Revista Libros
Resulta beneficioso que, de vez en cuando, acudamos a libros donde se nos trata de explicar el pasado, como forma de entender mejor el presente y calibrar el futuro. Es lo que ocurre con esta Breve historia de las Cruzadas que ha escrito el periodista Juan Ignacio Cuesta y que, con un lenguaje claro, una documentación exquisita y una selección de episodios francamente notable, consigue sintetizar lo que fueron las ocho expediciones que, durante la Edad Media, se organizaron con el fin de rescatar los Santos Lugares de un dominio que no era cristiano y que se consideraba ignominioso.
Todo el volumen está redactado con eficacia, y se vertebra en tres bloques de nítida configuración: en primer lugar, se efectúa un análisis pormenorizado de los antecedentes históricos e ideológicos que llevaron a ejecutar estas incursiones bélicas (donde el interés político se superponía a cualquier otro factor, como explica Juan Ignacio Cuesta en sus líneas); después, se procede a un análisis escrupuloso, ordenado y elegantemente breve de las órdenes militares que se involucraron en el proyecto (con especial atención a los Templarios, su simbología y sus seculares misterios, aún no aclarados del todo); y, por fin, se aborda un resumen de las ocho expediciones.
De este último apartado yo recomiendo especialmente los análisis que realiza el autor acerca de las figuras de Leonor de Aquitania ("Madre de la cultura europea", la llama en la página 114), del Viejo de la Montaña (al que etiqueta como precursor de los actuales terroristas suicidas) y del conocido Ricardo Corázón de León (del que señala con risible ironía desmitificadora que "no era muy amigo de gobernar y sí de ciertos placeres prohibidos", p.135). También resulta muy ilustrativa la forma en que explica el exterminio inmisericorde de los cátaros y el afianzamiento del misterio del santo Grial (en la cuarta cruzada).
Una serie de mapas y planos que aparecen al final del tomo como anexos completan esta propuesta interesantísima, que nos permitirá conocer mucho mejor los entresijos de la Edad Media, que queda expuesta con meridiana diafanidad. El único inconveniente que presente el volumen son algunos errores más bien aparatosos en el terreno ortográfico; por ejemplo, cuando se nos habla de las "afrentas infringidas", en lugar del correcto "infligidas" (p.17), de un san Bartolomé al que quitándole la piel lo dejan "deshoyado" (p.70) o del filósofo Raimundo Lulio, al que se identifica como "mayorquín" (p.182). Lo demás, absolutamente recomendable.