Revista Cocina
En Cantabria la Naturaleza es espléndida para todo. Es espléndida al regalarnos paisajes coloreados de un verde intenso que sólo figura en la paleta imaginaria que utilizó al pintar también, a Asturias y Galicia. Ese verde, -producto del derroche anual de líquido elemento-, no es comparable con ningún otro de nuestra multicolor península ibérica.
La arena de nuestras playas no tiene la blanca palidez de las del Caribe, sino la fuerza y la intensidad del amarillo del oro de 24 quilates.
Mucho podemos presumir en nuestro país de costa y playas, así como de la variedad y el contraste brutal que existe entre el Levante y el Norte.
En Málaga están muy orgullosos de sus playas y ya sea La Malagueta o la playa de La Caleta, son ejemplos del bien hacer de nuestra Madre Superiora, la Naturaleza.
Poblaciones como Nerja, Torremolinos, Estepona, Marbella, Benalmádena... etcétera, poseen lenguas de arena adaptadas para disfrute playero.
En Cantabria no conocemos esas arenas negras, tan típicas también en mi segunda patria chica, Canarias.
Aquí, la arena es arena; amarilla, brillante, sin sucedáneos, ¡¡leñe!!. Con destellos que parecieran provenir de minúsculos trocitos de diamantes que un gigante hubiera esparcido a manos llenas.
Nosotros tenemos la potestad de poder afirmar que puedes estar a las 9 de la mañana esquiando, (en Alto Campóo), y a las 3 de la tarde irte a la playa del Sardinero a tomar el sol, en un intervalo de 50 minutos en coche.
Pero toda esa vitalidad y energía incontroladas que la Naturaleza nos ha regalado, en ocasiones se desborda y manifiesta su liderazgo.
En cierta ocasión, volvían mis padres de una boda en Madrid en el mes de noviembre y la carretera más corta hasta Santander atraviesa el puerto de "El Escudo", otrora lugar de multitud de accidentes mortales. Eran aquellas carreteras de finales de los setenta; nada que ver con lo actual.
De repento comenzó a nevar de tal manera, que la carretera se cubrió con más de un metro de nieve y no se veía nada a través del parabrisas . Cuando mi padre se quiso dar cuenta, se había desviado de la carretera y el coche circulaba a duras penas debido a la cantidad de nieve acumulada y al no haber nadie que abriera camino.
Ateridos de frío, mis padres consiguieron llegar a una aldea que vieron en la lejanía y pararon junto al "bar-tienda-pensión-ferretería-bazar" típico de nuestros pueblos.
Allí había aparcados a la puerta varios camiones, que al verse sorprendidos por la copiosa nevada, habían preferido parar.
Imagino la entrada de mis padres en aquella casa de piedra de dos pisos y buhardilla, atestada de camioneros: él, con su cazadora de cuero marrón y su pelo a lo "Curro Jiménez", patillas incluídas y mi madre, espléndida, -como siempre-, y protegida del frío con el abrigo de pieles que había llevado para lucirlo en la boda.
Le pidieron al dueño unos cafés y le preguntaron si sabía lo que podría durar aquello.
Eran las 6 de la tarde y comenzaba a oscurecer. Querían llegar a Santander cuanto antes.
El dueño se sonrió y les dijo que aquello iba para largo y que si volvían a la carretera corrían el riesgo de quedarse allí, congelados.
Mi padre entonces le dijo que si alquilaba habitaciones, a lo cual el dueño de la casa le dijo que sí, que tenía dos habitaciones para alquilar, pero que se las había alquilado ya a dos de los camioneros que estaban allí.
Como mi madre no hacía más que temblar de frío y entre todo ese cúmulo de varones era muy difícil que no la hubieran visto, uno de ellos se levantó de la mesa y les dijo:
- Mire, he oído que quería una habitación y yo tengo una de las dos que hay.
Yo se la cedo para que la señora se pueda acostar y darse un baño caliente.
Mis padres agradecieron el detalle y tras sacar sus cosas de la habitación el camionero, se instalaron y bajaron para cenar algo.
Mientras tanto, el camionero estaba con otros y en un mometo dado, se dirigió hacia mi padre y le dijo:
- ¿Usted sabe jugar al mus? Es que aquí sólo hay dos que sepan y necesitamos otro para echar una partida.
(Mi padre ha quedado tres veces campeón provincial de Mus, con tres compañeros distintos. Ha jugado torneos nacionales e internacionales, ganando varios. Ha ganado dos veces el denominado "Concurso del siglo", con distintos compañeros... Vamos, que con los ojos cerrados, debería ganar a aquellos "aficionados").
Su contestación fue la siguiente:
- Bueno... Sí... Me enseñaron hace poco. Sé cómo se juega.
El camionero que les había cedido la habitación, abrió unos ojos como platos y dijo:
- Ya me podría usted hacer el favor de jugar conmigo, hombre. Juego mucho contra el dueño y no le gano nunca. Igual si juego con un novato de compañero, le gano una vez.
Mi padre, tras el favor que les había hecho aquél camionero, se vió obligado a jugar una partida con él de compañero y asintió.
- Bueno, pues venga, vamos a echar una partida. Nos jugamos una caja de botellas de "Fundador", a cuatro chicos. - Dijo el camionero -
Empezaron a jugar y allí pasaba algo raro. El "novato" ganó los tres primeros chicos, él solo. Terminaron cuatro a cero.
El camionero no salía de su gozo. ¡¡La primera caja de "Fundador" que le ganaba al dueño en su vida!! ¡¡Qué suerte habían tenido!!
Entonces, los contrarios, les pidieron revancha y como mi madre ya estaba en la habitación, puesto que no se había quedado a ver la partida, mi padre tuvo que consentir.
Acabaron a las 5 de la mañana. Ganaron 6 cajas de "Fundador", que hacen un total de 72 botellas de aquello que llamaban "brandy" y que mi padre, ni olía. Le dijo al camionero que él no las quería y que si estaba de acuerdo, se las perdonaba al dueño, pero... Aquél hombre había perdido demasiadas veces contra el dueño y su compañero y nunca le habían perdonado ni una, así que... "Aunque tenga que estar tomando "Fundador" hasta para desayunar, yo me las cobro", le dijo. Y así lo hizo: Cargó las 6 cajas a su camión, a la vista, -cansada del trasnoche y de rabia por la paliza-, del dueño y su compañero.
Al otro día mis padres salieron tras las huellas dejadas por los camiones con cadenas y pudieron volver a la carretera y llegar sin más contratiempos a casa.
No me quiero ni imaginar si por casualidad el dueño del bar vió posteriormente la foto de mi padre en la prensa, recogiendo alguno de los trofeos del campeonato provincial, pero por si acaso, mi padre ya me dijo que no iba a volver por ese bar para comprobarlo.
Y no lo hizo.