Revista Política
La semana pasada se confirmó lo que parecía una posibilidad muy plausible pero que había ido perdiendo fuerza en las encuestas. El Reino Unido votó por la salida de la Europa Comunitaria y se lanza al abismo donde se encuentran Bielorrusia, Albania o Serbia. Una semana después del referéndum está quedando bastante claro que todo lo que le rodea fue, es y será un completo desastre. Pero vamos por partes. La propia convocatoria del referéndum fue un desastre sin paliativos y respondió solo a problemas internos, no a del Partido Conservador británico, sino de la figura de su PM. David Cameron había ganado las elecciones por mayoría simple en 2010, algo muy inusual en el sistema mayoritario británico que no se había dado desde los años 70. Esto situó al PM en una situación de debilidad en su propia bancada al obligarle a pactar un gobierno en minoría con los Lib-Dem mientras la extrema derecha eurófoba amenazaba con restarle votos. Parte importante de la bancada conservadora veía con buenos ojos el ideario (por llamarlo de alguna forma) anti europeo y antiinmigración del UKIP, así que el PM cometió el común error de adueñarse de la agenda del UKIP para intentar neutralizarlo. Eso le llevó a la promesa de un referéndum que se celebraría antes de 2017. Referéndum que no era una demanda de la sociedad, solo una fuente de inestabilidad personal del PM. Y es que David Cameron es, sin duda, un personaje con suerte que salió por los pelos del atolladero del referéndum escocés y pensaba que con esta consulta enterraría la cuestión euroescéptica durante los siguientes treinta años. Contra todo pronóstico Cameron ganó las elecciones de 2015 con una mayoría absoluta muy fuerte y se enfrentaba a un partido Laborista que había elegido un líder, Jeremy Corbyn, sin ninguna posibilidad de ganar unas elecciones. Pero David había prometido un referéndum y la parte eurófoba de su bancada se lo demandó. Negoció con Bruselas un nuevo acuerdo de relación bilateral sumamente ventajosa con Londres que levantó no pocas ampollas en los círculos comunitarios. Londres blindaba la City como principal plaza financiera del continente y seguía siendo sede de las compañías de compensación que convierten los títulos en euros. Conseguía un importante recorte en la solidaridad europea al recortar el acceso a derechos sociales de ciudadanos comunitarios. Por si fuera poco, se le prometía a Londres eliminar del preámbulo de los Tratados de la Unión la muy simbólica frase de "Con el fin de alcanzar una unión más estrecha". Se trataba de una serie de concesiones enormemente generosas con el Reino Unido que permitía al PM lavar la cara y pedir el voto por la permanencia. Pero eso no impidió que el propio partido conservador se fracturase durante la campaña. Estaba bastante claro que el popular alcalde de Londres, Boris Johnson, iba a sumarse a la campaña del Leave por motivos personales. No creo que Johnson esté realmente a favor de el Leave o de nada en absoluto, lo hizo como un medio para sustituir a Cameron en Downing Street. A éste se le sumaron algunos miembros destacados del gabinete como el ministro de justicia Michael Gove. Pero los referéndums los carga el diablo y, al haber solo dos opciones posibles de voto, polariza mucho el debate político y suelen centrase en los sentimientos más que en argumentos racionales, algo que entendió muy bien la campaña del Leave. El proceso del referéndum fue también un desastre sin paliativos aunque lo descubriésemos el día después de su celebración. Se dijeron mentiras y muchas medias verdades, sobre todo en el bando del Leave. La alineación de la gran banca y empresa hizo muy fácil al UKIP apelar a las clases populares más castigadas por la globalización que la mejor opción era regresar en una burbuja a 1950 cuando Inglaterra todavía era un imperio, una auténtica quimera. El segundo argumento era que el Reino Unido perdía más de lo que ganaba estando en la UE. Farage prometió en repetidas ocasiones que con lo que UK dejaría de aportar