Fraternidad. Bajo este concepto, rizando el rizo y estirando el chicle, pueden caber tantos significados como individuos interesados en roturar su campo semántico y abonar su exquisita polisemia. De este modo, en ocasiones –como digo, forzando la máquina semántica-, fraternidad puede venir a significar no ya realidades suburbicarias a dicha voz sino, incluso, sus antónimos.
Un muy querido Hermano andaluz de gran cachaza y sano humor irónico, poseedor de un historial masónico casi tan vasto como el de Anderson y Désaguliers en fila india, de vez en cuando explica gráficamente, a modo de caricatura, cómo algunas personas entienden –malentienden- la fraternidad masónica: nos da un abrazo, amagando con la mano derecha una puñalada por la espalda. Luego, este Hermano se ríe. Ciertamente, se trata de una caricatura pero, como toda caricatura, tiene una chispeante, ácida y lamentable base real.
Fraternidad no es hipocresía: no es abrazar como la boa constrictor. Fraternidad requiere de Hermanos y Hermanas, no de agresores, victimarios y víctimas. Hay quien entiende la fraternidad como asesinar con una sonrisa o, llegado el caso, dejarse matar con rostro bonancible. No.
Fraternidad es abrazar, acoger a los Hermanos y Hermanas. Pero de ningún modo ser fraterno implica permitir que los agresores continúen ejerciendo su oficio: agredir. Fraternidad es poner en verdad. Fraternidad es, en esta coyuntura, defensa, legítima defensa.
La Fraternidad de la tríada masónica es trabajar por ser Centro de Unión. Y todo centro, como bien se sabe, atrae e irradia. Es pura ley física: fuerza centrípeta, fuerza centrífuga.
De cualquier modo, ¡viva la semántica!
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