Buenos días Familia.
Antes que nada me presento:
Soy Teresa M. Terol, Psicóloga sanitaria y estoy encantada de pertenecer a este gran equipo y prometo aportar mi granito de arena para que vuestros resultados sean aún más espectaculares.
La palabra manipulación suena fuerte, suena dura y todos nos creemos ajenos a ello.
Ahora, si lo llamo “influencia social” quizá suena más aceptable y accesible.
SOMOS SERES SOCIALES.
¿Tus hábitos son tuyos o te dejas influir?
Te cuento la verdad:
No eres totalmente libre en aquello que haces, nos dejamos influir por nuestro entorno.
Definamos:
Como entorno me refiero, por un lado, al ambiente social, al contexto cultural en el que vivimos, nuestro país, nuestra ciudad, nuestro barrio, nuestro trabajo…
Por otro lado, me refiero al ambiente más cercano, a tu gente, a las personas que has elegido para compartir tu vida.
Todo nos influye, en mayor o menor medida, pero no somos impermeables ni ajenos a ello.
*vale, te lo compro, no todos somos tan influenciables, pero a eso llegaremos ahora.
Asertividad: la base de todo
¿Qué es la asertividad?
La asertividad no es ni más ni menos que la capacidad que tenemos para actuar de forma congruente.
Lo normal es creer que cuando yo pienso de determinada manera, siento y actúo acorde a ello… y no es verdad.
Te seré sincera:
No eres ni libre ni dueñ@ de lo que haces. Muchas cosas juegan en contra.
En cambio, cuando aprendemos a ser asertivos, esto si ocurre, al menos casi siempre.
Somos capaces de expresarnos de una forma transparente, de una manera directa, dejando clara nuestra postura, nuestra forma de ver y sentir el mundo, nuestra opinión.
Ahora bien, lo que ocurre por norma general, es que no siempre logramos ser así, de hecho me atrevería a decir que actualmente MUY POCAS PERSONAS son asertivas.
Quizá no me creas, y es que a veces confundimos otros estilos de comunicación con la asertividad, como por ejemplo el estilo agresivo, del que hablaremos más adelante.
La asertividad es compleja de poner en práctica:
Implica un alto grado de autoconciencia personal, gestión emocional y dominio de nuestra habilidad.
Por desgracia, no nacemos con este sistema de “sociabilidad” implantado en el cerebro, a modo de chip. Y por desgracia extra y hasta donde yo sé, el sistema educativo oficial no tiende a enfocarse en ayudarnos para ser mejores en esto.
No hay otro remedio:
Vamos a tener que apañárnoslas para lograr el cambio.
Hay 3 estilos, 3 formas de ser
Como os decía, no es tan sencillo.
Incluso la persona más instruida, la persona más asertiva, no es puramente asertiva.
Todos nos movemos en un continuo, donde a veces somos pasivos, a veces agresivos y a veces asertivos. Y aunque todos tenemos los 3 modos y bailamos entre ellos, tendemos a categorizarnos y actuar con mayor frecuencia en uno de ellos.
Quítate la venda:
¿Qué estilo de comunicación utilizas?
Estilo Pasivo
Cuando nos comportamos de forma pasiva, pensamos de forma pasiva.
¿Esto qué quiere decir?
Que entendemos que los derechos de los demás son más importantes que los nuestros. Y no me refiero a que lo pensemos de una forma intencionada, sino que así lo sentimos.
Tendemos a anteponer a los otros a nosotros mismos.
Pondré un ejemplo:
Solo queda un trozo de tarta en el centro de la mesa, está riquísima, la quieres… y el anfitrión pregunta “¿Quién la quiere?”.
Querrías responder que tú y disfrutarla, pues todos habéis comido un único trozo.
Ahora, algo se apodera de ti, entre vergüenza o culpa, no quieres que otro se quede sin ella, “te sabe mal” y lo dejas pasar el tiempo suficiente para que otro se te adelante.
Esto es ser pasivo. No reaccionas.
