Revista Cultura y Ocio
"Somos dos fumadores de opio cada uno en una nube, sin ver nada fuera, solos, sin comprendernos jamás fumamos, catas agonizantes en un espejo, somos una imagen congelada a la que el tiempo confiere la ilusión del movimiento, un cristal de nueve deslizándose sobre una bola de escarcha cuyas complejas marañas no hay quien entienda, soy esa gota de agua condensada en el cristal de mi salón, una perla líquida que rueda y nada sabe del vapor que la engendró, ni menos todavía de los átomos que la componen y pronto servirán a otras moléculas, a otros cuerpos, a las nubes que tanto pesan esta noche sobre Viena."
El prestigio de un premio viene dado por los títulos que lo refrendan. Esa ley no escrita, es algo que no deberíamos perder jamás de vista ahora que está tan de moda ser críticos de todo, susceptibles a la sospecha, agnósticos casi de los galardones. Hoy traigo a mi estantería virtual, Brújula, el último Premio Goncourt.
Conocemos a Franz Ritter, protagonista, narrador, opiómano, enfermo terminal, musicólogo austriaco conocedor de esa Viena puerta de Oriente, insomne, erudito, nostálgico de vida y amor... Conocemos a Ritter y nos dejamos llevar por sus recuerdos que van tejidos por esas asociaciones que hace el cerebro cando viaja libremente hacia el interior de lo conocido y vivido por cada uno. Y descubrimos ciudades, amistades, amor y viajes en el interior de este extraordinario narrador.
El Goncourt, instituido por el escritor Edmond Goncourt como homenaje a su hermano Jules también escritor, se otorga por primera vez en diciembre de 1903. Dotado con 50 francos en un primer momento, apenas ha cambiado el montante de uno de los premios literarios más prestigiosos que, a fecha de hoy, otorga a su galardonado 10 euros y el respaldo de un prestigio que viene dado por la calidad de los premiados y no por el cheque que ingresan. Y así es como llegamos cada año a las librerías en su busca, con ilusión, casi con avidez. Quizás por eso me impacienté con el título de hoy, se me hizo larga la espera.
Veintisiete líneas son las que necesita Enard para enseñarnos que es un maestro escribiendo. Ni una más ni una menos. Y también que la mayor parte de esas reglas no escritas sobre como una frase larga puede ser un lastre durante una lectura, quedan borradas en función de las palabras empleadas en esa frase. Veintisiete: las líneas que ocupa la primera frase de Brújula y que nos dejan una magnífica muestra de todo lo que nos vamos a encontrar a lo largo de las cuatrocientas páginas que tiene la novela. Cuatrocientas páginas, y a partir de este momento aparco las cifras, en las que el autor nos propone un viaje privado que irá de Viena a Siria saltando entre vivencias y recuerdos, que no pierde en ningún momento, pese a que encontramos alguna traza de humor, ese tono solemne de discurso casi onírico que contagia la ensoñación al lector. Y digo esto porque es muy difícil no dejarse arrastrar por las ciudades y los nombres de nuestros compañeros de viaje, paladear a Mozart, Mendelson Balzac o Rimbaud en las palabras de Ritter. También es imposible no enamorarse del amor del protagonista al ir descubriendo a Sara, inteligente, brillante, al lado pero imposible, una noche, una palabra: Sara.
Podría ahora parecer, y sería un error, que estamos ante una novela de viajes, aunque sean pasados. Pero Brújula es más que eso, Enard nos deja un recuerdo nostálgico lleno de belleza que no viene mal recordar cuando escuchamos o leemos las noticias de un mundo que parece empeñado en fraccionarse. Convierte su libro en esa puerta que nos dice que fue Viena y nos permite asomarnos a ese mundo que no conocimos y sumarnos a la bruma nostálgica del narrador.
Hermosa en sus formas, no es una lectura ágil, eso hay que reconocerlo y se observa ya en el fragmento que abre la entrada. Pero ágil es un concepto muchas veces sobrevalorado a la hora de empezar una lectura, exactamente igual que denso suena casi a farrangoso cuando no ha de ser así. Brújula es una lectura densa por todo lo que el autor incluye, por la necesidad de pararnos en sus letras para fijar imágenes, recuerdos impostados posiblemente influenciados por la infancia del propio Enard.
Brújula es un libro que enamora en sus letras y en su tono. Tal vez no para todos los públicos y haya quien se pueda sentir abrumado, saturado incluso ante la avalancha de cosas que nos relata el autor. Pero a fin de cuentas, ¿qué vida no es una avalancha de sucesos en si misma si uno la recordara en una noche de insomnio?
Me ha gustado, lo he disfrutado, me sigo fiando del Goncourt. Y vosotros, ¿hay algún premio al que sigáis la pista?
Gracias.
"La existencia es un reflejo doloroso, un sueño de opiómano, un poema de Rumi cantado por Shahram Nazeri..."
Brújula
Mathias Enard