La ciudad de Montevideo, establecida desde hace cuarenta años, está situada en la ribera septentrional del río, treinta leguas por encima de su desembocadura y construida en una península que defiende de los vientos del Este una bahía de cerca de dos leguas de saco por una de anchura a su entrada. En la punta occidental de esta bahía hay un monte aislado bastante elevado, el cual sirve de reconocimiento y ha dado nombre a la ciudad; las otras tierra que la rodean son muy bajas. El lado de la llanura está defendido por una ciudadela: varias baterías protegen el lado del mar y el fondeadero; hasta hay una en el fondo de la bahía, en una isla muy pequeña, llamada isla de los Franceses.
Montevideo tiene un gobernador particular, el cual está inmediatamente bajo las órdenes del gobernador general de la provincia. Los alrededores de esta ciudad están casi incultos y no producen ni trigo ni maíz: hay que hacer traer de Buenos Aires la harina, la galleta y demás provisiones para los barcos. En las huertas, sean de la ciudad, sean de las casas de las cercanías, no se cultiva casi ninguna legumbre: se encuentran solamente melones, calabazas, higos, melocotones, manzanas y membrillos en gran cantidad. Los animales son tan numerosos como en el resto del país, lo que, unido a la salubridad del aire, hace la escala en Montevideo excelente para las tripulaciones; únicamente se deben tomar medidas para impedir la deserción. Todo incita a ella al marinero en un país donde la primera reflexión que le sorprende al desembarcar es que se vive allí casi sin trabajar. En efecto, ¿cómo resistir a la comparación de deslizarse en el seno de la ociosidad los días tranquilos, bajo un clima delicioso, o languidecer, hundido bajo el peso de una vida constantemente laboriosa, y acelerar en los trabajos del mar los dolores de una vejez indigente?
La isla de los Franceses se llama actualmente de la Libertad
Bougainville estuvo fondeado en Montevideo hasta el 28 de febrero de 1767. Quizás él también tuvo la tentación de quedarse allí, pero su punto de vista de oficial de la marina debía ser muy diferente del marinero raso.
FUENTE:
Bougainville, Viaje alrededor del mundo. Madrid, Espasa-Calpe, 1966, parte I, cap. 2, págs. 36-37.