Nada más alejado para aproximarnos al significado real de la religiosidad antigua que nuestro actual concepto de religión. Estamos acostumbrados a entender la adhesión a una religión como una elección personal que excluye por sí misma la posibilidad de participar en cualquier otra. Ya desde su origen, las principales religiones contemporáneas de occidente –el judaísmo, el cristianismo y el islamismo– han presentado un insistente carácter autodefinitorio, así como un énfasis permanente en la delimitación de una religión frente a las otras. Esto no pasaba en el mundo precristiano: Las distintas formas de culto de la antigüedad nunca fueron mutuamente excluyentes, incluso en los casos de dioses nuevos y extranjeros en general y en la institución de los misterios en particular. Eran distintas variantes, corrientes o alternativas dentro del conjunto único y homogéneo de la religión antigua.
Hablar de “religiones mistéricas”, como se hizo frecuentemente hasta los 80s aproximadamente, ya no resulta viable. Ni los misterios báquicos ni la iniciación en Eleusis, o los cultos de Isis o Mitra, tienen nada que ver con la adhesión a una religión en el sentido arriba mencionado. Existen numerosas diferencias entre ellos que nos impiden englobarlos bajo una única categoría. Pero es posible mostrar que pese a la magnitud de la diversidad se observan algunas constantes. Por razones de espacio abarcaremos sólo cinco modalidades (a nuestro criterio las más importantes) de los cultos mistéricos antiguos, comenzando por el más arcaico de ellos y más extendido en sentido territorial: El culto de Dioniso.
Baco, Caravaggio, oleo sobre lienzo, 1598 ?
Al popular dios del vino y el éxtasis se le rendía culto en todas partes. Cualquier bebedor podía enorgullecerse de ser adorador de este dios. La tablilla de Hiponion, que menciona a los mystai y los bakchoi en su “camino sagrado” al otro mundo, da cuenta de la existencia de misterios dionisíacos, iniciaciones personales secretas con la promesa de la felicidad eterna en el más allá. Pero en contraste con los misterios eleusinos (sólo practicados en Eleusis), no parecen haber tenido un centro localizado de celebración. Los misterios de Dioniso aparecen por todos lados desde el Mar Negro hasta Egipto y desde Asia Menor al sur de Italia. Los más famosos, paradójicamente por su mala fama, fueron las Bacanales de Roma e Italia, reprimidas brutalmente por el senado romano en 186 a. C. El fresco de la Villa de los Misterios, en Pompeya, es el documento artístico más fascinante sobre los misterios báquicos, data de la época de Cesar. A veces se relaciona con estos misterios el mito del desmembramiento de Dioniso, pero no es seguro que se aplicara a todos ellos. Otro problema recurrente es el del vínculo del culto al dios con los textos y grupos “órficos”, aparentemente surgidos del mítico Orfeo, el cantor.
Senatus consultum de bacchanalibus, de 186 a. C. Reproducción de la tablilla de bronce encontrada en 1640, en Tiriolo (Calabria, Italia), con el Decreto senatorial sobre la prohibición de las fiestas bacanales y el castigo de la pena capital para sus organizadores. La original se encuentra en el Museo de Historia del Arte de Viena
Fresco de la Villa de los misterios en Pompeya (primera mitad del siglo II a. C.)
Los misterios de Eleusis estaban dedicados a las “Dos Diosas”: Démeter, diosa del trigo, y su hija Perséfone, conocida también como Ferefata o “la Doncella”, Core. Eran organizados por la polis de Atenas y supervisados por el archon basileus, el “rey”. Fueron los misterios por excelencia de los atenienses, y la fama literaria de Atenas se encargó de que pasaran a la posteridad. Existe además documentación importante procedente de la iconografía, las inscripciones y las excavaciones. El conocido mito narra la búsqueda de la diosa Démeter de su hija Perséfone, que había sido raptada por Hades y llevada al inframundo. “La Doncella” consigue finalmente regresar a Eleusis pero por un período de tiempo limitado, para luego volver al inframundo. Es entonces cuando los atenienses celebraban los Mysteria, el gran festival de otoño, con una peregrinación que se iniciaba en Atenas y terminaba en Eleusis. Allí culminaban los festejos en la sala de iniciaciones (telesterion) por la noche, y el hierofante revelaba “las cosas sagradas”. Démeter favorecía a la ciudad con dos dones en Eleusis: el trigo, como base de la vida civilizada, y los misterios, que llevaban en sí la promesa de las “mejores esperanzas” para una vida futura bienaventurada. Como hemos dicho antes, estos misterios sólo se celebraban en Eleusis y en ningún otro sitio.
