Si no fuera porque no creo en la suerte diría que soy una persona muy afortunada. Soy de
esas personas a las que le encanta su trabajo, me gusta hablar en público sobre
psicología, emociones y sexualidad y compartir momentos para debatir; disfruto
muchísimo de escribir sobre relaciones de pareja y psicología positiva; pero
sobre todo me encanta poder ayudar a personas en la consulta. Ponerme a
trabajar con una persona o una pareja para juntos comprender mejor los
problemas que tienen y sobre todo aprender a solucionarlos.
En todos estos años he
aprendido muchísimas cosas importantes de mis pacientes pero quizás lo más
importante haya sido confirmar algo que
siempre había pensado: la mayoría de la
gente es buena gente, muy buena gente. He conocido a personas de todo tipo,
muchas veces personas marcadas por una vida difícil y complicada que han
cometido errores y no han sabido ser felices. He conocido muchas personas que
simplemente no sabían solucionar un problema que les atormentaba y personas,
personas en crisis, personas más o menos felices que necesitaban mejorar algún
aspecto de sus vidas. He incluso he conocido gente aparentemente antipática,
enfadada con el mundo y con la mayoría de las personas que le rodeaban.
La mayoría de las ocasiones mi trabajo me ha permitido
conocer a las personas en profundidad, saber de sus ilusiones y miedos, de sus
emociones más privadas y de muchos pensamientos e ideas que casi nunca le
habían dicho a nadie. Y en el 99,9% de las ocasiones he conocido a grandes
personas, personas buenas que a veces cometen errores (todos podemos
cometerlos) e incluso pueden haberle hecho
daño a personas que tienen cerca, pero buena gente cuya intención es ser feliz y que necesitan encontrar el camino
correcto para conseguir hacerlo.
Pero además, con todo lo anterior, he comprobado algo muy
importante. Las personas más felices son
las personas que creen que la mayoría de las personas son buena gente. Y es
que somos más felices si creemos en la bondad de la mayoría de las personas que
nos rodean. Siempre habrá personas que no nos llegarán a convencer, a gustar,
pero es mejor no darles importancia y pensar que quizás dentro de todo lo que
no nos gusta hay una buena persona. El mejor camino para ser feliz es rodearse
de buena gente y posiblemente sea mucho más fácil de lo que algunos piensan,
porque la grandísima mayoría de las
personas son buena gente.