Amy Goodman, con la colaboración de Denis Moynihan
Por estos días, en Estados Unidos, las noticias alternan hora a hora entre el virus del Ébola y el Estado Islámico. Con frecuencia se repite la pregunta acerca de si deberíamos desplegar tropas en el territorio. La respuesta es sí, pero no en Medio Oriente. Necesitamos contar con decenas de miles de efectivos presentes en el terreno para hacer frente al Ébola. Tropas de médicos, de enfermeras, de profesionales de la salud que luchen contra este desastre sanitario mundial totalmente prevenible.
El Ébola es un pequeño virus que está poniendo de manifiesto los grandes problemas presentes en los sistemas de salud pública del mundo. Los pocos casos conocidos aquí en Estados Unidos han provocado un clima de temor y creciente conciencia de lo vulnerables que somos ante el brote de una enfermedad viral en nuestra sociedad. Imaginemos cómo se siente la población de países empobrecidos de África Occidental como Guinea, Sierra Leona y Liberia, donde la cifra de casos asciende a miles y la infraestructura simplemente no puede hacer frente a la cada vez mayor cantidad de personas infectadas.
Lawrence Gostin, director del Instituto O’Neill de la Universidad de Georgetown, especializado en investigaciones sobre salud, dijo sobre la situación actual: “Debemos recordar que esta es la segunda vez en la historia de Naciones Unidas que el Consejo de Seguridad de la ONU declara que estamos frente a una amenaza sanitaria, una amenaza a la paz y la seguridad en el mundo. La primera fue el SIDA, la segunda es el Ébola”. En declaraciones efectuadas durante el programa de noticias de “Democracy Now!, Gostin continuó: “Por eso, el Consejo de Seguridad de la ONU ha hecho un llamado a todos los países del mundo. Junto a Estados Unidos deberían estar la Unión Europea, Australia, Canadá y todos nuestros aliados. Se trata de una crisis humanitaria y de salud de carácter internacional. Se trata de una amenaza a la estabilidad política y económica de la región y, obviamente, lo que es más importante, a la salud de los seres humanos. Deberíamos estar movilizando muchísimos más recursos. Deberíamos haberlo hecho antes. Debemos hacerlo ahora”.
La Organización Mundial de la Salud anunció el más reciente de los brotes de Ébola, en Guinea, el 23 de marzo de este año. El brote creció, se extendió a países vecinos y pasó sobre varios otros hasta llegar al país más poblado de África, Nigeria. Causó primero la muerte a decenas de personas y luego a cientos y a miles, pero permaneció en buena medida al margen del mundo hasta que dos personas blancas, dos trabajadores de la salud estadounidenses, contrajeron la enfermedad. El Dr. Kent Brantly y la misionera Nancy Writebol fueron trasladados por avión de regreso a Estados Unidos tras ser diagnosticados con el virus del Ébola. Cuando los primeros pacientes estadounidenses de Ébola llegaron al país y fueron ubicados en unidades de aislamiento, la enfermedad se convirtió en noticia de primera plana a lo largo y ancho del país.
Increíblemente, al mismo tiempo que la gente moría masivamente a causa del Ébola en África Occidental, estos dos estadounidenses sobrevivieron, luego de ser tratados con algunas de las pocas dosis existentes de un fármaco experimental conocido como ZMapp. Se trata de resultados positivos que son posibles de concretar si se tiene acceso a un buen sistema de salud, que cuente con el presupuesto necesario.
Luego llegó Thomas Eric Duncan. Él también había contraído el virus del Ébola. El progreso de su enfermedad fue bastante distinto. Su sobrino, Josephus Weeks, lo resumió con elocuencia en un artículo publicado por el periódico The Dallas Morning News.