Las personas pasivas intentan no llamar la atención, pasar desapercibidas, no molestar o incomodar, odian las discusiones y el enfrentamiento, prefieren llevarse bien.
Y qué difícil es dar nuestro punto de vista desde aquí, qué difícil es ir en contra del mundo, luchar por lo que queremos.
No te sorprenderá:
Difícilmente puedes aplicar unos hábitos saludables en un mundo no saludable siendo pasivo.
Estilo Agresivo
Este es el estilo que más confundimos en nosotros mismos con la asertividad. De hecho, las personas pasivas, cuando explotan porque no pueden más, rara vez se convierten en asertivas, sino que pasan a un modelo de comunicación agresivo.
Adivina qué:
Sinceridad y sincericidio son cosas distintas.
Y es que las formas importan.
No siempre hay que decirlo todo, no siempre hay que expresar lo que pensamos sin filtrar el qué o el cómo. No se trata de eso.
La emoción que más aparece en las personas con estilo agresivo es el enfado y su bandera está clara:
No vas a pisarme, yo soy más importante que tú.
Mirada directa, tono elevado, gestualidad brusca, ningún tipo de escucha y poca empatía.
Desde aquí, quizá estemos dando nuestra opinión, pero ESO no es asertividad.
¿Cómo ser tú mismo?
Derechos Asertivos
A no ser que vivas en una cueva, en las montañas de Canadá, al margen de toda ley y todo contacto… vivimos en sociedad.
Adivina qué:
Hasta cuando vivíamos en cuevas, vivíamos en grupo.
Por tanto, vivir en sociedad es algo que forma parte de nuestra naturaleza. Por ende, aprender a manejar nuestras habilidades sociales hoy día se ha convertido en algo fundamental.
Ser poderoso no es tan fácil:
Si miramos las personas más influyentes a nivel mundial, lo que tienen el verdadero poder, quizá tengan conocimientos y sabiduría, pero seguro que lo que tienen es habilidad social, actitud y capacidad de transmitirla. Sin esto, no llegaremos muy lejos.
Las empresas cada vez son más conscientes de ello, los departamentos de recursos humanos no buscan solo currículums brillantes, sino perfiles humanos.
Volviendo a los derechos asertivos, te explico:
Solo por el hecho de vivir en sociedad, se nos presuponen determinados derechos frente a los demás.
Una persona asertiva asume estos derechos como pautas de virtud, como el camino a seguir, como símbolo de equilibrio y base para su comportamiento.
Te cuento algunos derechos:
- Tienes derecho a decir No.
- Tienes derecho a ser el primero.
- Tienes derecho a cambiar de opinión.
- Tienes derecho a equivocarte.
Estos son solo algunos de los muchos derechos asertivos.
¡Esto es importante!:
Tus derechos asertivos son igualmente válidos para los demás.
Es decir, que tú tienes derecho a cambiar de opinión, pero el otro tiene derecho a pedirte que no lo hagas, tiene derecho a enfadarse, tiene derecho a otras tantas cosas. Esta es la clave. La reciprocidad.
En el estilo agresivo se comprenden muy bien nuestros propios derechos, ahora no tanto los derechos de los demás. Yo tengo derecho a enfadarme si no me tratas como entiendo merezco ser tratado… pero si tu te enfadas, “estás exagerando” o “no tienes razón”.
En el estilo pasivo se comprenden muy bien los derechos de los demás, ahora bien, mis derechos pasan a un segundo plano si esto puede llevarnos a conflicto, si esto puede molestar o provocar que me juzguen, critiquen o rechacen. No les merece la pena y prefieren anteponer los derechos de los demás. Por ejemplo: si no quiero ir a ese restaurante pero a ti te apetece mucho, mi derecho a elegir queda relegado a un segundo plano frente a tu derecho a tener una preferencia puntual.
Cambia tus pensamientos
De los derechos asertivos se desprende la siguiente idea:
Para poder actuar asertivamente, necesitas PENSAR asertivamente.
Te planteo esta duda:
Si yo pienso de determinada manera, ¿esto se puede cambiar?
