Aguas tranquilas en los fiordos noruegos en 1959 (Foto: R. Aga)Hace un año, en un solo día, un obsesionado de la extrema derecha, Anders Behring Breivik, sembró el pánico en este oasis de paz. Mató a 77 noruegos, 8 con una bomba en Oslo y después a 69, disparando a lo loco en un campamento a jóvenes laboristas en la isla de Utoya. Ahora, un año después, Breivik ha aceptado con una sonrisa la sentencia de 21 años de cárcel (prorrogables). Breivik no está loco ni lo estaba en julio de 2011. Estaba “en su sano juicio” cuando mató. Y sigue convencido de sus “ideales” mostrándolo con un saludo fascista cada vez que entra en el tribunal. El jefe de la policía ha dimitido porque intervinieron tarde, porque en Noruega ni los policías estaban acostumbrados a cosas así. A Breivik le han impuesto 21 años de cárcel, o sea solo unos tres meses por cada víctima. La justicia noruega ha sido muy generosa con Breivik. A un tipo así le habrían condenado en España a más de cien años.En El Correo viene hoy un artículode Ander Carazo, quien habló con algunos noruegos, entre ellos Ingrid Ramsøy, una joven antropóloga noruega que forma parte del grupo de pensamiento ICARO Think Tank de la Fundación Novia Salcedo. Según Ingrid la masacre ha hecho perder a la sociedad noruega parte de su «inocencia congénita», que en términos de la RAE es un “estado connatural del alma limpia de culpa”. Quiero esperar que Noruega pueda recuperar su alma, que conocí en 1959.
