El beso que nunca dimos, por que ya era tarde y aquella mañana había trabajo para aburrir. Aquella caricia que se quedó en el aire, mitad porque tenía que haber salido antes de nuestras manos y mitad porque el destinatario no sabía a ciencia cierta si era suya o era un ademán involuntario. Nuestros botones caídos, nuestros botones perdidos.
La sonrisa oculta al beso de los desconocidos en el metro, que nos recuerdan los trenes perdidos por un roce más de sus labios. Al siguiente. Esperamos al siguiente. La frase olvidada de aquella película olvidada de aquel abril olvidado. Las tardes de ventana y tristeza. Las esperas vacías enrollando las manos. Vamos dejando caer momentos en una caja de música que nunca abrimos. Un “Te quiero” dicho de respuesta, un poco gris, poco pensado, pelín usado. Un crucigrama sin terminar, todos los libros que no empezamos. Todas las veces que quisimos aprender inglés. Una colección de primeros fascículos de colecciones que nunca terminamos. El cromo de Quini, que siempre nos faltó. Un botón rojo, un imperdible, una chapa del che, una pila de 1,5, un llavero, un candado sin abrir. Objetos. Botones perdidos.
Pero nos van haciendo, son las pequeñas cosas, los segundos que forman parte de nuestra vida de la misma manera que las grandes frases, las grandes fechas, los grandes besos. Están ahí. A veces, tan sólo existen cuando duelen, o cuando nos hacen sentir vivos otra vez en lo cotidiano. Cómo cuando encontramos un botón y nos acordamos de la chaqueta a la que completaba. Son los espacios vacíos entre cenas y copas, entre reuniones y “¿te acuerdas?”. Son los botones perdidos.
Quizás por todo esto, quizás porque es una mañana de domingo, quizás porque el café me sabe bien y me siento abrigado al tenerlo entre mis manos, me han encantado estas creaciones de Zac Freeman. Porque reune todas esas pequeñas cosas y las da un sentido nuevo, un sentido que tan sólo puede verse desde una cierta distancia. Como pasa con nuestros botones/besos perdidos.
Visto en Fresh Pics
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