M.H.Lagarde.─ La llegada del presidente Donald Trump a la Casa Blanca ha puesto de moda, como si realmente de una novedad se tratase, el término noticias falsas.
Primero, aseguran algunos, el multimillonario llegó a la Casa Blanca gracias a los infundios publicados en redes sociales en contra de su rival demócrata, Hillary Clinton.
Tras la toma de posesión del nuevo presidente, este acusó a los medios de prensa de decir noticias falsas sobre la escasa cantidad de personas que asistió a su investidura. De hecho, durante su campaña presidencial, Trump catalogó de noticias falsas cuanta encuesta no le fue favorable.
Una red social como Facebook dice haber tomado medidas al respecto y de acuerdo con sus ejecutivos trabajará junto a los principales medios franceses para evitar que “otro Trump se haga con el poder” en las próximas elecciones de ese país europeo.
Y hasta una universidad norteamericana ha emprendido la titánica tarea de dar cursos para enseñar a sus estudiantes a distinguir qué es falso o verdadero en internet.
Los grandes medios, que culpan al intrusismo profesional que abunda en los blog y microblogs en internet de ser los culpables de la proliferación del engaño, no logran, por cierto engañar a nadie.
El director de cine norteamericano Oliver Stone está convencido de que los responsables de la circulación de tantas noticias falsas en el mundo no son los canales alternativos, sino, por el contrario, los medios periodísticos más prestigiosos.
Según declaró recientemente el realizador de Snowden en la presentación de su documental "Ukraine on Fire" los más prestigiosos medios estadounidenses se han hecho los de la vista gorda sobre el verdadero papel de Estados Unidos en la llamada revolución de Ucrania y no se han cuestionado para nada la supuesta interferencia rusa en las últimas elecciones estadounidenses.
En realidad lo único que parece verdadero en todo esto es la falta de credibilidad de ese tipo de periodismo, ya sea el oficial o el llamado ciudadano. El primero, ya se sabe, hizo pública su más sincera confesión de objetividad cuando, en vísperas de la guerra hispano-cubano- americana, en 1898, William Hearst, le telegrafió desde Nueva York a su corresponsal en La Habana: “Usted mande las ilustraciones que nosotros ponemos la guerra”.
Mientras tanto, el segundo y de más reciente aparición, el llamado “alternativo”, como dijo recientemente el director de Apple Tim Cook, “con sus noticias falsas ayuda a matar la mente de las personas”.
En el mejor de los casos, según dijo el CEO de Apple tan solo hace unos días al periódico Daily Telegraph, hay muchas personas que difunden falsedades con tal de "obtener el mayor número de clics, no de decir la verdad”.
Y en el peor, y esto se le olvidó decir a Cook, las nuevas tecnologías de la información y las redes sociales de internet han sido utilizadas por algunos gobiernos como arma de guerra para inmiscuirse en los asuntos soberanos de aquellas naciones que no resultan de su agrado.
La derrotada Hillary Clinton, por ejemplo, podría decir mucho sobre el papel de Twitter en la Ola Verde iraní de 2009 o en la llamada Primavera Árabe.
No es algo del pasado. En el caso cubano no es ningún secreto la fabricación, a golpes de premios, de algunos personajes de la blogosfera, ni la participación en cursos de entrenamientos, organizados por la más retrógrada derecha, para “jóvenes líderes” sospechosamente más “socialistas y comunistas” que el mismísimo Vladimir Ilich.
No hay, sin embargo, a pesar de tantas falsedades que perder la fe del todo en los canales de la información. Por suerte, tal y como solía decir el filósofo griego de La Caverna, al final, todos los excesos generan su contrario.