Lo enterré bajo un grupo de robles de la huerta para que tenga sombra y cobijo, para que no le dañe el sol de plomo, ni el torrente de lluvia, ni el viento, ni las nieves del norte. Lo enterré con la cabeza mirando hacia el monte y las patas en dirección a la casa.
Senderos sin nombre y sin más rumbo que las ligeras cumbres de la Raya, el agua tibia del arroyo profundo y de nuevo la casa, siempre lleno de vigor, con la nariz pegada al suelo, el corazón en vuelo de entusiasmo y el rabo roto en constante aleteo. Los castaños, los pinares, las jaras conocían su respiración, sus pisadas y aún el aroma de su rizado pelaje.
Brauni comenta a Blanquito cuestiones de interés durante nuestros paseos.
Brauni era el explorador de nuestros paseos. Quedan dos lomas para llegar al Piricueto, nos indicaba a Blanquito y a mí mientras con sereno paso avanzábamos entre los pinos de Portugal y las jaras de España. Dentro de sesenta respiraciones encontrarás la caseta de La Emboscada… Nunca contaba la distancia en kilómetros, para él no tenía mucho valor esta medida de longitud.
Ruinas de antiguo molino por el arroyo de Moveros. Hasta sus antiguas piedras con condujo Brauni en diversas ocasiones.
Brauni caminaba en círculos, en espiral, en meandros interminables que conducían cada cierto tiempo a nuestro lento paso lineal. Llegaba con un trote apenas audible a compartir el silencio de nuestra ruta, sus ojos azules llenos de ilusionada energía y el eterno movimiento de su reducido rabo henchían de ternura mi corazón.
Brauni llega con un trote apenas audible, me mira con azules ojos llenos de ilusionada energía.
Brauni se me ha muerto. Se me ha muerto, sí y me ha dejado desgarrada el alma. Porque se murió para él, pero también para Blanquito y para mí. Cada uno nos morimos para alguien, seguramente nos morimos más para otros que para nosotros mismos porque mientras vivimos años sobre la tierra, vamos siendo menos de nosotros mismos, vamos entroncando más con la naturaleza, hasta llegar a ser para nosotros acaso poco más que un sueño, hasta diluirnos en la eternidad completamente; y entonces nos morimos para quienes están cerca, para quienes comparten nuestras ilusiones, nuestras sonrisas, nuestra luz, para quienes nos recuerdan con ternura, pero ya no nos morimos para nosotros porque ya estamos integrados en las estrellas, en la luz, en la eternidad…
He pasado por la tumba de Brauni. Han prendido los lirios que planté en su cabecera.
Javier Agra