Revista Literatura
Esa noche estaba decidido a abrir una botella de vino y tomármela copa a copa, el temor a convertirme en un alcohólico empedernido me había hecho desistir otras veces, pero hoy era distinto, todavía estaba en estado de shock, miré la botella de tequila, no sería capaz de aguantar las naúseas sin algunos cachitos de limón y las tiendas más cercanas estaban ya cerradas. Esa mezcla de bobal y shiraz que tanto me había recomendado Manu -Es un vino joven, te sorprenderá- la había reservado para descorcharla en algunas de las escasas reuniones sociales de las que soy anfitrión pero en la fina capa de polvo que la cubría había visto reflejaba, como si de un espejo se tratara, mi propia soledad, la que no podía ser paliada por esos cuatro amigos anónimos que veía conectados en la pantalla del pc, pensé que eliminando la botella, abriéndola, vaciando su contenido, borraría su recuerdo, lo envaría al mundo de lo soñado, del olvido. Era un vino de cosecha y no podría aguantarlo mucho más tiempo, sin duda era la mejor elección, también la botella de champagne tenía su fecha de caducidad pero de alguna manera esperaba que ella retornara y abrirla era como eliminar cualquier perspectiva de vuelta. Le gustaba poner en el reproductor una selección de fragmentos de ópera y cantar el brindis de La traviata a plena voz, lo hacía porque sabía que yo lo odiaba, como en general odiaba todos esos temas que el tiempo y el uso desmesurado que se había hecho de ellos habían terminado deformando irremisiblemente. Lo mismo que había pasado con nuestro amor. "El champagne es para mezclarlo entre beso y beso o entre polvo y polvo, pero tú eres incapaz de echar dos polvos en un día, como todos los que pasais de los cuarenta". Las últimas palabras que me había dicho antes de cerrar la puerta de casa por última vez, dejándome en la boca, con su último beso, un extraño y dulce sabor a goma y en el frigorifico la botella de Cliquot por descorchar. Me seducía la forma en que entendía el sexo, carente de pudor, de sentimientos de infidelidad o culpa, aunque me dejara en mal lugar cuando asistíamos a nuestras reuniones sociales, incluso a aquellas en la que el exceso del alcohol paliaba la repercusión de las palabras lanzadas al aire, a su vez me irritaba profundamente cuando sacaba su manido tema de los penes: sabores, tamaños, formas y colores, como aquella vez en que, ante un cliente, afirmó, sin venir a cuento que le gustaban los penes oscuros, sólo por el placer de ponerme nervioso y de comprobar como el rubor se instauraba en el rostro de aquél en forma de erupción cutánea. Sin duda tenía que hacer desaparecer esa botella de vino, la que me había recomendado Manu, la que ella no había sabido apreciar porque desconocía la bodega, allí estaba cubriéndose de polvo, como yo.