al presupuesto comunitario, se podría inyectar cien millones de Libras a la semana en el sistema nacional de salud y en educación. Algo que él mismo desmintió al día siguiente. El tercer argumento es el control de las fronteras. Los Británicos recuperarían el control de sus fronteras, como si no las controlasen ya al estar fuera de Schengen; sea como fuere hoy día es la colaboración con Francia la que frena la inmigración ilegal. Se defendió que Turquía estaba a las puertas de entrar en la UE con toda la inmigración que ello podría suponer, nada más falso, ya que Turquía sigue en espera desde los años sesenta. A la fuerza emotiva y los pesos pesados de la campaña del Leave, se le unió la apatía de los Laboristas. Los resultados han mostrado que fueron las grandes bolsas obreras, feudos laboristas, donde la balanza se había inclinado hacia la salida. El partido laborista y su líder, Jeremy Corbyn, defendió la permanencia pero sin ninguna fuerza. Los únicos laboristas que se pasearon por los platós e hicieron una buena campaña fueron Tony Blair y Gordon Brown, pero la impopularidad del primero y la tardanza del segundo a salir a la palestra hicieron del esfuerzo insuficiente. Los partidarios conservadores del Remain se centraron en los fríos análisis económicos y fueron víctimas de las propias mentiras que sobre la UE llevan décadas vertiendo. Distintos gobiernos llevan ocultando al público británico que esas zonas deprimidas que optaron por el Leave llevan años recibiendo fondos europeos, fondos que hoy mismo George Osborne dijo que sería imposible sustituir. Los pescadores británicos gozan de la segunda mayor cuota de pesca de la UE y ahora están en vías de encontrarse fuera de los caladeros comunitarios y extracomunitarios donde tendrán que abordar largas negociaciones bilaterales. Pasado el referéndum se evidenció que no había ningún plan solvente para gestionar el Leave. El propio Boris Johnson declinó festejar su victoria y solo el inconsciente descerebrado de Nigel Farage lo celebró como una fiesta de independencia. Esta semana el Reino Unido se mueve cual gallina sin cabeza. La política interna está impregnada de un enorme caos, los principales partidos están descabezados o en grave crisis interna, la libra en caída libre y la economía ha iniciado una senda incierta. A pesar de que el PM dijo que no tendría por qué dimitir de ganar el Leave, la misma mañana del resultado salió a anunciar su dimisión en diferido para otoño, de manera que sería otro líder quien acometiese la labor de iniciar el divorcio europeo. Parecía que Theresa May se enfrentaría a la estrella conservadora que capitaneó la campaña del Leave, Boris Johnson, pero resulta que el Brexit también dejó a los conservadores como pollo sin cabeza. El ministro de justicia Michael Gove parece haber dado un golpe palaciego y después de asegurar que apoyaba a Johnson ha propiciado la renuncia de a postularse. Los laboristas no están en mejor situación. Podría haber sido oportunidad de oro para un partido que venía apoyado la permanencia a la UE y con alguno de los PM más eurofilos de la política británica. Pero la tibia campaña de un líder que nunca fue aceptado por sus parlamentarios es su estocada final. Durante la presente semana, Jeremy Corbyn perdió una importante moción de confianza sobre su labor como líder de los laboristas. Corbyn había ganado unas primarias abiertas pero siempre contó con el recelo de sus propios diputados. Esta semana la moción y la dimisión del 40% de su propio gabinete en la sombra le sitúa en una posición insostenible. A la política de partidos se le ha sumado una fractura territorial. El voto por el Leave se ha concentrado en Inglaterra y Gales, pero Irlanda del Norte y Escocia optaron mayoritariamente por el Remain. Irlanda del Norte no tiene frontera alguna con la república de Irlanda y sus relaciones comerciales y sociales son, tras años de conflictos, fluidas y fructíferas. Unas relaciones que van a cambiar muy a su pesar. En qué medida afectará a la