Si el paso del tiempo te angustia, y te das una importancia digna de terapia, es mejor que no leas esta novela. Aldiss quiso escribir un libro que reflejara la fragilidad del ser humano, su insignificancia y la relatividad del tiempo. Brian Aldiss escribió un conjunto de relatos dominados por el principio de la transitoriedad; es decir, que nada es eterno. Es más; en cada uno de los cuentos va poniendo al descubierto lo que a su entender es la estupidez humana y su paso imperceptible para la Historia del Tiempo. Los “calentólogos” y agoreros de lo nefasto del ser humano se van a llevar un pequeño chasco con este libro de la new-wave. La razón es que parece que da igual lo que hagamos; a fin de cuentas no somos más que accidentes mínimos de la evolución natural, y nuestro “daño” al planeta es ridículo. De esta manera, las vidas particulares y los “grandes” problemas” que nos atenazan carecen de importancia, nuestro planeta no es nada, el sistema solar que nos cobija es una menudencia, y la galaxia…, la galaxia es un simple, pequeño y volátil grano de arena, un “pequeño laboratorio cósmico –escribe al final de la novela- para los ciegos experimentos de la naturaleza”.
A partir de ahí, Aldiss repite lo que hoy son tópicos de la new-wave: lo importante es la naturaleza –con
Galaxias como granos de arena está compuesta de nueve relatos. Los tres primeros son los mejores, así como el sexto y el noveno. El resto es flojo, sinceramente. El que comienza la obra se titula Los milenios de guerra. Inalcanzable. Es un relato maravilloso, con ideas que recuerdan a Philip K. Dick y Michael Bishop, como las “sueñerías”, unos establecimientos en los que la gente se encierra en cápsulas a soñar para evadirse de la realidad, y la presencia de hombres del futuro que recuperan lo que a ellos les falta: naturaleza salvaje. El segundo relato lleva por nombre Los milenios estériles. Todas las lágrimas del mundo, en el que Aldiss trata la guerra como un mal endémico del hombre, que es un tópico de la new-wave presente, por ejemplo, en Los genocidas (1965) de Thomas M. Disch. En este caso, Aldiss habla de la guerra de razas, negros contra blancos, como en Tiranía universal (1964) de Damon Knight. Junto a la guerra empieza el crecimiento de las máquinas, de los robots que van sustituyendo al hombre en las tareas cotidianas hasta el punto de que asumen la personalidad humana. Esto es lo que cuenta en el tercer relato, Los milenios de los robots. ¿Quién puede reemplazar a un hombre?; un cuento que ya leí en una colección suya titulada El exterior (1965).


