Y llegó el día, nos poníamos de nuevo en camino y esta vez en dirección a Hungría, a Budapest para ser más concreto, a casi 2500 kilómetros de nuestra casa, es el destino más lejano que jamás hayamos ido en nuestro coche. Cuando inicias una aventura viajera de este calibre, de tres semanas de duración y visitando numerosos países, una de las cosas que no puedes pasar por alto es la legislación y normas de circulación de los países que piensas visitar. Es importante conocer las tasas de alcoholemia permitidas, los límites máximos de velocidad en las diferentes vías, si es necesario botiquín de primeros auxilios, o triángulos de emergencia, o si es obligatorio circular con las luces de día, etc.. Y por supuesto buscar si hay que pagar una viñeta para poder circular por autopistas y, si es posible, donde poder adquirirlas. Pues bien, después de recorrer el espectacular paisaje de la parte norte de Eslovenia cruzábamos la frontera con Hungría, pero esta vez y a diferencia de Eslovenia, y más tarde de Austria o la República Eslovaca, no había por ningún lado un puesto de venta o bar o cualquier otro sitio donde vendieran la puñetera viñeta para poder circular por las autopistas. Es más, la frontera estaba completamente desierta y aparentemente sin ningún signo de vida , pero con unos enormes y amenazantes carteles que exhibían la obligatoriedad de comprar la susodicha viñeta de las narices ¡Vale! Pero donde coño la puedo comprar. Así que no nos quedó más remedio que continuar pensando que en uno o dos kilómetros encontraríamos una gasolinera o café donde las venderían. El caso es que los kilómetros de autopista iban pasando; diez, veinte, treinta.. y por el camino no encontrábamos ningún signo de civilización más allá de las cámaras de vigilancia que cada ciertos kilómetros grababan la matrícula española de nuestro coche, y que no hacían otra cosa que llenarnos de preocupación pensando que en cualquier momento aparecería una patrulla de policía para meternos un multazo de no te menees. Nos sentíamos como “Bonnie and Clyde” o como “Thelma y Louise”..al margen de la ley, aunque en esta última no se muy bien si yo soy Louise o Thelma. Y de repente vemos un cartel con el anagrama de la viñeta. La salida de la autopista daba a una glorieta, que a su vez daba a otra y ésta a una carretera y nada más. Ni edificios, ni bares, ni nada de nada..y ahora por donde tiramos, por la derecha o por la izquierda. Después de estar parados un rato, decidimos tirar por la izquierda con la esperanza de encontrar un café o una gasolinera donde poder comprar la maldita viñeta, pero pasan los kilómetros y sólo vemos bosque y más bosque, y cuando empezamos a perderla vemos un restaurante en medio del bosque donde, por fin, pudimos hacernos con ella.
Una vez que volvimos a la “legalidad“, continuamos nuestro camino hacia Budapest por una autopista semivacía que nos ofreció maravillosos paisajes de las llanuras húngaras, cultivos de viñedos y del gran lago Balaton, lugar de veraneo elegido por muchos húngaros buscando el sol, la tranquilidad y toda clase actividades naúticas, y que la autopista recorría en toda su longitud. Y casi sin querer ya estábamos en la circunvalación de Budapest. Por primera vez pudimos contemplar desde nuestro coche el río Danubio, y hasta recrearnos, ya que nos tocó sufrir los atascos típicos de las grandes ciudades. En realidad no pesábamos que en pleno mes de agosto la circulación fuera tan sumamente lenta pero así fue hasta la llegada hasta nuestro hotel. Así que la primera toma de contacto con la ciudad fue un poco caótica, aunque se nos olvidó en cuanto salieron del hotel a nuestro encuentro tres tíos con traje negro de Armani y camiseta sin cuellos, al más puro estilo “ochentero” parecía que nos encontrábamos metidos en la serie “corrupción en Miami”. Dos de ellos se hicieron cargo del equipaje mientras el otro recogía nuestro coche para llevarlo a un garaje. Y si el hotel Gran Boscolo New York es espectacular por fuera, no lo es menos por dentro. Con una atención excepcional y desayuno espectacular, al estilo ecléctico de la fachada se unen unos interiores increíblemente lujosos, con paredes enteladas en seda, lámparas de cristal de Burano, muebles italianos y una cafetería, el New York café, con columnas de estuco dorado y fantásticos frescos decorando sus techos que aparece en muchas guías de Budapest como una visita obligada. Así que en el hotel nos mezclábamos los clientes alojados en él junto a los que estaban visitándolo o deleitándose tomando un café en el bar del hotel.
