A apenas una semana y media de que comience el Mundial de Fútbol, todas las miradas se centran en Brasil, donde las protestas ciudadanas no hacen más que aumentar y los desalojos forzados de miles de personas ponen en cuestión la celebración de un evento de tan grandes proporciones.
No es una novedad que cuando llega el Mundial el mundo se detiene. O al menos el primer mundo. Durante un mes, se olvidan todos los problemas que acucian el planeta y ese espacio de tiempo se convierte en el caldo de cultivo perfecto para que se introduzcan nuevas políticas que ahoguen aún más a las personas. Pero, como hay fútbol, no importa. Ya nos preocuparemos después –cuando el daño esté hecho–.
Sin embargo, no es sólo la pasividad común de la ciudadanía lo que me trae a escribir este artículo, sino esa pasividad sabiendo que el Mundial de este año –como el de Sudáfrica de 2010 y otros– se celebra violando los derechos humanos y las legislaciones que protegen a las personas, como el derecho básico a la vivienda. Una vez más, los intereses económicos y empresariales aplastan cualquier derecho. En Brasil, desde el año 2011 se llevan a cabo desalojos forzados de miles de personas. La Articulación Nacional para la Copa del Mundo estimó que en doce ciudades se producirían entre 150.000 y 170.000 desalojos en masa de cara al Mundial y a los Juegos Olímpicos de 2016. Incluso organismos internacionales como la ONU ya mostraron su preocupación ante esta violación de derechos.
Por otra parte, las obras que se han llevado a cabo para mejorar los medios de transporte, aeropuertos, puertos, seguridad, turismo y otros sectores han costado 25.000 millones de reales –11.000 millones de dólares–, muy por encima de lo que se gastó, por ejemplo, en Sudáfrica y Alemania. Además, con la creación de la disposición gubernamental “Matriz de Responsabilidad del Mundial”, se permite un tratamiento especial de los proyectos en términos del proceso de licitación, así como de cuestiones relacionadas con los permisos ambientales. “Esta disposición permite justificar velozmente y sin tener que dar demasiadas explicaciones la violación de los derechos de los ciudadanos para la expulsión y el derrumbe de sus casas”, declaró al diario argentino Infobae la portavoz de la Articulación Nacional para la Copa del Mundo, Larissa Araújo.
Desalojo comunitario para la ampliación del aeropuerto de Porto Alegre. Fuente: UN Special Rapporteur on Adequate Housing.
El mayor atropello es el de los desalojos. Se comienza con “incentivos” para abandonar la zona, siempre utilizando el Mundial como excusa, según denunció Amnistía Internacional. Algunos de estos “incentivos” son cortes en los servicios básicos, amenazas, informaciones falsas, presión política y psicológica, etc. Una vez desalojadas, todas estas personas denuncian el desamparo al que han sido abocadas y haber recibido del gobierno una indemnización muy inferior al valor de los inmuebles.
Por si todo esto fuera poco, es interesante observar cuáles son las empresas patrocinadoras del Mundial y los socios de la FIFA: Coca-Cola, Adidas, McDonald’s… No es necesario explicar quiénes son y cómo hacen su trabajo.
Mucha gente piensa que el fútbol está apartado de la política y que nada tiene que ver disfrutar de este deporte con preocuparse por los asuntos sociales. Y es cierto. Pero, ¿qué sucede cuando para que podamos disfrutar del deporte tienen que ser desalojadas miles de personas y violados los más básicos derechos humanos? ¿Y cuando muchas niñas “harán su agosto” en el negocio de la prostitución? La prostitución en Brasil es legal desde los 14 años, lo que es una barbaridad. Además, la Corte de Justicia resolvió en 2012 que tener sexo con una niña de 12 años no es necesariamente una violación, ya que muchas trabajan como prostitutas.
¿De verdad no tenemos responsabilidad? Claro que sí, y la mejor respuesta es un boicot en masa en solidaridad con los ciudadanos brasileños, incluyendo los indígenas, que también se han unido a las protestas. La gente quiere sanidad y educación; el fútbol es para el tiempo libre, no una prioridad. La solución está en nosotros, aunque creamos que no podemos hacer nada. El problema, una vez más, es que, desgraciadamente, a la gente le gusta mucho apoyar las luchas sociales, siempre y cuando no tenga que cambiar sus costumbres ni gustos. Como sucede con el boicot a las grandes empresas textiles por la explotación a la que someten a sus trabajadores nacionales e internacionales. Pero si somos capaces de priorizar el disfrute de un deporte –como si no hubiera deportes dignos para disfrutar– por encima de los derechos humanos, tal vez no haya mucho que hacer.
IMAGEN: UN Special Rapporteur on Adequate Housing