La Diosa Madre de Asia menor (Mater Magna, en latín) era llamada por los griegos Méter. Mucho tiempo antes de la escritura se puede encontrar el culto a una Diosa Madre en Anatolia, remontándose hasta el neolítico. Su nombre frigio, Matar Kubileya, fue el más influyente para los griegos. Se la llamó Kybeleia o Kybele en griego, pero fue más conocida como “Madre de la montaña”, a veces con el agregado del nombre propio de una montaña local: Méter Idaia, Méter Dindimene… En este culto llamó la atención principalmente la institución de sacerdotes eunucos, los galloi, autocastrados que vivían sobre todo en Pesinunte. El correlato mitológico de estos sacerdotes es Atis, el paredro amante de la Madre, que es castrado y muere bajo un pino. En el año 204 a. C., el culto fue llevado a Roma por orden de los oráculos y se expandió luego a partir de allí. Tuvo varias formas de ritos personales y secretos (teletai y mysteria); la forma más espectacular conocida fue el taurobolium (conocido desde el siglo II d. C.), donde el iniciado permanecía en cuclillas dentro de un pozo cubierto con vigas de madera sobre las que se daba muerte a un toro y quedaba empapado por la sangre que manaba a borbotones del toro.
Los griegos siempre dieron mucha importancia a los dioses egipcios, pero entre ellos destacaron Isis y Osiris desde la época arcaica en adelante. Desde el principio los identificaron con Démeter y Dioniso respectivamente. Los santuarios de los dioses egipcios, con sacerdotes egipcios o egipcianizantes, se establecieron por todas partes. El mito base de este culto es conocido principalmente por el libro de Plutarco, De Isis y Osiris. Relata la muerte de Osiris desmembrado por su hermano Set, buscado, encontrado y reunido por Isis, que luego concibió y dio a luz a Horus. En el último libro de El asno de oro, de Apuleyo, el texto sobre misterios más extenso que disponemos de la antigüedad pagana, están descritos los misterios de Isis.
Por último, imposible dejar de reconocer a Mitra. Deidad indoirania muy antigua, atestiguada ya en la Edad de Bronce y venerada desde entonces por todas partes donde la tradición irania ejerció influencia. No tenemos información de los misterios característicos de Mitra antes del 100 a. C., y no deja de ser problemática la manera en que se fundaron o su relación exacta con la tradición irania. Estos misterios se celebraban en cuevas subterráneas por pequeños grupos de varones que se reunían delante del mitreo (representación de Mitra dando muerte al toro que ocupaba el ábside de la cueva) para la comida sacrificial y las iniciaciones. Era un culto exclusivo del sexo masculino. En especial contaba con numerosos adeptos entre los soldados y oficiales romanos, aunque también se sabe de algunos comerciantes que practicaron el culto. El mito no nos ha sido transmitido por la literatura, pero la iconografía mitraica es sorprendentemente uniforme. Había siete grados de iniciación: Córax, Ninfis, Miles, Leo, Persa, Heliodromo y Pater. Un último título parece aludir a la autoridad central: pater patrum. Para inaugurar un nuevo Mitreo, debía estar presente un pater. Así, el mitraísmo estaba dirigido por un sanctissimus ordo, lo que explica la llamativa uniformidad de los santuarios y la iconografía. Se extendió el culto desde el Rin al Danubio y de allí a Dura-Europos, y hasta África. La movilidad de las legiones romanas fue sustancial para la expansión del mitraísmo.
Fuente
Walter Burkert, Cultos mistéricos antiguos, Madrid, Trotta, 2005. ISBN: 978-84-8164-725-9