Boyhood, el lugar al que siempre podrás regresar
Boyhood, el círculo bajo nuestros pies
Por Fernando de las Heras
La infancia siempre será ese tiempo en el que fuimos felices o, al menos, vivimos con intensidad cada pequeño descubrimiento. Lo extraño de esta verdad es que solo lo comprendemos una vez que ha pasado.
Un tiempo hecho territorio, dicen los poetas, al que regresamos para encontrar las esencias, tal vez, para entender quiénes somos ahora. Pero al igual que cuando Mason, el protagonista de la celebrada Boyhood, borra las marcas de altura en la pared de su habitación, uno percibe lejanamente que en ese crecimiento vivimos rodeados de la incomprensión de quien jamás tendrá todas las respuestas y a pesar de todo está destinado a la felicidad.
Meses después de ver la película de Richard Linklater, vuelvo a ella sin recordar con exactitud momentos de su historia, sin embargo, sigo manteniendo la misma sensación de placer y ternura como cuando recuerdo mi propia infancia.Boyhood, que finalmente no se ha llevado el Oscar a la mejor película, es una de esas historias hechas con materiales muy humildes pero profundos. Pudiéramos pensar que su grandeza radica, además de por el conocido y titánico esfuerzo de rodarse a lo largo de 12 años, en tratar aquellas difíciles emociones e ideas alrededor de la infancia pero más aún en hacerlo (¡con todo el tiempo que da 12 años para pensar!) sin caer en la pedantería, en la impostura o falsedad de lo tratado.Hay películas, bien lo sabemos, en las que los personajes que vemos en pantalla se parecen a esas fotografías familiares que vienen en los marcos que compramos. En esta bella narración de los años de Mason y su familia hay, por el contrario, honestidad y una natural manera de contar lo que tiene de complejo y sabio, la apertura a la vida sin paliativos. Una película en movimiento que curiosamente no va hacia ningún punto porque el tiempo es su objetivo y este no se ancla en ningún punto. Así, Linklater logra retratar en el transcurso de esos años el amor de unos padres divorciados, de unos hermanos que crecerán siendo distintos, la frustración inevitable de sabernos limitados, pero también la lucha contra todo por seguir adelante y la laboriosa tarea de prepararse para abandonar lugares, personas, edades que, de una forma u otra, habrán de marcarnos. El ciclo vital que siempre dibuja un círculo bajo nuestros pies. Y hay sutileza en el abordaje por parte de su director, detalles que motean la historia y cosas dejadas allá y acá, sin aparente importancia, para que finalmente el descubrimiento de ese niño al que vemos crecer sea nuestro propio redescubrimiento. Aunque cada vida sea distinta y Boyhood cuente la suya.Decía García Márquez que la vida no es la que uno vivió, sino la que uno recuerda, y cómo la recuerda para contarla. Debemos agradecerle a Boyhood que esas vidas que nos narra sean una vez más la casa de todos y donde todos estaremos alguna vez. Y que al igual que nuestra infancia, su película no se marche jamás aunque nosotros debamos continuar el camino.