"Está loca", sentenciaron maridos y familiares de la mayoría de las 34 mujeres que decidieron convertirse en operadoras de máquinas cosechadoras de caña de azúcar en el sur de Brasil, en un desafío al monopolio masculino avivado por la expansión del sector y la buena remuneración.
Pero cuando IPS habló con ellas, dejaron claro que nada va a detenerlas en su lucha por romper un tabú de la localidad de Guariba y otras muchas en el sureño estado de São Paulo: el de que no es tarea para mujeres el conducir las enormes máquinas, solitariamente y a veces de noche, por los cañaverales sin fin de la región. El embarazo de siete meses no impidió Rosana do Carmo, de 33 años y madre ya de otros tres hijos, el hacer el curso ofrecido por la Secretaria de Empleo y Relaciones del Trabajo (SERT) de Guariba, un municipio de 35.000 habitantes ubicado en la zona de mayor producción cañera de Brasil, a unos 300 kilómetros de la ciudad de São Paulo. Su anhelo es concluir antes del parto las clases teóricas, de cuatro horas las noches laborables. La parte práctica, con la cosechadora en pleno cañaveral, la dejará para cuando el bebe crezca un poco. Antes hizo otro curso para manejar tractores. Era "la única mujer entre 18 hombres" y soportó bromas como la repetida de "pies demasiado chicos para los pedales". Lejos de amilanarse, Do Carmo está decidida a conducir una máquina más grande y compleja, en busca de "dignidad y prosperidad". El curso para operar las cosechadoras es exclusivamente para mujeres. La actividad cañera emplea escasas mujeres y son ellas las que más sufren la desocupación por el proceso de mecanización de la cosecha, explicó a IPS el secretario de Empleo, José Roberto de Abreu. Muchas de las participantes son divorciadas que crían a sus hijos solas, en una zona donde la alta oferta de trabajo temporal atrae a trabajadores desde muchos confines, fomentando separaciones y nuevas parejas, acotó. Es el caso de Noemia Pereira de Melo, de 37 años y dos hijas, respetada por sus condiscípulas por su larga experiencia como cortadora. "Corto caña desde los 18 años", contó. Primero, siguió los pasos de su padre, que se trasladaba cada cosecha, y luego se estableció con su familia en Guariba. También ejerció otras funciones dentro de la industria azucarera, como soldadora, pero su sueño es operar una cosechadora. Ya hizo un curso, donde estaban "solo yo de mujer y 40 hombres", pero no recibió clases prácticas y no logró ser contratada. Ahora cree que tendrá suerte, porque una planta local empleará más mujeres. "Quiero dejar el corte de caña, evolucionar", sostuvo. Además, las muchas horas diarias con el machete le provocaron una bursitis "de la que mi brazo nunca se recuperó pese a los tratamientos", se lamentó São Paulo, el estado que produce 60 por ciento del azúcar y el etanol de Brasil, abolirá en 2014 la quema de cañaverales que facilita la cosecha manual, por un acuerdo entre su gobierno y la industria cañera. Eso obliga a sustituir por máquinas a los cortadores, que sumaban 140.000 el año pasado, según un estudio de la Universidad Estadual Paulista. Varias organizaciones públicas y privadas tratan de recalificar parte de los cortadores en tareas agrícolas e industriales más tecnificadas, lo que permitirá a los que lo logren tener empleos mejor pagados y permanentes, en lugar de los actuales ocho meses al año. Este primer curso impulsado por Abreu beca con el equivalente a 210 dólares a las 34 seleccionadas. Es una idea que tenía desde que asumió la SERT en 2009, después de trabajar muchos años en centrales azucareras como técnico agrícola, gerente de mecanización y capacitador. "Preveo deserciones, pero hay otras mujeres esperando cupo", comentó. La SERT ofrece también cursos para otras funciones dentro del sector cañero, como conductores de tractores y apiladores, y para otras áreas, como la construcción, la confección textil y la cocina industrial. La mano de obra local necesita calificarse para las nuevas ocupaciones, indicó Abreu. Sindicatos, plantas procesadoras de azúcar y etanol y empresas agroindustriales se sumaron también para impulsar juntos el programa Renovación, destinado a capacitar 7.000 trabajadores cañeros en nuevas funciones, dentro o fuera del sector. Las mujeres son la prioridad en los cursos organizados por la SERT, que capacitó 1.400 personas los últimos dos años. El objetivo es que las mujeres de Guariba no se vean forzadas a trabajar en el servicio doméstico en ciudades vecinas más ricas. Ahora hay 620 registradas como empleadas domésticas y unas 500 trabajan en Ribeirão Preto, capital de esta región cañera con 85 municipios y 50 plantas de azúcar o de etanol. Allí ganan unos 500 dólares mensuales, derechos laborales y fines de semana libres, al contrario de lo que pasa en Guariba. La alcaldía, además, subsidia 40 por ciento del costo del pasaje de la línea de buses que une a las dos ciudades, distantes 64 kilómetros. Un beneficio que no disfruta Cilia Maria Silva, de 57 años, residente en la vecina Pradópolis, que debe movilizarse una hora diaria para trabajar como doméstica en Ribeirão. Ella añora los cuatro años que trabajó en una central azucarera de su municipio, y solo se consuela con su cercana jubilación. "Faltan industrias y fábricas para generar más empleos" en Pradópolis y Guariba, sentenció, para explicar a IPS que envidia a los 8.000 habitantes de la vecina localidad de Dumont, porque gozan de pleno empleo, gracias a una fábrica procesadora de maní. "Lavar ropa de otros, jamás", descartó rotunda Rita de Cassia Cardoso, una de las más jóvenes entre las 34 aspirantes a operadoras de cosechadora. Con apenas 21 años, ya condujo camiones, produjo artesanías y realizó variadas tareas agrícolas en su natal estado de Mato Grosso del Sur, en el centro-occidental del país. Llegó a Guariba con su marido, obrero en una central de la zona, y con el curso dijo que avanza hacia "mi sueño desde niña: ser camionera de una planta". Pero asegura que no se quedará en eso, sino que estudiará agronomía, "para acompañar a la globalización. Su colega Rita das Neves, con 30 años y un hijo, ejemplifica el drama de los cortadores. Empezó a los 11 años, cuando "ni siquiera aguantaba el (obligatorio) protector del tobillo" por ser demasiado grande para ella. Su marido se daño la rodilla durante una cosecha y ahora cuida un bar familiar, mientras ella busca ascender dentro del sector. En cada grupo de 50 cortadores solo se admiten cuatro o seis mujeres, puso Neves como ejemplo de la discriminación que soportan en el cañicultivo. Y eso que "yo cortaba más caña que ellos", criticó. Neves estudió contabilidad, pero no logró empleo en el área "por no tener apellido (ser pobre)". También fue empleada doméstica, pero "preferí cortar caña", hasta ahora que, embarazada de tres meses, aprende a manejar grandes máquinas agrícolas. "En esto está mi futuro y el de mi familia, no tengo duda", aseguró.Por Mario Osava, enviado especialFoto: Operar una cosechadora de caña, el anhelo de un grupo de brasileñasCrédito: Mario Osava /IPSFuente: IPS