“Brittany Maynard, la joven de 29 años enferma de cáncer terminal que conmocionó a EEUU al anunciar su suicidio asistido para el próximo 1 de noviembre, ha pospuesto su decisión para disfrutar más tiempo con sus seres queridos.
“Todavía me siento lo suficientemente bien, todavía tengo la suficiente alegría, todavía río y sonrío con mi familia y con mis amigos, así que creo que este no es el momento adecuado”, explicó Maynard en un vídeo publicado en Internet.
Aún así, la joven dijo que ese día llegará porque siente que cada semana está más enferma. El caso de Maynard ha tenido una gran repercusión mediática en Estados Unidos y ha reabierto el debate sobre el suicidio asistido en el país“.
Acierta la paciente en su decisión, desde la humildad y el respeto: No se trata de arrancarse la vida en un intento de agresión a los demás más que a uno mismo; lo que pretende la joven estadounidense es no pasar el trago último de un final que hoy la ciencia médica no puede modificar. Pensé desde siempre que el último plazo era menester pagarlo de una sola vez; la crónica de una muerte anunciada, como la novela, supone el establecimiento de un plazo, de una fecha de caducidad, algo que el ser humano no lleva con dignidad, viviendo feliz en la incertidumbre, quizás porque alimenta la falsa esperanza de que siempre habrá un mañana. A la Sra. Maynard, que aqueja un tumor cerebral terminal, no le cabe otra posibilidad que la alegría de despertarse, porque eso supone que sigue aquí, con nosotros, por mayores que sean sus deseos de verse ayudada en el último y doloroso paso, lo único que sus congéneres pueden hacer por ella. Si la naturaleza no ofrece un milagro, de esos a los que nos tiene acostumbrados, que los gurús de creencias diversas, los conspicuos de las iglesias y religiones guarden el silencio que debe el respeto a la decisión adoptada por la valerosa muchacha que, lejos de despreciar la vida, pide alivio para el dolor. Que así sea.