El Rompido (Antonio Toscano Rofa)
19 de julio de 1994.
El mar se tiñe de rojo y las gaviotas ajetrean su vuelo en manada como amenazadas por la erupción de un volcán. La arena suave de las dunas empieza a cambiar de temperatura, crepitando al destostarse poco a poco. La brisa refresca e impregna el ambiente con el aroma de los pinos y las jaras en flor, exultantes. Antonio se afana con la guitarra repitiendo una y otra vez los primeros acordes de Come as you are. Las rubias Inma y Almu prefieren tocar palmas y cantar con aire aflamencado, construyendo una versión alternativa que haría resucitar al mismísimo Kurt Cobain. No me apetece la jarana y me alejo de ellos caminando hacia la orilla, para poder escuchar más nítidamente los bramidos del oleaje. Al otro lado del Piedras, un paisano y su nieto se bajan de una patera azul en el pantalán. No llevan mucho. Siete doradas, cuatro robalos, una docena de chocos... El chico, delgado con incipientes bozo y acné, se hace cargo de la sacadera tratando de controlar los peces que aún se rebelan coleando. Las manos expertas del abuelo se encargan de que los chocos no lo embadurnen todo de tinta. El sol encarnado se refleja en los muros encalados de las casitas bajas del pueblo. Una mujer, morena y oronda, vocea que lleva pijotas frescas frente a la pequeña iglesia. Anochece suavemente sobre El Rompido.
11 de julio de 2010.
Un cochecito eléctrico sale del campo de golf y se detiene en el parking de la Marina, frente al inmenso complejo hotelero. La luz del atardecer se proyecta sobre una profusión de pequeños e idénticos bungalows, de forma que sus fachadas de diseño adquieren un tono rosado de lo más chic. El color combina a la perfección con los polos Ralph Lauren de distintos tamaños que llevan puestos los cuatro componentes de una familia de rasgos anglosajones, según descienden de su Mercedes, aparcado junto al cochecito de golf. Un bullicio considerable de gente me impide percibir el rugido del oleaje desde la terraza del Luz de Mar, donde me relajo tomando un cóctel de té. El enclave tiene unas vistas privilegiadas al atestado puerto deportivo. Dos motos de agua petardean competitivas ahuyentando a las estremecidas y escasas gaviotas. Un ferry deposita pasajeros al otro lado del Piedras, donde ya hay una considerable multitud apostada para ver la puesta de sol. La noche cae al ritmo de un absurdamente 'estrepitoso' chill-out sobre la flecha de El Rompido.
NOTA: Esta entrada fue publicada por primera vez en abril de 2007.