Escribir a estas alturas sobre Boyhood (Momentos de una vida) podría parecer raro pero tengo que reconocer que cuando la vi en la fecha de su estreno me encontré completamente incapacitado para procesar la propuesta de Richard Linklater. En cierto modo fue un sentimiento de responsabilidad: Boyhood (Momentos de una vida) es tan grande en todos los sentidos que siempre va a ser difícil alcanzar con un texto la majestuosidad y la complejidad que atesora.
El aspecto que más se destaca continuamente sobre Boyhood (Momentos de una vida) es el hecho de que ha sido rodada durante 12 años viendo crecer al protagonista desde los 7 a los 19 en el periodo que va de 2002 a 2013. Esto en realidad es tan importante como destacar una película por estar protagonizada por un plátano, es decir, quedarse en la anécdota es totalmente irrelevante. Uno de los grandes méritos de Linklater no es haber tenido la idea, sino haberla ejecutado de manera tan impecable. Doce años rodando da para tener nuevas ideas visuales e ir cambiando elementos, pero Boyhood (Momentos de una vida) puede hacer gala de una inusitada coherencia y homogeneidad. Cinematográficamente la película no cambia, no es ese paso del tiempo el que interesa a Linklater.
Lo que sí hace Boyhood (Momentos de una vida) es reflejar el tiempo como algo inclemente que sucede por igual para todos, por mucho que nos duela. Linklater atiende no solo a los cambios personales de sus personajes (mudanzas, cambios de colegio y trabajo…) sino que la película también supone un muy acertado retrato social de los Estados Unidos contemporáneos, con una visión claramente escorada a la izquierda. Pocos de nosotros hemos tenido una infancia como la de Mason, con sus padres separados: el nivel de divorcios en España es alto, pero no llega a los niveles de Estados Unidos y el contexto cultural que presenta Boyhood (Momentos de una vida) es tan específico que es difícil en este sentido encontrar paralelismos (tu padre nunca te llevó a una bolera, acéptalo). Todo en la cinta está contado en voz baja y este aspecto social no podía ser menos: como sabemos, las nuevas tecnologías han evolucionado espectacularmente de 2002 a 2013 y buena cuenta de ellos se va dando a base de pequeños detalles.
El detalle. Eso es lo que importa a Linklater. En Boyhood (Momentos de una vida) apenas hay momentos de intensidad dramática, no hay grandes sucesos, no hay giros de guión, no hay hitos. De hecho, siguiendo las pautas predominantes en el cine actual es una película totalmente experimental en cuanto a sus formas narrativas. O como un vago mental diría, en Boyhood no pasa nada. Pero esa ha sido siempre la habilidad de Linklater: proponer contar las cosas de otra manera, siguiendo otros patrones. Cierto es que a veces ha fracasado (A Scanner Darkly) pero siempre ha mantenido su condición de cineasta arriesgado, buscador de nuevos lenguajes con los que transmitir sus ideas.
Como no podía ser menos, tamaña empresa debe ir acompañada de un plantel actoral que te saque las castañas del fuego: Ethan Hawke ya es un viejo conocido de Linklater, siendo la Trilogía Before su colaboración más conocida, y aquí interpreta a un padre guay que va contemplando el crecimiento de sus hijos desde la distancia de verlos una vez cada quince días; Patricia Arquette por su parte encarna a la madre de Mason y se torna en prácticamente la piedra angular que consigue que Boyhood (Momentos de una vida) no se venga abajo. La actriz aporta toneladas de verdad a un personaje que es el que más tiempo está en pantalla con Mason y el que tiene una evolución más fuerte: de madre divorciada a la que su hijo mira con cariño pero tristeza, llegará a conseguir la admiración de Mason cuando sea un hombre adulto. La dinámica de conocimiento entre madre e hijo se basa en la mirada que los otros posan sobre ella; así es como Mason va conociendo a su madre: a través de lo que los demás dicen de ella y no a través de lo que él ve.
Boyhood (Momentos de una vida) se centra en muchos detalles y acontecimientos que no vemos, como cuando el personaje de Arquette enumera todos aquellos momentos importantes de la vida de Mason pero que en realidad no hemos visto: la película de Linklater desvela así otra de sus estrategias, la construcción de unas identidades que son fusión de lo presente y lo no-presente, es decir, lo que el cineasta decide mostrarnos y lo que sus personajes cuentan sobre ellos mismos y los demás. Ambos padres, y los adultos que rodean a Mason, hablan sobre como ven la vida mientras el chico los observa con cara de no entender nada. El joven no alcanza a entender cómo estos adultos que saben tanto y le dan tantos magníficos consejos no son capaces de aplicar estos mismos a su vida que, en la mayoría de los casos, está bien cerca de la insatisfacción.
Un último punto, aparentemente extracinematográfico, que creo conveniente señalar es el componente de entrega personal, no solo profesional, que Boyhood (Momentos de una vida) representa: confiar y hacer confiar a cientos de personas de equipo de que esto es una empresa factible, que acabará saliendo bien y que, finalmente, se entregará de manera desinteresada algo bello a la humanidad. Son de esas cosas que le hace mantener a uno la esperanza en el ser humano, en sus capacidades y sus compromisos. Que más allá de egos, taquillas, premios y demás banalidades sigue existiendo la responsabilidad del artista por regalar una obra de arte que consiga pulsar el alma de los espectadores. Boyhood (Momentos de una vida) es una película única, tanto en su concepción como en su desarrollo, un callejón sin salida en el mundo del cine. Nunca se podrán reproducir logros de Linklater en una obra que supera su propio concepto para erigirse en una de las películas más importantes de lo que llevamos de siglo.