Un hombre secuestró al empleado de un hotel y le ató bombas al cuerpo para pedir la dimisión de la actual presidenta de Brasil. Mientras tanto, la lucha entre Rousseff y Marina Silva continúa cabeza a cabeza.
Un hombre toma a un rehén en Brasilia para pedir la dimisión de Rousseff. AFP.
Brasil vive horas tensas. La posibilidad de que una nueva candidata termine con casi 12 años de gobierno petista ocasionó una catarata de debates, discursos y horas de propaganda televisiva.
Tal vez esa misma tensión y un brote psicótico tengan que ver con lo que sea lo que llevó a Jac Souza dos Santos, un político de poca monta, a tomar un rehén en el hotel San Pedro de Brasilia para pedir la dimisión de Dilma Rousseff y colocarle en el cuerpo algo que presuntamente eran explosivos para amenazar con estallarlos.
El hombre apareció varias veces en el balcón del hotel, reclamando una nueva ley que impida a los candidatos con antecedentes de corrupción presentarse en las Elecciones Generales del 5 de octubre. Además, pidió la dimisión de la presidenta.
Los 300 pasajeros del hotel fueron evacuados y después de varias horas de negociación, se rindió.
El pedido fue infructuoso. Según las últimas encuestas, Rousseff ganará las elecciones del domingo, pero sin superar el 50% de los votos, por lo que deberá disputar una segunda vuelta frente a Marina Silva el próximo 26 de octubre.
En ese eventual ballotage, Rousseff sería reelegida con un 47% de los votos, contra el 43% de Silva.
Hace pocos días los números favorecían a Marina Silva, que supo aprovechar la ola de popularidad y notoriedad, hecha sobre la base de una campaña ambigua y la muerte de su anterior compañero de fórmula y candidato a la presidencia, Eduardo Campos.
Los datos juegan a favor de la actual presidenta, pero la volatilidad del electorado brasileño muestra que las cosas pueden cambiar rápidamente.
Con este panorama después de más de una década de gestión, el PT tiembla.
Por eso implementaron una “campaña del miedo”, paradójicamente, similar a la que los sectores más conservadores aplicaron frente a la candidatura de Lula da Silva en 2003. El PT dice, con bastante justicia, que Marina Silva cambió posturas que había adoptado al principio de la campaña para convencer al electorado. Además acusan a la candidata de no tener experiencia de gestión y de querer terminar con los planes sociales de Dilma. Hasta hicieron sobrevolar el fantasma de que la candidata evangélica gobernará a favor de su afinidad religiosa.
Silva, que no es lenta, aprovecha esto para hacer una contra-campaña.
Así, las dos candidatas suben la apuesta y la tensión también aumenta. Sobre todo en Brasilia, donde Incluso se habla de un éxodo, dado que más de 40.000 empleados podrían abandonar sus puestos con el cambio de gobierno.
Los escándalos de corrupción, la falta de planes claros de gobierno frente a una economía que se desacelera y el enfrentamiento a través de horas y horas de campaña desesperan a algunos, como Souza dos Santos, que se cansó y en un brote psicótico trató de crear un gobierno a fuerza de secuestros. El domingo, los brasileños decidirán por él.