Revista Cultura y Ocio

Breviario de vidas excéntricas/ 16 / Isaac Arriaga

Por Calvodemora

 El libertino Isaac Arriaga, nacido Conde de Villamediana, otrora latifundista, pintor ocasional, conferenciante local y aficionado a las etimologías, sedujo a tantas mozas y mozos que su miembro, con fama de enorme como regia fusta, se le descolgó una noche furiosa de su base y, rebotando muslo abajo, terminó en el suelo, junto a las zapatillas de paño con borlas y su gran escudo familiar, el del león rampante acometiendo el derribo, a fuerza de zarpazos, de las almenas de una fortaleza. Como quiera que el sueño en Isaac Arriaga era de naturaleza pesada y convulsa, el estrago no le despertó y el caño de sangre que copiosamente manaba del tajo abierto le envió a otro sueño todavía más intenso y, a la postre, trágico. Fue la doncella Casandra Buenaventura quien, al llevarle, como cada mañana, el desayuno a la  cama, vio aquella cosa sanguinolenta en el suelo y una mancha roja, que rivalizaba con el estampado carmesí de la alfombra. 

El párroco de la villa, gran amigo de la familia y hombre de mundo, había hecho la solemne predicción de que el señor Arriaga no partiría con Dios sino que hablaría de tumultos y de pecados una eternidad lujuriosa con el mismísimo Diablo, pero ni él mismo (hasta que vio su cadáver) tuvo exacta conciencia de la verdad de sus vaticinios. Dios, que condena la concupiscencia y avisa sobre la debilidad de la carne, habría borrado de un solo gesto castigador el  instrumento de la infamia, la mentula monstruosa. Cuestión aparte, y Dios no se involucra en minucias, es que tras el miembro cercenado manase un caudal insoportable de sangre por el que, en torrente, fluya, en fuga, la vida.  

El miembro libertino de Isaac Arriaga fue recogido por Ignacio Buendía, un lacayo de la casa, de modo que, tratándolo como lo hizo, con mimo y maneras, lo recuperó si no para el fornicio y el estipendio venereo, sí para la exhibición y la admiración pública. “La taxidermia consigue éstos y otros prodigios”, solía comentar a quienes le felicitaban por su trabajo. El miembro puede todavía observarse en un caja de ébano e incrustaciones exóticas no mayor que un antebrazo y finamente revestida de un repujado costoso y muy agradable al tacto y a la vista. Circula el rumor de que hay noches en las que la parte sacrificada huye de su cautiverio y, sin concurso de otro  organismo, recorre, como espectro alado, las calles y, de rondón, con alevoso anhelo, preña mozas y mancilla honores de efebos de muy probada candidez, pues sabido es que no atendía el señor Isaac a examinar si era varón o era hembra el destino final de sus fiebres. 

En el cielo en donde su alma mora en la eternidad, pues Dios es de perdón fácil por su magnánima gracia, manumitido de la esclavitud de la carne, el libertino Arriaga , privado del vigor de su herramienta, ha consagrado sus días y sus noches (no sabemos muy bien si el reloj de las horas avanza igual en el paraíso que en este infierno de aquí abajo) a predicar entre los buenos de corazón la palabra del Señor y a ofrecer vivo arrepentimiento de los pecados que cometió en su estancia entre nosotros. Se le suele escuchar recitar pasajes bíblicos con grandilocuencia y ardor. Los que acuden a la plática sienten un limpio clamor en su espíritu y departen sobre la redención y el imperio infatigable de la bondad divina.


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