Revista Viajes

Boston, el padre de todos los maratones

Por Mundoturistico

ANTES

Madrugón, preparativos y desayuno. Hay que salir pronto hacia el Boston Common, el parque central, para tomar uno de los autobuses oficiales que trasladan a los corredores a las afueras de Hopkinton, pequeño pueblo al oeste de Boston “donde todo comienza”, el quilómetro cero de la carrera. Se llega así a la villa atlética, un área deportiva amplia y verde que sirve de sala de espera hasta el turno de partida. Un gentío multicolor llena el recinto cerrado donde hay de todo: seguridad, información, asistencia, megafonía, vestuario, descanso, bebida, comida, y las clásicas hileras inacabables de baños móviles, lo más socorrido.

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Los atletas se preparan mientras charlan y descansan, hay que conjurar los nervios. Suman el doble de la población local, tantos que tienen que salir en cuatro turnos. Cada turno se dirige hacia la calle principal, donde está la línea de salida, caminando en apretado grupo bajo la atenta vigilancia de voluntarios, policías, militares, furgones, perros, francotiradores en los tejados y un helicóptero en el aire, y entre los aplausos y ánimos de los vecinos cuyas casas, blancas y grandes, con su característico porche, su jardín y su ostensible bandera nacional, bordean la vía. Al final hay que entrar al tramo de la calle que sirve de corral y esperar, impacientes y encajonados prisioneros de las vallas y el público enardecido, al pistoletazo de salida.

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El  enorme reloj digital en rojo avanza hacia la hora de la verdad. Momentos de tensión entre los participantes. Uno recuerda entonces que no ha calentado pero es tarde para eso, ya no hay tiempo ni manera de salir de la jaula. Tampoco para ir al baño, ni para arrepentirse, ni para nada. Así que no queda más remedio que apretar los dientes, dejarse llevar por el ambiente y a ver si, sobre la marcha, esos contratiempos se van solucionando.

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DURANTE

HOPKINTON está hermanado, como no podía ser menos, con la localidad griega de Maratón, donde, hace más de veinticinco siglos, empezó la leyenda que inspiró el primer maratón de la historia moderna. Pero centrémonos en la carrera. Comienza esta en favorable pendiente por una carretera amplia y arbolada. Pero cuidado con la euforia, muchacho, que la cosa engaña, el perfil es una sucesión de toboganes rompepiernas con unos repechos finales de sálvese quien pueda y la prueba resulta una de las más duras en su género. Paciencia y contención, pues.

Señalando la primera milla, te saludará “El espíritu del Maratón, la estatua dedicada al atleta griego Stylianos Kyriakides, vencedor de esta prueba una vez terminada la II Guerra Mundial y después de haber sobrevivido a los campos de concentración nazis, por sus valores deportivos, solidarios y pacifistas. Pasada la segunda, ya en el pueblecito de ASHLAND, está la antigua línea de salida del maratón, que hasta 1923 arrancaba de aquí mismo, era más corto (la distancia actual de los maratones, 42195 m, nació de un capricho protocolario en la edición londinense de 1908 y se hizo oficial trece años más tarde). En la antesala del quilómetro 10, entras en FRAMINGHAM, ciudad grande y marcada por dos luctuosos sucesos: de allí era la primera víctima de la histórica Masacre de Boston, la matanza que inició la revolución independentista; y allí residió una de las dos mujeres astronautas desparecidas en el desastre espacial del transbordador Challenger.

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Cinco quilómetros más y atraviesas NATICK, entre aguas estancadas que abrazan la carretera; el embalse mayor, Cochituate Lake, abastecía antiguamente de agua a la ciudad de Boston. Superarás el medio maratón antes de pasar por WELLESLEY, donde un nutrido grupo de colegialas desenfrenadas forman el tradicional y largo “túnel de los chillidos”, un pasillo de gritos atronadores y alentadores besos que invita al “disfrute del hermoso ruido” pero acaba resultando insoportable a los esforzados atletas.

Más adelante, el puente sobre el río Charles, que corre hacia el noreste camino de su desembocadura atlántica en la capital, te lleva a NEWTON, el mayor de los pueblos del recorrido; pero ni la estatua doble de Johnny Kelly, “Young at heart”, una leyenda local que ganó esta prueba en los años sesenta y llegó a correrla más de sesenta veces, hacia el quilómetro 31, ni la animación estudiantil del Boston College, poco antes del 35, son suficientes para mitigar la enorme dureza del tramo posterior, el decisivo, un “muro” de rampas sucesivas que se conocen, por algo será, como heartbreak hill, una verdadera loma que no solo te rompe el corazón sino también el ritmo, la moral y la poca energía que a esas alturas te queda.

Así que a concentrarse y a sufrir, que si consigues alcanzar BROOKLINE, la ciudad de nacimiento del presidente J.F. Kennedy, ya a las puertas de la capital y del quilómetro 40, te sentirás con ánimo sobrado para rematar la faena en la meta de la amplísima avenida Boylston, entre los gritos de entusiasmo y las banderas desplegadas de todos los países. Has entrado en la gloria. Has entrado en BOSTON.

DESPUÉS

La plaza Copley y sus alrededores, que acogen la zona de meta, encierran algunos tesoros arquitectónicos que merece la pena visitar. Preside la plaza, ocupando todo el lado oeste, la imponente mole neorrenacentista de la Biblioteca Pública de Boston, un gigantesco palacio de piedra y mármoles, con esculturales escalinatas, impresionantes salas de lectura de altas bóvedas y una estructura de galerías en arco que cierran un patio-claustro ajardinado, más un añadido moderno posterior que no desentona del conjunto. En la acera contraria al lateral que da a la gran avenida Boylston, contra el que ahora se levantan las gradas de la tribuna de meta, se yergue la Old South Church, edificio neogótico de la iglesia calvinista congregacional, en la que destacan un esbelto campanario, una llamativa cúpula y un interior de maderas nobles  policromadas, coloristas vidrieras y luminoso óculo central.

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Unos pasos atrás, al lado de la tienda oficial del maratón, unas velas y una sencilla corona de flores en la acera rememoran el atentado del 2013. En el lado sur de la plaza, llama la atención un lujoso hotel de moderno diseño; en el del norte, al pie de la citada avenida, un círculo grabado en el suelo recuerda para la posteridad que allí termina cada año el maratón popular más antiguo de la Tierra.

En el lado este, mirando a la Biblioteca, está la Trinity Church, iglesia neorrománica y episcopaliana de macizos arcos y muros de piedra, cuyas torres de techos rojizos se reflejan en los ventanales acristalados de la torre Hancock, el estilizado rascacielos vecino de logrado porte minimalista, la cima urbana, con el que intenta competir, a lo lejos, la torre Prudential, alto mirador del moderno centro comercial homónimo. Este, a su vez, está conectado directamente con el Hynes Convention Center, un moderno palacio de exposiciones y congresos donde se ubica la Expoferia del corredor y se recogen los dorsales en los días previos a la carrera, ambos dos edificios situados avenida arriba, en la recta final de la ya mítica competición popular bostoniana.


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