Pues claro que sí, podemos modificar nuestra forma de entender el mundo, somos capaces de reaprender.
¿Cuántas veces has creído férreamente en algo o alguien y has cambiado de opinión?
Solo hace falta darnos cuenta de qué nos sería más útil pensar de otra forma y actuar en consonancia.
En definitiva, si quieres compórtate de forma asertiva, primero tendrás que trabajar en los derechos asertivos y vencer tus creencias más íntimas.
Estilo Asertivo
La persona asertiva, no solo actúa, sino que piensa de manera asertiva. Entiende que sus derechos están ahí para ser defendidos, ahora, nunca pasando por encima de los derechos del otro.
Esta forma de pensar genera paz mental y estabilidad emocional. Nos hace sentir cómodos con los demás y con nosotros mismos, aporta sentimiento de congruencia y de justicia.
Ser asertivo te aleja del enfado, cuando otro se antepone a ti, y te aleja de la culpa por anteponerte al otro. Porque antes de hacerlo, has valorado y has elegido la fórmula más apropiada.
¡REFORMULA!
Es lo que llamamos, un SANO EGOÍSMO.
Ser egoísta es anteponer tus derechos, opiniones, éxitos y metas a los demás, ahora bien, el sano egoísmo te ayuda a lograrlo sin pisar a nadie, de la forma adecuada.
Esto va acorde a una fuerte autoestima, aunque no irreal, sino entendiendo nuestras limitaciones de una forma realista.
Esta aceptación incondicional de nosotros mismos, de querernos, no por ser perfectos, sino por ser nosotros mismos.
Un ejemplo de asertividad:
Imagina que tu mejor amigo te pide que le acompañes a un lugar, que no quiere ir solo. A ti no te apetece, no es que no puedas, no es que tengas otros planes, es que no quieres.
¿Qué hacemos aquí?
Generalmente poner excusas, ahora, si somos asertivos y aplicamos nuestro derecho a no querer hacer algo, deberemos negarnos. De lo contrario, sería actuar de forma pasiva, aceptar porque “es nuestro amigo, y eso hacen los amigos”.
No es verdad, un amigo hace muchos favores, pero no siempre tiene porque hacerlos.
En el otro lado de la ecuación estaría la persona agresiva, que quizá hasta se enfade: “este siempre aprovechándose de mi amistad, me tiene harto”.
¿Lo entiendes? No es tan sencillo, pero podemos logarlo.
Te manipulan y voy a demostrártelo
Todas estas fórmulas de comunicación se pueden practicar y mejorar para convertirnos en esas personas que queremos ser, para ser congruentes con nosotros mismos y hacer aquello que queremos hacer, según pensamos y sentimos, todo en sintonía.
Y aún así, a pesar de todo ello, el dominio total es imposible, pues somos seres sociales.
Como decíamos:
La influencia social (¿manipulación?) está servida y garantizada.
Experimentos científicos de influencia social
La psicología se ha esforzado en demostrar la influencia de nuestro entorno de forma científica, a lo largo de los años, a través de experimentos sociales en los que se ponía a prueba este hecho.
¡Lo siento!
La conclusión habitual es que no somos libres de la opinión de los demás.
Experimento de Solomon Asch
Solomon Asch es un psicólogo que nació en Polonia y emigró a Estados Unidos.
Es mundialmente conocido por sus estudios en el campo de la psicología social. Sus experimentos pusieron de manifiesto cosas tan fuertes como que no somos tan libres como nos creemos ser, y nos dejamos arrastrar por las masas y la opinión de los demás.
¿Cómo demostró esto Solomon Asch?
El experimento consistía en que a una persona se la sumergía en un aula junto a otras personas.
El sujeto a evaluar creía que todos estaban allí en las mismas circunstancias, cosa que no era era así, ya que todos eran cómplices del experimento excepto él.
Lo que él creía es que todos estaban allí para un estudio de percepción visual.
El científico iba a exponerles diferentes imágenes como la que os ejemplifico más abajo, donde cada uno de ellos debía identificar a qué línea era igual la figura de la izquierda: A, B o C. Solo eso.
