Revista Cultura y Ocio

Breve historia de la fiesta del Corpus Christi en Valencia (I)

Por David Herrera @vlchistorytour

Durante varias centurias esta fiesta religiosa del culto cristiano se ha mantenido como una de las más importantes en el calendario católico. Habría que empezar definiéndola. Se trata de un tributo público y solemne a la Eucaristía de cada iglesia que tiene como acto más notable una procesión.

En este desfile recorren las calles un número considerable de gente y todas las corporaciones de la ciudad, cantando himnos, interpretando danzas, misterios, etc.

En un principio, se estableció el jueves siguiente a la octava de Pentecostés, es decir, que dependía de la Pascua, por tanto, no era ningún día fijo. Con el transcurrir de los años y la venida de la economía industrial se pasó al domingo siguiente del jueves que correspondería, para no entorpecer la actividad laboral, como ha llegado a nuestros días.

Los orígenes de esta fiesta hay que buscarlos en la ciudad de Lieja, Bélgica, en 1246, ciudad influida por grupos laicos que renovaron la espiritualidad de la época, que daban más importancia a la Eucaristía.

Casi dos décadas después, el papa Urbano II, antiguo arcediano de Lieja, instituyó formalmente la fiesta del Corpus Christi y, poco a poco, se fue extendiendo sobre destacadas ciudades europeas, convirtiéndose en una fiesta mayor mediante indulgencias y relatos sobre milagros.

En lo que respecta a Valencia, las primeras referencias se remontan a 1326, cuando aparece en una lista de fiestas a respetar por el Consell cada año. Sin embargo, la gran procesión por la que se identifica la festividad no se celebraría hasta 1355, por iniciativa del obispo de la ciudad, Hug de Fenollet.

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Años más tarde (1372), la fiesta retomaría cierto empuje gracias al nuevo obispo Jaume d’Aragó, con una crida pública anunciando una única procesión, ya que hasta la fecha se realizaban varias por diferentes parroquias.

A partir de estos años (1380-1425), coincidiendo con una mejora económica y basándose en las entradas reales y su ritual, se fue transformando en la procesión que causó sensación.

Para ello, no se escatimaron gastos, se dedicaron unas doscientas libras anuales de las arcas públicas y se coordinaron los jurats y los cuatro prohoms (prohombres). Asimismo, se estableció un orden que reflejaba la jerarquía y la dignidad de los diferentes estamentos y se cambió el recorrido en varias ocasiones.

Por las mismas fechas aparecen elementos alegóricos, como, por ejemplo, un grupo de cantores acompañando el desfile con las caras tapadas e instrumentos de cuerda. Después se multiplicará su número que darán lugar a ángeles, santos, apóstoles, patriarcas, profetas… y animales como serpientes, águilas, dragones, diablos… La mayoría de estos personajes aparecen relacionados o con objetos y atributos que recuerdan sus actos, pasajes de su santa vida o relatos conocidos como “la serp e l’arbre sec” (“la serpiente y el árbol seco”) con Adán y Eva.

En otro plano, la comitiva tenía un carácter cívico-político, ya no sólo en su organización, sino en otros aspectos. La presencia de magistrados elegidos poco antes, en Pentecostés, indicaba su reconocimiento ante la sociedad, y su muestra pública de su juramento a su cargo ante las autoridades.

Otros elementos que se añadieron fueron los entremeses, les Roques (Rocas) y las danzas.

En primer lugar, los entremeses fueron adaptaciones de las que ya se realizaban en las entradas reales, en principio, figuras de bulto, relativas a pasajes bíblicos o de santos que se ubicaban en unas armazones de madera en forma de peñón llamadas roques. Estos monigotes fueron sustituidos a principios del siglo XV por actores. Los encargados de las representaciones eran sacerdotes y religiosos de los conventos de la ciudad, que acabaron convirtiéndose los entremeses o misteris. En la actualidad se conservan tres.

 

Para saber más: Calendario de las fiestas de la Comunidad Valenciana. Primavera. En su capítulo dedicado al Corpus Christi. Antonio Ariño Villarroya. Bancaja, 1999. Valencia.


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