Revista Cultura y Ocio
Creo que mala, pero tengo la costumbre de pensar en un autor a los ojos de otro. Pienso en Julio Verne como si lo razonara Raymond Carver o a Borges lo cruzo con Edward Hopper. No hace falta que sean autores que coincidan en sus disciplinas. Stravinski puede escucharse leyendo a Kafka de modo que la música impregne el cuento o el cuento, conforme se va leyendo, mudara el sentido o la impresión que nos proporciona la música. Es un juego divertido, pero a veces no sé conciliar algunas de las inclinaciones estéticas o intelectuales o musicales que se me van ocurriendo. Deja de ser divertido cuando no se me va de la cabeza la idea de que Bécquer ponga letra a las melodías de Extremoduro o imaginar con qué trazos narrativos haría Machado un cuento a la Lovecraft. Se envicia todavía más la historia cuando la realidad se obstina en ponerme a huevo (dejen que use la burda expresión) material con el que engolosinar este capricho enteramente mío. Es lo mestizo lo que me incita a sentirme cómodo en estas distracciones. Comenté con K. lo excitante que sería volver a leer El corazón de las tinieblas después de haber visto Apocalypse Now. Conrad contado por Coppola, sí, pero quizá también al revés y pensar en Kurtz, en su pequeño reinado en la jungla, como si lo acabase de escribir Conrad. Se deja lo leído conducir por lo vivido y la vida, en ocasiones, permite que las lecturas la conduzcan también. No hay nada que no sea abrazado por cuanto lo rodea. El cosmos entero, ah el inasequible cosmos, es una fiesta de contrarios que se aman. Alucinados, en trance, los invitados recogen los últimos vasos y se van, bosque adentro, hacia lo oscuro.