Pero bueno, después de instalarnos y una vez que el amable personal nos subiera las maletas a la habitación, llegaba el momento de iniciar nuestra exploración a esta maravillosa ciudad, que es a lo que habíamos venido a fin de cuentas. Estábamos como locos por llegar hasta la misma orilla del río Danubio, y así lo hicimos después de caminar a lo largo de las amplias y saturadas avenidas de Budapest. Recuerdo que la primera impresión de la vista que se abrió ante nuestros ojos, con el Danubio, el Puente de las Cadenas y el Palacio de Buda en segundo término nos dejó boquiabiertos y nos llenó de excitación. Aunque tengo que decir que el Danubio tiene poco de azul, toda esta zona que discurre desde la Isla Margarita hasta el Gellért-Gegy y que comprende las dos orillas del río junto al barrio del Castillo fue declarada Patrimonio de la Humanidad. La otra parte de la ciudad que también es Patrimonio es la Avenida Andrássy. Este primer día nos dedicamos en exclusiva a la parte de la ciudad de Pest, reservando Buda para el día siguiente. Paseamos tranquilamente por Belgrád Rakpart, el paseo que discurre paralelo al río Danubio, y que ofrece vistas de postal de esta ciudad imperial. También discurre por esta avenida la línea de tranvía 2, un tranvía antiguo que parte a la altura de la Isla Margarita y que en su recorrido bordeando el Danubio pasa cercano al Parlamento, a la zona peatonal y la Basílica de San Esteban, el Puente de las Cadenas que da acceso a la colina del Palacio de Buda y el Bastión de los Pescadores, y también frente a la Citadella y el balneario más famoso, el Gellért, entre otros puntos de interés. Nos perdimos por las cuidadas zonas peatonales que dan un respiro al intenso tráfico de Budapest, repletas de comercios y terrazas de restaurantes y cafés, nos dieron la oportunidad de relajarnos y de observar las actuaciones callejeras de músicos y malabares alejados del mundanal ruido del tráfico rodado. En esta zona es fácil deleitarse con señoriales edificios y casi sin querer toparnos con la monumental Basílica de San Esteban, de estilo clasicista es la mayor iglesia de Budapest, donde se encuentra la reliquia de la Santa Diestra, la mano derecha momificada del rey San Esteban.
Después de echar casi toda la tarde paseando tranquilamente y tomándole el pulso a esa zona de la ciudad, decidimos ir a visitar el Puente de las Cadenas y tirar unas cuantas fotografías aprovechando la luz del atardecer. Las vistas que pudimos contemplar desde el puente del espectacular Parlamento de Budapest y del Danubio son de esas imágenes que se te quedan grabadas para siempre. Difícil también olvidar la marabunta de cruceros fluviales atracados en las orillas del río. Yo pensaba que iba a ser complicado superar los ocho barcos de crucero atracados en Civitavecchia, que vimos en mayo pasado cuando estábamos embarcados en el Msc Lírica, pero claramente me equivoqué. Estuve contándolos por mera curiosidad y el resultado final fue asombroso. Nada más y nada menos que quince cruceros de diferentes compañías llenos de pasajeros ansiosos por desembarcar en esta preciosa ciudad. Pero ya nos estaba apeteciendo ir a cenar algo, y en esto íbamos a jugar con ventaja, ya que antes del viaje encontramos un sitio, aunque un poco turístico y no muy barato precisamente para ser Budapest, que tenía muy buenas críticas. Y además lo teníamos muy cerquita de donde estábamos. Se trata del restaurante Vénhajó, un antiguo barco de vapor construido en 1913 anclado frente al Puente de las Cadenas, “el Kossuth” y donde disfrutamos de una de las cenas más románticas que yo pueda recordar. Y a todo ello se suma unas excelentes especialidades gastronómicas elaboradas por el chef estrella Michelín junto a un servicio cordial y cercano. Las carnes que elegimos estaban perfectas y para culminar unas increíbles crepes rellenas de albaricoque, con mousse de chocolate y almendras tostadas especialidad del lugar, y por si eso fuera poco un panorama único, con el marco incomparable del Danubio iluminado por las luces del Palacio de Buda y el Puente de las Cadenas. Fue algo absolutamente increíble, para recordar durante mucho tiempo.
Una vez que terminamos de cenar, y después de una larga sobremesa de charlas y risas, nos dimos un pequeño paseo por las estancias de este barco de vapor perfectamente conservado. Muy interesante resultó la sala maquinas y el puente de mando, y muy curiosos los aseos. Pero ya se nos había hecho bastante tarde y al día siguiente nos esperaba un largo, intenso y duro día de visitas a los numerosos monumentos que posee Budapest. Decidimos regresar al hotel dando un paseo por la Avenida Andrássy llena de palacios y tiendas de lujo, y disfrutando de una preciosa y calurosa noche, que a esas horas recuperaba la tranquilidad. Ya en nuestra habitación del hotel caíamos rendidos en la gigantesca cama expectantes de lo que nos aguardaba el día siguiente. Pero eso es otra historia que contaré en los próximos días.
Espectacular fachada del Gran Hotel New York
Fachada principal de la Basílica de San Esteban
la Santa Diestra, la mano derecha momificada del rey San Esteban.
Otra vista del café New York Budapest
La fantástica cúpula que cubre el lobby de hotel New York
Uno de los espectaculares edificios que conforman la fachada de la rivera del Danubio
El barco de vapor Kossuth donde está ubicado el restaurante Vénhajó.
Absolutamente recomendable por su ubicación, servicio amable y gastronomía
Estas eran las vistas que teníamos desde nuestra mesa del restaurante Vénhajó,
el Danubio repleto de cruceros con la preciosa estampa del Palacio de Buda al fondo
Las carnes perfectas, acompañadas de verduras húngaras, patatas braseadas
y una salsa de pimienta verde. El postre...una explosión de sabores
LOS COMENTARIOS (1)
publicado el 13 enero a las 11:58
Muy bueno al artículo, queda claro lo que se puede ver en esta ciudad. Totalmente recomendable para pasar en ella unos días de vacaciones.