Para comenzar a hablar del idioma galés, debemos hacer un retroceso en el tiempo, en concreto hasta el siglo VII a.C., donde los pueblos celtas comenzar a llegar a las costas británicas. Mientras que los Goidel se asentaron en lo que hoy conocemos como Irlanda, los Brythoniaid decidieron quedarse en los territorios de Gales, Inglaterra y Escocia meridional.
Tras la llegada de los romanos y la influencia del latín sobre el recién formado galés, jutos, anglos y sajones comenzaron a invadir el territorio, produciendo una división del lenguaje. Podemos encontrar la versión más antigua en el texto original que narraba la epopeya del famoso Rey Arturo.
Los celtas se vieron obligados a aislarse cada vez más, a causa de las diferentes invasiones que las islas británicas sufrieron durante esos años, produciendo variaciones dialécticas como el gaélico, el córnico y el bretón. Gales, por otra parte, desarrolló lo que hoy conocemos como galés.
Sin embargo, el galés no hubiese llegado hasta nuestros días de no ser por el obispo William Morgan, quien se impuso la tarea de traducir la Biblia a este idioma. Por otro lado, Gales se adelantó a Inglaterra en la hora de crear un sistema de enseñanza pública.
Durante el siglo XIX y parte del XX, el gobierno británico cortó la enseñanza del idioma galés en los colegios, siendo considerado un estigma el mero hecho de conocerlo.