Desde el punto de vista de la Unión Europea, el peligro de las fuerzas populistas en ascenso parece temporalmente conjurado tras las elecciones holandesas y francesas y a expensas de las alemanas de septiembre. Particularmente importante han sido las francesas, en donde un partido de diseño ha conseguido para su líder la presidencia republicana y de propina la mayoría absoluta en la Asamblea Nacional. En otras palabras: ¿para qué necesita la Unión Europea al Reino Unido y a Theresa May teniendo a Enmanuel Macron y a Angela Merkel?. En paralelo, y sin que sirva de precedente, los socios comunitarios se pusieron de acuerdo en que la negociación con el Reino Unido debería comenzar por las condiciones del divorcio antes de pasar a las relaciones futuras. Esta cuestión, que Londres ha tenido que aceptar, es fundamental porque evita la tentación británica de mezclar churras con merinas e imponer condiciones sobre relaciones futuras a cambio de cumplir compromisos firmes con el club del que ha decidido marcharse.
“Para qué necesita la UE a Theresa May teniendo a Merkel y a Macron?”
Esa marcha no se va a sustanciar ya desde una posición de fuerza y petulancia de Londres frente a la Unión Europea. La primera ministra, la misma que cuando tomó las riendas del gobierno de manos del fracasado Cameron dijo aquello de “brexit es brexit”, tiene ahora ante sí un panorama que ni en sus peores pesadillas podía imaginar: la xenofobia se ha disparado, la libra sigue a la baja, escoceses y norirlandeses se revuelven inquietos y ha perdido ante los laboristas la escueta mayoría absoluta que tenía en la Cámara de los Comunes en unas elecciones que se podía haber ahorrado. Para terminar de componer el cuadro de problemas, ha reaparecido el terrorismo yihadista y ha puesto en tela de juicio su estancia de siete años en el Ministerio del Interior en donde se hizo una experta en recortes de personal.
Pintan bastos para una política que fanfarroneó con la posibilidad de irse de las negociaciones con Bruselas si no le convenían las condiciones y que ahora tiene que recoger velas. Su desconcierto y el de la clase política y dirigente británica es también el reflejo del desconcierto y la perplejidad de los británicos que desde el brexit no parecen saber lo que quieren ni cómo lo quieren. Frente a eso, el ninguneo con el que en la Unión Europea se ha tomado el asunto en los últimos meses es señal evidente de que el brexit preocupa cada vez menos entre los estados miembros.
“Pintan bastos para May, que fanfarroneó con irse de la mesa si no le gustaban las condiciones ”
Escuchar hace poco al presidente de la Comisión, Jean Claude Junker, hablando en francés porque “el inglés está en declive” es una de esas bofetadas sin manos que muchos europeos habrían estado encantados de propinarle a la arrogancia británica. No quiere esto decir que el terreno esté despejado y que la ruptura no vaya a tener consecuencias muy negativas para ambas partes. Tampoco es que algo se muera en el alma cuando un amigo se va ya que, al fin y al cabo, la amistad británica con la UE nunca ha sido muy leal ni muy apasionada.
De lo que se trata es de que, un año después de augurar la próxima desaparición de la UE, las tornas han cambiado por completo y se han puesto en contra de quien utilizó la demagogia, la mentira y las medias verdades en la más penosa y deplorable decisión tomada por la clase política británica en muchas décadas. Se abre ahora una negociación que debería ser corta y que tiene que resolver en primer lugar la situación en la que quedarán los ciudadanos comunitarios residentes en el Reino Unido y los británicos que viven en la UE. Para todos los demás asuntos que tienen que ver sobre todo con las relaciones económicas futuras entre Burselas y Londres hay tiempo suficiente. Mientras, si alguna lección política se puede extraer de este primer año de brexit, sobre todo por parte de los políticos británicos que impulsaron y jalearon la salida, es que lo de nunca digas nunca jamás deberían habérselo dejado en exclusiva a James Bond.