un coche con conductor -500.000 rupias indonesias- al que indicamos que nos pasara a recoger por nuestro hotel a las 4 y media de la mañana. Teníamos que desplazarnos unos 45 kilómetros al noroeste de Yogyakarta y nuestra intención era llegar al amanecer a nuestro destino, por lo que teníamos que evitar la densa circulación que todos los amaneceres toma las calles de la ciudad. Pero el madrugón valió la pena. Allí estaba el Templo de Borobudur, una maravilla arquitectónica Patrimonio Mundial de la Humanidad.
Tras pasar por las taquillas -aquí hay dos taquillas diferentes: a mano derecha para los indonesios y a mano izquierda para los turista extranjeros con precios evidentemente también diferentes- ya teníamos nuestras entradas en la mano. No voy a ocultar la emoción que en aquellos momentos nos embargaba. Habíamos soñado mil veces con aquel instante desde que años atrás, y por casualidad, llegaron a nuestras manos unas fotografías de Borobudur y sus decenas de estupas. Como consejo para ahorrarse un dinero en las entradas, existe una entrada conjunta para visitar el Templo Budista de Borobudur y los Templos Hinduistas de Prambanan por 375.000 rupias por persona. Eso si, hay que visitar ambos templos en el mismo día que es lo que hicimos nosotros, o al menos es lo que nos dijeron a nosotros, la mañana para Borobudur y la tarde para Prambanan.
Después de recorrer una avenida ajardinada y tras dejar atrás la frondosidad de los árboles se abrió ante nuestros ojos la majestuosidad de este impresionante templo construido en oscura piedra volcánica. Con seis plantas de altura las fotos no hacen justicia a esta maravilla levantada por el hombre, no reflejan ni su verdadero volumen ni sus innumerables detalles y tallas en la piedra. Resulta difícil de creer que todas estas tallas en la porosa y blanda roca volcánica hayan sobrevivido siglos a la erosión provocada por el paso del tiempo y a la acción humana.
El Templo de Borobudur es el templo budista más grande del mundo. Un lugar santo y de peregrinaje para los budistas del mundo y los budistas de Indonesia en particular que lo visitan una vez por año durante sus celebraciones. La arquitectura de Borobudur no es casual. Visto desde arriba el edificio tiene forma de mandala budista, es decir, una representación simbólica ritual que representa el microcosmos para los budistas. En las tres últimas plantas cuadradas se reparten 72 estupas cada una de ellas con una estatua de Buda en su interior, y que rodean a una estupa central de mayor tamaño. Me resulta imposible intentar plasmar con palabras la sensación que pudimos respirar allá en lo alto del Borobudur, pero sin duda había algo de espiritual, algo superior, quizás de otro mundo o como queramos llamarlo, pero estoy convencido que los lugares budistas poseen una magia especial, y el Templo de Borobudur junto a la Pagoda de Shwedagon en Myanmar son el mejor exponente de ello y de lo mejor que nuestros ojos contemplaron.
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La estructura en plantas del Templo de Borobudur simboliza los estados de iluminación del budista. Cada plataforma que se asciende representa un estado de iluminación distinto y está representado por la base del templo, las cinco plantas cuadradas y por último las plantas circulares con las estupas donde se alcanza algo asemejado al nirvana budista, la supresión del dolor y la liberación del alma.
Algunas de las estupas han sido desposeídas de su campana de piedras y pudimos observar con detalle la estatua de Buda de su interior. Situarse en un lateral de las plataformas circulares y contemplar en perspectiva la sucesión de estupas con forma de campana es absolutamente maravilloso. Al igual que lo es perder la vista en la profundidad de la selva que rodea el Templo de Borobudur. Como ya dije madrugar nos recompensó ampliamente ya que pudimos disfrutar de Borobudur compartiéndolo con muy pocos visitantes. De hecho tras pasar cuatro horas por los diferentes niveles de templo y alcanzar el estado de iluminación, cuando ya nos íbamos comenzaban a llegar decenas de autocares con turistas indonesios. En este caso el refrán de "A quién madruga Dios le ayuda" es totalmente aplicable.
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Las cifras del Templo de Borobudur son totalmente espectaculares. A lo largo de sus seis plantas de altura de sección cuadrangular, más otros tres pisos de planta circular, se reparten mas de 2.500 paneles con miles de figuras en relieve y más de 500 estatuas de Buda. El templo se cree que data del año 800 y se cree también que en el siglo XIV se abandonó debido al ocaso de los gobernantes budistas y la conversión al Islam de la mayor parte de la población javanesa. Aunque todo ésto no son más que especulaciones sin más. Es difícil conocer el verdadero motivo del abandono. En el siglo XIX se re-descubrió por parte de los colonizadores británicos que decidieron recatarlo de la selva y las toneladas de ceniza volcánica que lo cubrían y comenzar su restauración para la preservación para las generaciones futuras. Trabajo que fue continuado por los siguientes colonizadores de Java, los holandeses. Tras su última restauración a finales del siglo XX fue declarado monumento Patrimonio Mundial de la Humanidad. Hoy es uno de los monumentos más visitados de Indonesia por los turistas, pero también por parte de los propios indonesios. Lo detalles de las esculturas, los paneles tallados, el encaje de las grandes piedras que conforman el suelo a modo de piezas de tetris -que quizás sea ese el secreto para soportar en pie la estructura tras los numerosos terremotos que sufre la isla-, todo es maravilloso. Un lugar al que hay que viajar al menos una vez en la vida.
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