Y cuando el aire del Mediterráneo francés ha vuelto a mí no he podido abandonarlo. Lo he leído de un tirón, seducido por la palabra de Sagan, hechizado por una joven de diecisiete años que vive el amor y la libertad de amar de forma extraordinaria. La historia forma un círculo perfecto, todo termina donde empieza, nada cambia aunque ya nada es igual... Y las últimas páginas, aún siendo esperadas, sólo pueden ser leídas tras unas borrosas lágrimas...
Françoise Sagan escribió este libro cuando sólo tenía 18 años. Y su novela parece una premonición de la constante turbulencia personal, social y sentimental en la que vivió... "Notaba que era bueno y estaba dispuesto a quererme; que a mí me gustaría quererle". "Anne estaba ojerosa, única señal de su noche de amor. Ambos sonreían con cara de felicidad. Eso me impresionó: la felicidad siempre me ha parecido una ratificación, un triunfo". "Luego comenzó la ronda del amor: el miedo de la mano del deseo, la ternura y la pasión, y ese brutal sufrimiento al que seguía, triunfante, el placer". "Porque la noche sería interminable sin él, sin él pegado a mí, sin su pericia, sin su súbita fugacidad y sus largas caricias". "Las palabras 'hacer el amor' poseen una seducción propia, muy verbal, abstrayéndolas de su sentido. El término 'hacer', material y positivo, unido a esa abstracción poética de la palabra 'amor', me fascinaba". Y maravilloso es el poema de Paul Éluard con el que comienza la novela: Adiós tristeza.Buenos días tristeza.Estás inscrita en las líneas del techo.
Estás inscrita en los ojos que amo.
Tú no eres exactamente la miseria,
pues los más pobres labios te denuncian
por una sonrisa.
Buenos días tristeza.
Amor de los cuerpos amables,
potencia del amor ,
cuya amabilidad surge
como un monstruo incorpóreo.
Cabeza sin punta,
tristeza bello rostro.