Weeks redactó: “El viernes 25 de septiembre, mi tío Thomas Eric Duncan concurrió al Hospital Presbiteriano de Texas, en Dallas. Tenía fiebre alta y dolores de estómago. Le dijo a la enfermera que había estado en Liberia recientemente. Pero era un hombre de color sin seguro de salud ni recursos para pagar su tratamiento, así que después de unas horas le dieron de alta con la prescripción de algunos antibióticos y analgésicos”.
Duncan regresó a su hogar para ser atendido por su familia, pero progresivamente su estado fue empeorando. Dos días después regresó al hospital y fue ingresado bajo sospechas de que se trataba de Ébola. Rápidamente empeoró y murió el 8 de octubre, tal como lo relató su sobrino, “solo en la habitación de un hospital”. Unos días después, nos enteramos de que una de las trabajadoras de la salud que le brindaron asistencia, la enfermera de cuidados intensivos Nina Pham, había contraído el Ébola. Posteriormente aparecieron síntomas en otra enfermera, Amber Vinson. Horas antes de que se le diagnosticara la enfermedad, viajó en avión desde Cleveland a Dallas junto a más de 130 personas. ¿Qué habría sucedido si nuestro sistema de salud garantizara tratamiento a todos, sin importar si los pacientes tienen o no cobertura de salud privada?
El Congresista republicano Pete Sessions, que representa a una parte de Dallas, dijo a la CNN que se debería impedir que vuelos provenientes de África Occidental ingresaran a Estados Unidos a pesar de que, según dijo, admitiría a los ciudadanos estadounidenses. Consulté a Lawrence Gostin al respecto: “Es una muy mala idea. Y, por varios motivos, es muy egoísta. En primer lugar, no va a hacer que Estados Unidos esté más seguro. De hecho, va a hacer que esté menos seguro. Primero, el hecho de suspender los vuelos significa que los trabajadores de la salud enfrentarían mayores dificultades para ir y venir de la zona afectada. Y esos países enfrentarían dificultades económicas y comerciales. Aumentarían los precios de los alimentos. Y en definitiva, en mi opinión, la epidemia se saldría aún más de control y pondría a esos países en mayor riesgo. Y cuanto mayor sea la cantidad de personas que contraigan la enfermedad en África Occidental, mayor será el riesgo que corramos aquí en Estados Unidos, en Canadá, en la Unión Europea. Es matemática básica, pura y simple. Si hay una gran cantidad de personas infectadas en una parte del mundo y vivimos en un mundo moderno y globalizado, no se puede envolver a toda una región con celofán y pretender que los gérmenes permanezcan afuera. No funciona de esa manera. Al hacerlo, creemos que es el modo de salvarnos, pero en realidad estamos corriendo más riesgos. Y además estaríamos haciendo algo que atenta profundamente contra el espíritu de nuestro país”.
La pequeña isla de Cuba ha enviado a más de 160 médicos a África Occidental para brindar tratamiento a los pacientes y contribuir a contener el avance de esta epidemia. Deberíamos aprender de Cuba. En cambio, el Presidente Barack Obama envió infantes de marina. En breve estarán construyendo hospitales de campaña. Ahora, la pregunta es: ¿quiénes brindarán asistencia en estas nuevas instalaciones? El Secretario General de las Naciones Unidas, Ban Ki-moon, ha conformado un comando especial de emergencia para hacer frente a la crisis provocada por el Ébola. El mundo debe unirse para salvar vidas y detener esta catástrofe evitable que nos amenaza a todos.
© 2014 Amy Goodman
Traducción al español del texto en inglés: Fernanda Gerpe. Edición: María Eva Blotta y Democracy Now! en español, [email protected]
Amy Goodman es la conductora de Democracy Now!, un noticiero internacional que se emite diariamente en más de 800 emisoras de radio y televisión en inglés y en más de 450 en español. Es co-autora del libro “Los que luchan contra el sistema: Héroes ordinarios en tiempos extraordinarios en Estados Unidos”, editado por Le Monde Diplomatique Cono Sur.