Es aparentemente muy sencillo, pues las líneas solo diferían en longitud y anchura.
En realidad qué quería demostrar:
Si nos dejamos influir por lo que dicen los demás o somos fieles a nuestro criterio.
¿Cómo lo hizo?
El sujeto nunca respondía primero. Siempre respondían antes el resto de alumnos y él quedaba casi de los últimos por su posición en el aula, por tanto él siempre escuchaba la respuesta de los demás antes de dar su opinión, a pesar de que no se verificaba cual era la opción correcta hasta que habían respondido todos.
Experimento de Solomon Asch
¿Qué sucedió?
Al principio, todos daban la respuesta correcta (como decimos, se puede ver que en realidad es obvio). Por tanto, el sujeto hacía lo correspondiente y daba su opinión, que coincidía con la del resto.
Conforme avanzaba el experimento, algunos sujetos opinaban distinto (fallaban).
En esos primeros momentos, el sujeto, generalmente, seguía dando su opinión.
¡Esto es asombroso!
Conforme avanza el experimento llega un punto donde todas las personas que contestan antes que él opinan distinto (fallan). Opinan que la línea que es igual es otra, no la correcta.
Aquí es donde la persona se empieza a cuestionar su propio criterio, a dudar de su propia percepción.
¿Es increíble o no es increíble?
Al final del experimento, el 37% de los sujetos acababa opinando en base a lo que opinaba el grupo, a pesar de ser conscientes de que ellos veían obviamente cual era la respuesta correcta.
Aún más increíble es que el 75%, 3 de cada 4 personas, mínimo en una ocasión, cambiaban su criterio en base a la opinión del resto.
En el grupo control, donde todos acertaban, la tendencia al fallo no llegaba ni al 1%. Por tanto, es evidente, ¡se dejaban influir!
¿Por qué lo hacían?
La reflexión es la siguiente.
En primer lugar, los sujetos alegaban miedo a ser rechazados, a hacer el ridículo, a quedar mal.
Si todos piensan lo contrario, “qué van a pensar de mí”.
De nuevo, vamos a lo mismo, somos seres sociales y, por tanto, cuando existe la posibilidad de ser excluidos del grupo nos asustamos. Necesitamos defender ese derecho a la pertenencia, ese derecho a formar parte.
En segundo lugar y aún más interesante, muchos alegaban que incluso habían dudado de su propio juicio. No que cambiaran por miedo a no gustar, sino que dudaban de si realmente “no estaban viendo bien”.
¡Increíble! No hay lugar a dudas, tu mirada ve lo que ve, y aun así se ponían en tela de juicio.
Otras conclusiones fueron muy curiosas:
Por un lado, se modificó el experimento para comprobar si el hecho de que AL MENOS una persona más opinaba distinto a la mayoría, si no había unanimidad, ¿ahí que pasaba?
Pues ahí lo que ocurría es que el sujeto se sentía libre de hacer lo mismo, bajaba mucho el cambio de criterio.
Por lo visto, el hecho de no ser la nota disonante, de no ser el foco de atención, de no ser el único, nos da libertad de ser quien queremos ser.
¡No te lo vas a creer!
Aunque la persona que también discrepaba pensara muy opuesto a nosotros, nos hacía libres.
Es decir, si la opción correcta era la A pero la mayoría decía B, si alguien opinaba que C (mucho más diferente que B respecto a A), la persona se sentía libre de dar su opinión, contraria a todos. Solo por el hecho de no ser el raro, el que opina distinto, el único.
Rompe las cadenas
Los experimentos de Solomon Asch ponen encima de la mesa la evidencia clara de que no podemos saber hasta qué punto nuestras opiniones son nuestras o están influidas por el entorno, sin darnos cuenta de ello, que es lo más peligroso.
Estamos vendidos.
Imagínate si ante algo tan objetivo como una imagen, algo evidente y obvio, que no dudaremos cuando se traten de temas más subjetivos, puntos de vista, opiniones.
