¿Podemos reírnos de todo con total libertad? En nuestro moralista mundo la respuesta parece ser que no. El discurso oficial ha llevado a la izquierda de su labor tradicional en defensa de los trabajadores y las clases más desfavorecidas a una defensa cerrada de ciertas minorías e identidades que al final acaba favoreciendo a los intereses de los poderes económicos. Estas políticas de la identidad respetan los discursos de estas minorías como algo sagrado, sobre lo que no se puede discutir, puesto que estos grupos han sido calificados como víctimas. Iñaki Domínguez llega a comparar esta situación con la del fascismo, que también calificaba a ciertos grupos o razas como víctimas con derecho a compensar sus injusticias históricas a costa de otros grupos. Quizá en esta parte el autor exagera, por más que lo haga para denunciar una situación, porque, a diferencia de los ciudadanos de los países fascistas, nosotros sí que podemos expresarnos sin temor a perder la vida, aunque sí que podemos tener miedo a la muerte social:
"En esta era digital en que tanto se utiliza la etiqueta de "fascista", quizá sea precisamente internet el medio que esté fomentando un fascismo estructural que da rienda suelta a los más nocivos impulsos humanos, que promueve los boicots y cazas de brujas, que aspira a arruinar las vidas de personas destacadas a través de sus "pecados", ya sean presentes o pretéritos. Hablamos de una sociedad donde el dogma y lo irracional han de imponerse al diálogo y el argumento, donde los partidos de izquierdas que se autodenominan antifascistas se niegan a establecer diálogo (y parlamentar) con periodistas que atesoran opiniones contrarias a las suyas propias (cuando establecer tales diálogos es la esencia misma de toda democracia). El totalitarismo digital y colectivo está, sin duda, afectando a nuestras vidas de una forma crucial."
Una de las características del tiempo que nos ha tocado vivir es la vanidad moral que exhiben numerosas personas en las redes, donde se proyecta un compromiso ético ante los demás que suele tener poco recorrido en la vida real. Muchos quieren ser amados con ese amor artificial y efímero que ofrecen las redes y para conseguirlo no les importa atacar salvajemente al disidente, a aquel que critica los dogmas sociales establecidos. Y así "la moral se convierte de modo llamativo en una palabrería huera frente a un hacer digno que habría de ser desempeñado en la intimidad, sin que otros deban ser conscientes de él."
Bufones es un ensayo muy estimulante que pone el dedo en la llaga de forma valiente en uno de los grandes problemas del siglo XXI. Reivindica al cómico como el gran baluarte de la libertad de expresión, una figura que debería ser respetada por todos, pues es aquel que puede ofrecernos una mirada limpia de los hechos frente a las manipulaciones y sesgos del poder. El bufón contemporáneo puede representar una oleada de aire fresco en este gran panóptico de vigilancia y castigo en el que hemos elegido vivir. In risa veritas.