Revista Educación

Botín al hoyo

Por Siempreenmedio @Siempreblog

11 septiembre 2014 por cuinpar

Hoy vengo a esta columna a desahogarme, nada más. Como casi siempre, vaya, sólo que hoy les voy a contar a las claras el motivo: ayer me afearon la conducta por la “falta de tacto y humanidad” (sic) que demostré compartiendo por WhatsApp un chistillo sobre la muerte de Emilio Botín, el banquero ahora devenido en prócer de la patria (de la patria Suiza, será). Y no es que me sorprenda, porque me he dado cuenta de que tengo una especial facilidad para ofender a la gente, aunque quise darle un par de vueltas al asunto. La cosa es que el que me conoce mínimamente sabe que yo hago chistes de todo. Algunos opinan que es un mecanismo de defensa y no niego que en algunos casos sea así. Pero no en este en concreto, se lo aseguro. No me apena la muerte del banquero, (iba a decir “el paso a mejor vida del banquero”, pero es difícil escribirlo sin hacer otra broma más), como creo percibir que no le apena a la mayoría de mis conciudadanos. No puedo sentir lástima por la desaparición de un elemento que, no contento con comprar créditos y acciones y esas cosas rarísimas que compran los ricos, se dedicó a comprar voluntades. Aunque acaso sea a eso a lo que se dedican los que no se ven en esa necesidad tan working class de comprar manzanas y arroz en el mercado. “No seas demagógica”, me respondieron, “ser rico y crear riqueza no es malo per se”. Claro que no. Lo malo, como en casi todo, son las formas. Se ha muerto un banquero que dio nombre a una doctrina jurídica, la “Doctrina Botín”, que lo mismo vale para salvar a un banquero que a una infanta. Ni usted, querido lector, ni yo, vamos a poder beneficiarnos de ella. A no ser que, de repente, descubramos que, como él y como el molt honorable, nuestros abuelos, en el fragor de la guerra, sacaron unos milloncejos y los pusieron en Suiza, como quien no quiere la cosa, para asegurar el futuro de la estirpe.  Un tipo que se preocupó, fundamentalmente, de cuidar sus relaciones (ah, la campechanía, qué gran don), sobre todo con los poderosos o con los que él, con su ojo de halcón para los negocios, sospechaba que pudieran serlo algún día. ¿Que corría el riesgo de que los medios hablaran de los Valores Santander tanto como de las preferentes de Bankia? Pues aprovechaba que le debían unos durillos para comprarlos. Comprado el diario, se acabó la noticia. (Estos valores consiguieron que las arcas del banco sumaran 7 000 millones de euros en 13 días). Y así, hasta el infinito. Desde la mano que le tendió a Rajoy en los 90 hasta el “Querido Emilio” con el que encabezaba Garzón sus cartas para pedirle unos durillos que sufragaran los gastos de sus cursos en Nueva York. No lo voy a llorar, señores, porque los únicos que lloran la muerte de los mafiosos son, acaso, sus familiares más cercanos (aunque a lo mejor estos están dando palmas con las orejas) y sus amigos de verdad (se me ocurre ahora que el infarto que le dio ayer a Isidoro Álvarez no fue otra cosa que un susto, pensando quién va a comprar sus créditos la próxima vez que se vea al borde del abismo). No lo lloro, decía, pero tampoco me alegro, porque yo lo que quería era, más que verlo muerto, verlo preso.

No me digan que no es gracioso

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