Te parecerá por tanto importante que tomemos cartas en el asunto.
Nuestra vida es solo nuestra, nadie va a vivirla por ti.
¡Reacciona!
No puedes elegir tu futuro, pero si que puedes elegir tus hábitos. Y tus hábitos, determinan tu futuro.
Lo ideal sería asegurarnos de que los estamos eligiendo nosotros con total claridad, ya que justamente la normalidad de hábitos en nuestro ambiente obesogénico no es precisamente un modelo a seguir.
Tenemos muchos más ejemplos de personas con hábitos tóxicos a nuestro alrededor que saludables.
Por tanto, me gustaría que nos hiciéramos fuertes a la hora de manejar nuestras vidas.
Estate muy atento:
Te ayudo a salir del rebaño.
Elige bien a tu entorno
Ahora ya sabemos que no podemos eludir el hecho de que estamos influidos por nuestro entorno… ahora bien… ¡podemos elegir el entorno que tenemos! Juega tus cartas.
Apunta esto:
Dicen que somos la media de las cinco personas con las que más tiempo pasamos.
La media no en habilidades o conocimientos, sino la media de sus actitudes.
Es hora de plantearnos algo:
¿Tu entorno te potencia o te limita?
Muy probablemente de la forma en la que ellos piensan, ven el mundo, se orientan y la actitud que tienen ante la vida muy probablemente sea la media de tu actitud.
Analiza. Esa forma de pensar de tu entorno más cercano… ¿te gusta? ¿te ayuda a crecer? ¿te gusta cómo piensan? ¿te parecen admirables? ¿te parecen personas ante las que quitarte el sombrero?
Si tu quieres ser alguien admirado y respetado porque esos son los valores que te mueven, revisa si tu admiras a tu entorno, sino probablemente te estés quedando tu también limitado.
Para no olvidar:
Si tu entorno te limita no es tu círculo, es tu jaula.
Fortalece tu criterio
Busca contenido que discrepe con tu opinión.
Si tu eres una opinión A: lee, escucha radios, mira cadenas de televisión… que opinen distinto a ti. Hacemos todo lo contrario, buscamos contenido, medios y personas acordes a lo que nosotros pensamos, y eso está genial, pero no como única alternativa.
Te pregunto:
Escapar del debate o conflicto, ¿crees que va a enriquecerte?
Si solo te rodeas de personas que piensan como tú, solo va a alimentar esas ideas, ahora, no te va a hacer plantearte duda, no te va a enriquecer, no te va a despertar una idea dormida.
Necesitamos que alguien nos recuerde otras formas de pensar, porque de todo lo que diga, quizá nos actualice o replantee nuestra idea. Hazte fuerte, enriquécete con el debate.
¡No tengas miedo!
No te pueden convencer solo por escuchar.
Pasa esas opiniones distintas a la tuya y pásalas por un filtro, analiza, escucha activamente, atiende.
Existe un filtro que es el filtro cognitivo por el cual cuando algo se repite muchas veces en tu entorno, en tu cabeza, aumenta su credibilidad. Por tanto, no rumies a lo mismo, lucha por ser alguien que nunca se cansa de aprender, de dudar de su criterio.
Parece increíble, pero dudar de tu propio criterio, te hace más fuerte.
Referencias
- Asch, S. E. (1956). Studies of independence and conformity: A minority of one against a unanimous majority. Psychological Monographs, 70 (Whole no. 416).
- Asch, S. (1974). Fuerzas de grupo en la modificación y distorsión de juicios. En J.R. Torregrosa y E. Crespo. (Comps.), Estudios básicos de la psicología social. (pp. 351-364). Barcelona: Hora
- Bach, Eva y Anna Forés. La Asertividad, Plataforma Editorial (2008).
- Morales, J.F. y Huici, C. (2000). Psicología Social. Ed. McGraw-Hill. Madrid.
- Romi Arellano, Manuel J. Cuando digo no, me siento culpable. Nuevas ediciones de bolsillo, 2003.
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