Revista Cultura y Ocio

Breviario de vidas excéntricas / 35 / Barón de la Rochelle

Por Calvodemora

En la hora en que se desposa el tiempo con el espacio y cunden en el aire los dones de la gracia más etérea, cuando la luz convoca la gracia de sus dones y el cielo es un fulgor sin mácula, el sensible Barón de la Rochelle, otrora mano derecha de un rey en decadencia y, en ratos libres, arreglador de hímenes comprometidos, voraz lector de libros de poesía y convencido metafísico de diván, busca un risco alto desde el que divisar el horizonte más limpio. Ahí departe con ángeles y advierte la fragilidad de la luz cuando se interpone la sombra. En esas cogitaciones ociosas, le sobreviene un desmayo y despierta en su cama. Le rodean las hijas y personal del servicio. He visto a mi señora, aunque haga años que no la tengamos, confiesa en un volunto de cordura. Estaba junto a mí, continúa. Me confiaba la bondad de su residencia, la certeza de que ninguno de nosotros tardaremos mucho en acompañarla. En ese momento, en un acto de bendita valentía, una de las hijas abandona la alcoba y le pide al galeno que aligere el padecimiento. Hay maneras, le dice. No hace falta que consulte a mis hermanas. Sus honorarios serán espléndidos. Cuando el noble fallece, la hija resolutiva convoca a las hermanas y las conmina a que quemen todos los libros del padre. Ahí está el demonio, no dejen ninguno, hagan una pira en un alivio del patio, que el fuego ocupe la negrura de la noche y las oraciones lo conduzcan al paraíso junto a madre.


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