isla en su conjunto está por ver, pero ambas partes es muy consciente que la amenaza de levantar una frontera física existe. Más grave es el caso de Escocia. Los escoceses fueron a las urnas el año pasado y votaron, por la mínima, seguir formando parte del Reino Unido. Uno de los argumentos más manidos en la campaña fue que la independencia escocesa los dejaría automáticamente fuera de la UE. Ésta región de la isla siempre ha sido más eurfila que su vecina del sur y este argumento inclinó la balanza a favor de mantener al unido al Reino. Así que ahora los escoceses se encuentran en la macabra ironía de que se pueden quedar fuera de la UE por la salida del país en su conjunto. Así que, el mismo día de la elección, el fantasma de un segundo referéndum ha sobrevolado la política interna británica. La ministra principal de Escocia ha argumentado, con razón, que el voto de los escoceses para seguir en Reino Unido estaba condicionado a la permanencia en la UE y que el Brexit había cambiado la situación radicalmente. Por ello ya ha anunciado la petición de un segundo referéndum. A la caótica situación política se le está uniendo el pánico económico. Las bolsas continentales y el FTSE habían cerrado al alza en los prolegómenos de la consulta ante unos sondeos que daban ventaja a la permanencia. La apertura de las bolsas tras el resultado dieron lugar a un batacazo generalizado. La libra se despeñó hasta posiciones de los años ochenta en una sola jornada. Las bolsas continentales bajaron de forma general con especial incidencia en Milán y Madrid que se dejó casi un 20%. La economía se verá lastrada hasta que no se concreten los términos del divorcio con Bruselas y, hasta en eso hay diferencias con Bruselas. La reacción europea no se hizo esperar y, aunque hubo diferencias en el tono, el mensaje es el mismo: fuera es fuera y el PM debía iniciar cuanto antes la senda del traumático divorcio activando el artículo 50 de los Tratados de la Unión. Los más duros fueron el Presidente de la Comisión, el Presidente francés y el presidente del parlamento Europeo. Instaron a Cameron a iniciar cuanto antes el divorcio para acabar con la inestabilidad creada. Todo ello aderezado por el resquemor que el euroescepticismo británico había hecho al proyecto europeo a lo largo de estos años. El Presidente de la Eurocámara fue el que con más optimismo acogió la noticia como una oportunidad para, por fin, iniciar una integración siempre vetada por Londres. La más tibia fue ANgela Merkel que, aunque deseaba una relación fructífera entre ambos, se unía a sus colegas en el mensaje de premura para iniciar las negociaciones. El profundo malestar entre las autoridades comunitarias viene de lejos, pero se había intensificado significativamente tras el excepcional acuerdo ofrecido a Londres para su permanencia. Muchos altos funcionarios y el mismo Juncker habían declarado inaceptables para el proyecto europeo semejantes concesiones. Los conservadores deberán elegir al sustituto de Cameron que llevará el peso de las negociaciones. La mejor posicionada es Theresa May, Ministra de Interior, que había defendido un racional Remain por cuestiones policiales. La lucha contra el terrorismo global que ya ha azotado Londres, requiere de bases de datos unificadas y órdenes de detención continentales como la Europol del que Londres quedaría excluido. No obstante, dado que este tema es sumamente sensible no es decartable que sea el primero sobre el que ambas partes lleguen a un acuerdo satisfactorio. Se abre ahora un proceso muy incierto que podría dilatarse dos años prorrogables a cuatro. Paralelamente al divorcio la UE deberá acometer profundas reformas don de se consolide una Europa a dos velocidades que ya existe de facto. Una Europa con instituciones más cercanas a la ciudadanía, en esa dirección se ha posicionado Martin Schulz que ha propuesto la existencia de una Comisión directamente elegida por el electorado. Éstas y otras propuestas comenzarán a plagar la prensa continental de aquí en adelante.