Ahora bien, cuando el budismo arribó a tierras niponas, esta se convirtió en una de las mortales amenazas para la religión nacional, los japoneses ya adoraban a sus dioses en distintos templos o santuarios y conforme pasó el tiempo, familias o clanes tenían un dios favorito o particular que las distinguía una de otra. No fue sino hasta el siglo VII d.n.e. cuando el emperador unificó al país y colocó a la diosa-Sol, llamada Amaterasu Omikami como una deidad de carácter nacional y principal. Para terminar de acomodar las cosas, la figura del emperador así como todo su linaje, afirmó que era descendiente de aquella diosa. Es más, en el siglo VIII d.n.e. se crearon los escritos del sintoísmo: el kojiki y el nihon shoki, los cuales terminaron por reforzar esta creencia.
Estos textos, por lo general, contenían mitos, los cuales relacionaban a la familia imperial con los diferentes dioses. De todas maneras, están muy lejos de ser considerados una especie de Biblia del sintoísmo. Antes de llevar a cabo un rito de unión a los dioses, el sintoísta común debe purificarse de todo pecado. Existen dos métodos el oharai, el cual es una rama del árbol sakaki y debe ondearse por delante de la persona u objeto, y por otro lado tenemos el misogi, algo similar pero esta vez con agua.
El sintoísmo frente a otras religiones
El budismo tuvo mucha repercusión cuando llegó a Japón y a pesar de que hubo una fuerte oposición, algunos nobles, como el príncipe Shotoku, abrazaron esta nueva fe y así se generó tolerancia hacia esta práctica conforme fueron pasando las décadas. Al igual que con el confucionismo y el taoísmo, el sintoísmo mezcló alguna de sus prácticas y creencias con el budismo, por lo cual podemos decir que era una religión bastante “adaptativa” a las circunstancias desde tiempos inmemorables. Por ejemplo, los pacíficos monjes budistas hicieron que el budismo y el sintoísmo se fusionen, y así surgieron santuarios que eran templos. Quizá lo positivo de todo esto es que no surgieron prolongados conflictos religiosos.
En los siglos siguientes, el aislacionismo de Japón con respecto a los demás países, hizo que el país fortalezca sus creencias de nación gobernada por una familia divina (a pesar de que los señores feudales eran los que tenían el control del país y dirigían las guerras), cuyos dioses le favorecían, como en aquella ocasión en la que se salvaron de una invasión mongola a causa de unos fuertes vientos que ocasionaron tormentas tan grandes que devastaron toda la flota extranjera. Se llamó a este fenómeno natural, kami-kaze, o viento divino (también algo así como tormenta divina), acorde a las costumbres sintoístas. Así entonces, con el correr de los siglos los dioses sintoístas continuaron siendo fuertes por sobre las otras religiones, como el budismo, cuya doctrina era interpretada sólo como una manifestación local y temporal, una iluminación bienintencionada, pues recordemos que el budismo es claramente agnóstico.
El Sintoísmo hacia los últimos siglos
Con el tiempo, los teólogos y sabios del sintoísmo sintieron que la religión se había visto contagiada con elementos de otras importadas, como el citado budismo o hasta el confucionismo. Por tanto, creyeron conveniente volver a las tradiciones más antiguas y arraigadas. A esta tendencia se le conoció como Sintoísmo de Restauración siendo uno de sus principales dirigentes Norinaga Motoori. Ensalzó aún más a la diosa-Sol, y se encargó también de crear una religión de sumisión, en la cual los feligreses no debían cuestionar el dogma, sino simplemente aceptarlo.
Uno de sus seguidores fue Atsutane Hirata, quien para purificar el sintoísmo aún más no se le ocurrió mejor forma que fusionar algunas ideas con las del cristianismo apóstata. Así un dios de la religión japonesa conocido como Amenominakanushi-no-kami, fue asemejando con el dios cristiano, pues se le intentó atribuir cualidades creadoras, con dioses subordinados a su voluntad. Estos eran dos, uno el Takamimusubi (alto-productivo) y el Kami-musubi (divino productivo).
De todas maneras, sin querer, Hirata había insertado algún tipo de monoteísmo en el sintoísmo. Su doctrina sirvió para traer abajo directamente a los dictadores samuráis o shogunes, y así restaurar al emperador como la máxima figura de gobierno en el Japón; era por entonces 1868.
Entonces el sintoísmo consiguió el definitivo respaldo estatal, donde el emperador era visto como un descendiente directo de la diosa-Sol Amaterasu Omikami. Prácticamente pasó a ser un dios que habitaba en la tierra y que definió el carácter del pueblo japonés en las próximas décadas. Otro aspecto importantísimo de esta etapa fue el reconocimiento de la carencia de un libro sagrado para la religión, y así en 1882, el emperador Meiji, emitió un documento imperial a todos los japoneses, en el cual se hacía hincapié al deber que cada individuo de pagar sus deudas y/o obligaciones para con él mismo, es decir el emperador-dios. El 30 de octubre de 1890 además agregó a este rescripto imperial algunos puntos en lo referente a la educación el cual en ocasiones es sencillamente llamado por separado como Rescripto Imperial sobre la Educación.
Es decir, que con este gran cambio, los japoneses iban a ser instruidos en sus creencias desde la edad más temprana. De ahí en más ellos vivirían para y por el emperador. Ahora bien, el sintoísmo estatal impulsado por la familia imperial era el principal del país y el que se hacía ineludible para cualquier japonés, pues al menos se cree que existían unas trece sectas más de aquella religión. Obviamente al tener una religión tan estricta y hasta fundamentalista, pronto generó que la nación japonesa engendre una tendencia a justificar una expansión del espacio vital, demasiado reducido para una población de varios millones de habitantes.
Esta premisa de expandir la religión y la figura del emperador a todo el mundo, fue aprovechada por los militares nipones y sumado a la enseñanza de Motoori con respecto a obedecer incondicionalmente, terminó por completar el cuadro religioso que dio origen a la mentalidad del japonés promedio entre finales del siglo XIX e inicios del siglo XX. La misma se mantuvo hasta que Japón fue aniquilado en la Segunda Guerra Mundial. Tras el conflicto, el pueblo japonés cayó en una verdadera incertidumbre, pues aquella lucha en la cual millones de vidas se habían sacrificado (incluida la heroica y a la vez triste gesta de los pilotos kamikazes), había valido sólo para nada. El país estaba en ruinas y el emperador apenas y pudo conservar el trono.
Cuando los aliados invadieron Japón y la ocuparon, si bien decidieron que el monarca de entonces, Hirohito, conservara su puesto, le obligaron a reconocer que no tenía ascendencia divina. Desde entonces, se podría decir que el sintoísmo perdió la fuerza que la Era Meiji le había otorgado, y si bien varios millones de personas en Japón afirman ser de esta religión, son muy pocos los que actualmente siguen sus preceptos por fe, y lo hacen más por tradición.