Revista Libros
Gilbert K. Chesterton.
Robert Browning.
Traducción de Vicente Corbi.
Espuela de plata. Sevilla, 2010.
Uno que nunca dio la espalda y caminó de frente.
Jactancioso a su pesar y veraz, como ese verso autobiográfico del Epílogo con que cierra su último libro, Asolando, y toda su obra, Robert Browning (1812-1889) fue un extraordinario poeta, uno de los fundadores de la modernidad.
Creador de una obra memorable que proyecta su sombra tutelar sobre la poesía contemporánea, sus monólogos dramáticos están en la raíz de muchos de los mejores poemas de T. S. Eliot, Pound, Borges o Cernuda.
Sobre su figura escribió Chesterton en 1903, por encargo del editor John Morley, esta biografía que fue su primera obra importante y sigue siendo la mejor introducción al mundo personal y a la obra de Browning.
La recupera Espuela de plata con traducción de Vicente Corbi y estas son sus primeras líneas:
Mucho se ha dicho acerca de la obra de Browning, y mucho queda aún por decir; sin embargo de su vida, considerada como un relato de sucesos, poco o nada puede decirse. Fue una vida lúcida, pública y, con todo, apacible, que culminó en una magna y dramática demostración de carácter, para luego sumirse de nuevo en esa unión de quietud y notoriedad. Y, sin embargo, a pesar de todo, es muchísimo más difícil hablar de su vida que de su obra. Ésta posee el misterio que pertenece a lo complejo; mientras que su vida posee el misterio, mucho más profundo, que pertenece a lo simple.
En esta biografía Chesterton, que ha encontrado ya su voz propia, proyecta su propio universo ideológico y literario, de manera que biógrafo y biografiado parecen una misma persona. Lo reconoció muchos años después en su Autobiografía, donde confesó que aprovechó este libro para exponer sus propios puntos de vista sobre la vida y la literatura.
Tal vez por eso Chesterton hace constante hincapié en desmentir la imagen pedante de Browning y en presentarlo como una persona natural, como un artista consciente y deliberado que no era oscuro por orgullo, sino por humildad. Cuando resaltaba su optimismo o negaba su engreimiento, hablaba del poeta, pero también de él mismo. Escribía una biografía y trazaba su autorretrato:
Browning fue lo bastante inteligente como para comprender su propia poesía; y, si la comprendió él, podemos comprenderla nosotros. Pero fue también del todo inconsciente e impulsivo, y nunca tuvo la agudeza necesaria para entender su propio carácter; por lo tanto, se nos puede excusar si esa parte de su vida que se le ocultó a él se nos oculta también parcialmente a nosotros. El hombre sutil es siempre inconmensurablemente más fácil de comprender que el hombre natural, pues el hombre sutil lleva un diario de sus reacciones, practica el arte de analizar y desentrañar su propio ser, y sabe decirnos cómo llegó a sentir esto o a decir aquello. Pero un hombre como Browning no sabe más del estado de sus emociones que del estado de su pulso; son cosas mayores que él, cosas que crecen por voluntad propia, como las fuerzas de la naturaleza.
Es esta una de las mejores biografías que se hayan escrito nunca, una muestra canónica del género, un equilibrado ejercicio de ritmo narrativo que se proyecta sobre el mundo interior del poeta y los datos exteriores de su trayectoria.
Un libro que construye el inmejorable retrato de un poeta y de la época victoriana y se inicia con la evocación del muchacho que fue Browning en Camberwell, de su educación literaria y de su círculo de amistades.
En ese momento empieza también el análisis de un inconfundible mundo poético, lleno de talento y de un optimismo que está ya en las primeras obras de Browning, en un Sordello que causó una perplejidad general por la densidad impenetrable de sus versos. Más humilde que arrogante, más luchador que intelectual, de sus comienzos como dramaturgo obtuvo Browning la materia esencial de los monólogos de Dramatic Lyrics o Dramatis personae.
La parte central de la biografía de Browning corresponde a un episodio también central en la vida y la obra del poeta: la huida a Italia, su patria adoptiva, con Elizabeth Barrett, una joven poeta, inválida y enfermiza, postrada en su juventud por la lesión medular que sufrió al caer de un caballo. La autora de los excelentes Sonetos del portugués vivió con Browning sus mejores años hasta su muerte en Florencia en 1861. El efecto que produjo esa desgracia en el poeta lo resume Chesterton en estas líneas emocionadas:
Murió sola en el aposento con Browning, y de lo que pasó entonces, aunque mucho se ha dicho, poco debería decirse. Él, al cerrar la puerta de aquel aposento tras de sí, cerró una puerta en sí mismo, y nadie volvió jamás a ver a Browning sobre la tierra, sino tan sólo una espléndida superficie.
El anillo y el libro, su proyecto más ambicioso, fue la respuesta a esa pérdida del poeta de luto que fue desde entonces Browning. Un Browning maduro que administró la fama y la soledad en partes iguales hasta su muerte en Venecia en diciembre de 1889.
Santos Domínguez