Los indios Yanomani eran los últimos y terribles guerreros suramericanos, casi desconocidos hasta 1960, pero ahora los llevan de universidades a dar conferencias.
Viven en la Amazonia en belicosos grupos que se matan entre ellos. También se matan dentro de las propias familias. Exhiben sus horribles cicatrices, prueba de valentía, y las mujeres grandes heridas abiertas, demostración del amor de sus hombres.
Los conquistadores españoles creían que los Yanomani custodiaban algún El Dorado, ciudad del oro buscada durante siglos.
Hace cuatro décadas que los misioneros, madereros, mineros, médicos y antropólogos empezaron a entrar en sus tierras para llevarles doctrina, enfermedades y cocacolas, y sus más de 100.000 miembros quedaron en los 25.000 actuales, muchos adictos ya a cobrar dinero o alcohol por dejarse hacer fotos.
El antropólogo estadounidense Patrick Tierney publicó un libro que narraba el desastre: “Oscuridad en El Dorado. Cómo devastaron el Amazonas los científicos y los periodistas”.
Provocó una tremenda revolución académica, pues descubrió el exterminio y el robo de sus medicinas y material genético; muchos científicos recibieron así graves heridas, aunque en su prestigio y credibilidad: habían resultado peores que los españoles de la Leyenda Negra de siglos atrás.
Este mes, el justiciero Tierney pasea por las universidades a tres yanomani para demostrar sus teorías. Les consiguió visados y los presenta como jefes, dos brasileños y un venezolano: Davi Kopenawa, Toto Yanomani y Seripino.
Universidades, nacionalidad y pasaporte: gracias a Tierney, ahora sí, los yanomani están más acabados que nunca.