Revista Cultura y Ocio

“Bubu de Montparnasse”, un libro olvidado

Publicado el 02 mayo 2010 por Avellanal

Reconozco no recordar los intrincados mecanismos del azar que, cual hilo de Ariadna señalando la trayectoria correcta en medio del laberinto, al activarse de improviso, me llevaron, allá hace ocho años, hasta un autor entonces y hoy absolutamente ignorado, o más bien desconocido: Charles Louis Philippe. Es misterioso y fascinante cómo la (al mismo tiempo) inabarcable y reducible biblioteca de Babel que conforma la literatura universal, pone en nuestro camino libros determinados, cuya existencia nos es revelada acaso providencialmente. Bubu de Montparnasse no es una obra que haya significado gran cosa en mi vida, pero la recuerdo con el aprecio de ser una de esas primeras novelas que tenía entres mis manos sin saber exactamente del todo por qué.

En febrero de 1901, cuando se publicó en París, Bubu de Montparnasse fue un libro muy popular. Incluso muchos críticos la consideran un clásico de la novela “humildista” francesa. Sin embargo, son pocas las personas, especialmente fuera de Francia, que actualmente la han leído (el autor falleció pocos años después, en 1909, lo que pudo haber truncado una carrera que probablemente le hubiese brindado unas frutos más jugosos). Quizás si fuera al revés, si se tratara de una referencia ineludible a la hora de confeccionar un programa literario de estudios universitarios, ahora mismo no estaría escribiendo sobre ella. Y pese a acarrear una sensación de pérdida íntima –como dice George Steiner cuando se refiere a la postrera fama mundial de Borges–, al revelar la existencia de una petit chef-d’œuvre o tan sólo de un placer casi clandestino, destinado a los muy pocos, termina siendo mayor la satisfacción de compartir un “descubrimiento” que el regodeo en el éxtasis de lo encubierto, henchido, en la generalidad de los casos, de pizcas narcisistas y ralladuras snob.

Bubu de Montparnasse puede ser considerada como una típica obra de integración y reelaboración de influencias, que admire y refuta los legados del naturalismo zoliano y las lecciones del simbolismo en sus diversas vertientes. Estamos frente a una novela viscosa y gris, en extremo desgarradora, cruzada simultáneamente por el dolor y la piedad, como otras tantas formas “éticas” de aproximarse al sufrimiento individual y social de los humildes y marginados del submundo rural, pero también del faubourg parisino. Si bien reconoce la lección “sociológica” y la indagación experimental del naturalismo, asimismo no es ajena a muchos de los procedimientos propios del simbolismo y sus múltiples expresiones en el plano de la literatura.

Novela, en definitiva, que adeuda no pocas de sus virtudes (y algunos de sus defectos, vale decirlo) a Zola y a Verlaine, pero cuya existencia paga inmediato tributo a cierta lectura de los rusos (Dostoievski, Tolstói, Gorki). Impregnado de piedad y de emoción frente al “espectáculo” de la miseria (piedad y emoción semejante a la que hallaría, tiempo después, en ciertas películas de Fellini), Philippe se sumerge, sin más concesiones que las que otorga a cierto sentimentalismo lacrimógeno, en el mundo de los pobres, los desclasados, los perseguidos, los parias y las víctimas de la injusticia social (como se sumergía la Ingrid Bergman de Europa ’51): el universo de la campaña francesa, de los pequeños artesanos, de los empleados ínfimos, de los obreros y de las prostitutas que trotan infatigablemente a lo largo de los grandes y luminosos bulevares.

El cosmos de la prosa de Philippe es el de los seres que no tuvieron suerte, molidos por la lógica implacable de una sociedad en la que la riqueza determina las vocaciones; el cosmos, en suma, del arrabal y de las enormes barriadas populares, con mucho del fatalismo y la desesperanza que alimentará, en una curda literaria no tan alejada, el sórdido pathos del tango y las milonguitas rioplatenses. En las situaciones que nos pinta este acuarelista de la psicología popular resuenan los quejidos de muchos bandoneones agolpados. Noto que, a diferencia de otros autores, Philippe no se asoma al contexto de la rufianería y la prostitución por un afán exclusivamente pintoresquista o por mera subordinación literaria a una estética de la mugre y el amor venal. Puede decirse que no se regodea con ese ambiente, y donde un naturalista de segundo orden hubiere volcado las anotaciones más crudas y repelentes, por el contrario, él se limita a sugerir, a señalar, apelando a una personificación oportuna, a un detalle de clima, a una información que no pasa al desmenuzamiento pormenorizado de las miserias y lacras humanas.

 


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