El equipo español de natación sincronizada, que se tuvo que cortar el pelo para el ejercicio, encandila por su frescura y queda por detrás de Rusia y China
Reducir las distancias es uno de los retos del ser humano, motivado en llegar a los sitios más pronto, a contar con la información lo más rápido posible y a vivir el espectáculo muy de cerca. La nueva tecnología permite ver la honradez de la natación sincronizada, comprobar que el impulso de las deportistas se basa en su propia energía y no en en el fondo de la piscina. Se puede ver el esfuerzo desde dentro para que cuadren esas figuras limadas al límite que para que cuadren como un puzzle, pero con la gracia y soltura de una gimnasia artística en remojo. Popularizada por Esther Williams en la década de los 70 con películas como Escuela de sirenas, la sincro es una disciplina para disfrutar al ritmo de la canción y por eso, en general, los comentaristas dejan que el ejercicio sea protagonista para analizarlo después. Prima el vínculo entre la música y su interpretación para poder degustar de propuesta como la del equipo español, sorprendente con una puesta en escena tierna, agresiva, fuerte y de ensueño al ritmo de El Océano, de Salvador Niebla. Porque Andrea Fuentes y compañía recrearon el mundo submarino, se pusieron en la piel –nunca mejor dicho– de un banco de ocho peces, de sardinas, delfines, sirenas o ranas. Una oda a la fauna marina que a España le valió para colarse su cuarta medalla olímpica, segunda en Londres, esta vez de bronce, con 96'920 puntos para un total de 193'120. Suficiente para batir a Canadá, pero no para birlarle la plata a China (97.010, 194.010). Rusia se llevó su cuarto oro olímpico seguidos en unos Juegos con 98.930, 197.030. Davidova ya cuenta con... cinco oros. Hubo incertidumbre para conocer la puntuación del ejercicio del grupo de Ana Tarrés, como si los jueces hubiesen perdido, literalmente, las notas. La carismática Andrea Fuentes, cuatro metales olímpicos en su palmarés, pedía palmas al público para hacer más llevadera la espera tras una actuación enérgica y agotadora, y para la que todas las componentes del equipo se habían tenido que cortar el pelo. Todo al servicio de la profesionalidad y para que el nuevo gorro, diseñado por Dolores Cortés, queda adherido a la cabeza, en palabras de Tarrés, “como si fuese la piel del cráneo”. Un vestido que simulaba las escamas de los peces, para que por un momento el espectador viviese un rato en el fondo del mar. En sus entrañas. Hace cuatro años España se estrenó en Pekín con dos platas. Hasta entonces no había podido colgarse una medalla en unos Juegos, aunque ya llevaba tiempo en los podios europeos y mundiales con Gemma Mengual como icono. Le faltaba el reconocimiento olímpico en un deporte en el que no sólo se tiene en cuenta lo que se hace en ese momento, sino la trayectoria, la insistencia de hacerse un hueco entre los mejores. El grupo de Ana Tarrés lo sigue estando pese a la profunda renovación del equipo de hace dos años. Clara Basiana, Alba Cabello, Ona Carbonell, Margalida Crespi, Andrea Fuentes, Thais Henriquez, Paula Klamburg, Irene Motrucchio y Laia Pons como reserva son los nombres y apellidos de otro grupo singular. Como Cristina, que fue la descartada para acudir a Londres. A otra cita con la historia.
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