Ruge el mar. Tan fuerte y durante tanto tiempo que ha ido abriendo gritas cada vez más grandes, hasta convertirlas en chimeneas que conectan a través de la roca agua y superficie. Ahora, desde lo alto del acantilado, uno puede disfrutar de las olas y de la expresión más salvaje del mar de una forma peculiar: chorros que emergen de las rocas, alcanzando hasta los veinte metros de altura. Este es el fenómeno que se produce en los Bufones de Pría, que se ha convertido en atractivo turístico en el oriente asturiano.
Aunque la razón que hace emerger el agua sea diferente, el resultado que se produce es similar a los geysers. En mi caso, no he disfrutado anteriormente de ello…y lo peor es que tampoco lo aprecié bien en mi reciente visita a los Bufones de Pría. La clave para ver este espectáculo es visitarlo cuando la marea está subiendo y a poder ser, en meses en los que el mar esté más bravo, habitualmente en épocas de otoño o invierno. Yo descuidé estos aspectos, los dos concretamente, y así me fue… intentamos llegar para el punto álgido de la marea, pero al final llegamos un poco tarde y la cosa estaba tranquila.
Tan solo uno de los socavones, de hecho bastante pequeño, era del que manaba vapor de agua cada cierto tiempo. El ruido que hacen también es muy característico, similar a un bufido, de ahí el nombre.
La verdad es que el único que pudimos observar era pequeño y rugía con fuerza. Así que nos fuimos con esa idea de lo que eran, dejando para otra ocasión el verdadero espectáculo que debe suponer ver a todos los bufones “activos”. Os invito a ver un vídeo de los Bufones de Pría cuando está la marea alta.
Con todo ello, el entorno merece mucho la pena. Aún siendo una zona que se va a haciendo cada vez más conocida, para llegar a los bufones, debemos tomar una carretera, llegar a un pueblo y adentrarnos entre “praos” y caminos para avistar el mar. Al lado de los Bufones, hay una playa, la de Guadamía, que sirve de ejemplo para apreciar los bellos arenales de la zona, salvajes y que inspiran pureza, autenticidad. La zona es ideal para hacer fotos y apreciar la naturaleza y la paz asturianas que enamoran a tanta gente.
Situados entre Ribadesella y Llanes, pueden ser una excursión interesante si se va a visitar esta zona, pudiéndose combinar con la visita a estas dos localidades u otras actividades como ir a los Lagos de Covadonga, las playas de Llanes o hacer el descenso del Sella.
Cómo llegar a los Bufones de Pría
Yo visité los Bufones de Pría con coche propio. Para llegar, lo hicimos, como muchas otras veces, con el GPS del móvil, gracias a Google Maps. No obstante, el desvío apenas se ve y nos lo pasamos. Poco después preferimos preguntar para no dudar. Un señor asturiano nos ayudó y dio las indicaciones precisas para tomar el camino que era. Tan solo el camino que lleva a los Bufones y toda la zona oriental asturiana merece la pena. Grandes peñones, rabiosa naturaleza y el verde tiñendo cada rincón es un panorama que uno contempla maravillado, sin poder ser de otra manera. ¡Qué bonita es Asturias!
Nosotras aparcamos el coche un rato antes del camino donde ya hay que ir andando, ya que había gente y no hay demasiado espacio para dejar el coche. Es recomendable, pues no hay mucho que caminar y el lugar lo merece. Incluso, hay una senda, de unos 4 o 5 kilómetros para quién quiera más. No era mi caso.
Comer en Ribadesella, en las inmediaciones
Ribadesella es una villa pesquera encantadora, donde además de celebrarse una de las fiestas más conocidas de la región y albergar el río asturiano seguramente más conocido –El Sella- por lo popular de su descenso en piragua, hay muchísimos bares y un ambiente ideal para una escapada a comer o tomar algo. Después de un pequeño paseo, nos encaminamos al puerto, donde pudimos secar, ya que nos había llovido en los bufones y disfrutar del sol asturiano, que comenzaba a hacerse hueco en el gris que había inundado el cielo esa mañana.
Después, por recomendación de una amiga, nos fuimos a comer a La Guía, en frente del Mercado de Abastos de la ciudad, en su terraza. Es recomendable reservar, porque estaba bastante lleno. Nos pusimos las botas con mejillones, pulpo asado y bocarte, disfrutando de comida de primera y un restaurante del todo agradable.
Para la hora del café, elegimos tomarlo en frente de la playa, que siempre es un placer, parando en un chiringuito montado en el paseo de la playa de Santa Marina. Despedimos así el día, equilibrando la mala suerte que habíamos tenido por la mañana y aprovechando los rayos de un sol que había estado dormido por largo tiempo en la región.