Un gesto tan sencillo como pulsar un botón y que posteriormente ocurra algo provoca en nosotros una agradable sensación de bienestar. A nuestro cerebro no le gusta que las cosas ocurran por azar e inconscientemente necesitamos tener el control de cuanto pasa.
Por tal motivo, el simple hecho de encontrarnos con un botón, apretarlo y que se abra una puerta, suba el ascensor o cambie el canal del televisor nos hace sentir bien.
Pero cada vez son más aquellos aparatos que en su día tenían algún botón con un objetivo específicoy que, actualmente, dicha función se controla de forma automatizada -por un ordenador central- y el hecho de pulsarlo no cambia absolutamente nada.
Es el caso de numerosos semáforos en los que se puede ver la típica cajita en el que indican al peatón que pulse para cambiar a verde o el botón que se encuentra en muchos ascensores y que en teoría sirve para que se cierren las puertas desde el interior.
Hoy en día muchos de estos botones no tienen función alguna, pero continúan estando ahí porque es beneficioso para nosotros, ya que el hecho de pulsarlos nos provoca un efecto placebo al saber que mantenemos el control sobre ellos.
Actualmente, la mayoría de los semáforos están controlados por un ordenador central que regula el tráfico y cada vez son menos aquellos en los que el pulsar el botón tenga incidencia alguna.
El hecho de que sigan manteniéndose en muchos lugares los semáforos con botón se debe a dos sencillas razones: por un lado el prevenir atropellos, debido a que al apretar estamos convencidos de que el disco cambiará en breve y, por tanto, nos esperaremos a que esto ocurra.
Y por otra parte –y como principal razón- el hecho de ahorrarse el enorme desembolso que representaría cambiar todos los postes de los semáforos. De ahí que se haga paulatinamente y cuando realmente toca reemplazarlos, siendo entonces cuando éstos ya no llevaran botón alguno.
Evidentemente hay que destacar que sí que hay semáforos en los que pulsar el botón incide sobre el tiempo en que tardará en ponerse verde pero cada vez son menos, están destinados a calles con menor tránsito y escaso paso de peatones o esta función se deja únicamente activa durante las horas nocturnas.
El otro botón puesto en cuestión es el de cerrar las puertas desde el interior de un ascensor. Durante largo tiempo sí que sirvió para ello, pero desde hace un par de décadas los ascensores están regulados para que las puertas no puedan cerrarse antes de tiempo y así evitar accidentes entre aquellas personas con movilidad reducida y que deben acceder a ellos.
Así se recogió en una ley aprobada en Estados Unidos en 1990 en la que se obligaba a tener un tiempo de espera antes del cierre automático de puertas para facilitar el acceso a las personas con algún tipo de discapacidad o ancianos. Fue a partir de ahí cuando paulatinamente fue anulándose la función del botón de cierre. Pero ¿si ha pasado un cuarto de siglo por qué siguen estando?: por puro placebo.
Un viaje en ascensor es uno de los momentos más incómodos para casi todas las personas. Accedemos a él y queremos que rápidamente nos lleve al piso al que debemos ir. Muchas son las personas a las que les incomoda viajar con individuos desconocidos y por tal motivo nada más entrar en el ascensor pulsan el botón de cierre.
Evidentemente, se cierra cuando el ordenador del aparato decide –que para eso está programado- pero a los usuarios nos queda la satisfactoria sensación de que hemos sido nosotros los que hemos logrado que las puertas se cierren más rápidamente.
Pero existe un tercer botón –aunque en la mayoría de ocasiones se trata de una ruedecilla- que también suele tener en algunos lugares una nula incidencia y que de nada sirve toquetearlo: el que regula la temperatura del aire acondicionado o calefacción de numerosísimas oficinas.
Y es que las oficinas son un lugar de continuo conflicto entre los trabajadores ya que cuando unos tienen calor otros se están pelando de frío, siendo incapaces de ponerse de acuerdo en cuál es la temperatura idónea en la que todos estarían a gusto –a pesar de que esté regulado por Real Decreto cuál es la temperatura que debe haber en estos lugares de trabajo-.
Estas disputas entre compañeros han llevado a que cada vez sean más las empresas que opten por esconder el control de temperatura e incluso aquellos que están a la vista estén desconectados, dando la sensación al trabajador que lo manipula de que hay los grados que éste ha puesto y sin ser consciente que en nada ha influido… todo por pudo placebo.
Según indica un artículo de The New York Times, el hecho de colocar termostatos placebos en algunas oficinas ha llegado a reducir hasta en un 75 por ciento las llamadas que se realizan al servicio técnico.
Obviamente, hay numerosos botones que sí sirven para algo cuando los pulsas y muchas las personas que pueden atestiguar que han regulado el termostato de su oficina o logrado que el disco del semáforo cambiase tras haber apretado el botón. Pero, placebo o no, el solo hecho de saber que incidimos en ello nos hace sentir mejor.
Fuente: Tecnoexplora