Revista Cine
Con sus negocios floreciendo en el área de Los Angeles, Siegel empezó a construir su propia mansión en Delfern Drive (Bel Air) donde tendría como vecinos a Humphrey Bogart, Bing Crosby y Vincent Price. En su gran piscina solía nadar cada día y pasaba las tardes en el gimnasio YMCA de Hollywood. Desde la sauna de dicha instalación, cerró muchos de sus acuerdos. En los días que no salía a jugar, acostumbraba a entregarse a un ritual de cuidados estéticos. A las diez de la noche ya dormía. Su dinámica habitual le emparejaba con las estrellas de cine del momento y, como no tenía pelos en la lengua, le confesó a su amigo George Raft que él mismo podría ser una estrella más rutilante.
"Benny se interesó mucho por las películas. Compró cámaras, proyectores y diversos equipos, y a menudo venía a los estudios para observar el proceso técnico. Un día me pidió que lo filmara y lo hice con su cámara en mi camerino, y más tarde enseñó la película en casa. Me daba la impresión que, al igual que mucha gente, él era un actor frustrado y en secreto quería hacer carrera en el cine."
George Raft
Siegel también pagó para que le hicieran una prueba en película de 16 mm. Aunque nadie aceptó, hizo correr la voz que varios directores habían visto la prueba en su casa. Esta ambición frustrada no le alejó del mundo de las cámaras y seguía acudiendo a rodajes de forma constante. Así fue como un día le llamó la atención una aspirante a actriz llamada Virginia Hill. La joven había salido con personajes bastante siniestros y se sabía que su ocupación verdadera era la de correo de la mafia. Eso atrajo aún más a Siegel. Su primer encuentro se produjo en una fiesta que ella organizó en el restaurante Mocambo. Poco tiempo después, ya se les vio juntos en varias cenas junto a un núcleo selecto de amistades entre las que se encontraban Cary Grant y Lana Turner. En el estreno del film Bola de Fuego (Ball of Fire, 1941) la pareja fue intensamente fotografiada y esas imágenes las vio Estelle Siegel en un periódico de Nueva York. Los trámites de divorcio empezaron en ese mismo instante.
En esa época, los problemas con la justicia siguieron golpeando a Ben Siegel. Acusado del asesinato de Hank Greenberg en Hollywood, fue detenido en su casa de Bel Air no sin antes comprobar que se había escondido en el ático armado con dos revólveres. Su encarcelamiento fue más mediático que efectivo. En la celda recibía comida especial y disponía de un régimen de salidas muy laxo. Su abogado, Jerry Giesler, era conocido por ser el salvador de varias estrellas, entre ellas Charles Chaplin y Errol Flynn. Y demostró su notable destreza para conseguir que se retiraran los cargos debido a la falta de testigos. El Fiscal del Distrito, John F. Dockweiler, apoyó la moción y el expediente se archivó. Poco después se descubrió que Siegel había aportado 30.000 dólares a la campaña de reelección del Fiscal.
Pero llegamos a 1943 y ese año marca un punto de inflexión en la carrera delictiva de Bugsy Siegel. A principios de ese año, mientras los jóvenes norteamericanos luchaban y morían en el norte de África y Sicilia, el mafioso de 37 años consigue un préstamo del Sindicato Criminal para construir un gran casino en Las Vegas. A diferencia de la imagen mostrada en el cine, Siegel no estaba descubriendo nada. Ya existían, en esos momentos, dos casinos en Las Vegas: el Last Frontier y el Rancho Vegas. Incluso el edificio que se acabaría convirtiendo en el Flamingo ya estaba, por entonces, en construcción. Su idea era la de aportar luz, glamour y pompa a un Strip que era poco más que una carretera polvorienta.
La elección del nombre Flamingo no fue un capricho. Respondía al apodo que acompañaba a Virginia Hill en determinados círculos. A pesar de su contumaz actitud de mujeriego, parecía que veía en ella a su pareja definitiva y luchó por ello hasta que le fue posible.
Siegel prometió a Luciano y Lansky que el Flamingo costaría un millón de dólares. Lo que ocurrió después fue el inicio de su caída. Un año después, el coste ya se había disparado a cuatro millones. Las leyes sobre construcción en tiempo de guerra provocaban que los materiales fueran mucho más escasos. Incluso llegó a pedir a varios magnates de Hollywood que comprobaran si en sus almacenes disponían de vigas, tuberías y cemento sin usar. Él quería lo mejor y más lujoso en una época en que esto era aún más difícil de conseguir. Unos ejemplos más, las cortinas del casino eran altamente inflamables y hubo que tratarlas químicamente. La sala de calderas tuvo que agrandarse, debido a la colosal estructura del complejo. Dólares y más dólares invertidos sin garantía alguna de devolución.
Sin fondos y sin crédito, Bugsy empezó a vender acciones del casino a sus amistades llegando incluso a desprenderse de acciones que no tenía en su paquete personal. Acabó vendiendo su casa para obtener liquidez. Siegel y Hill empezaron a discutir de forma constante y ella regresó a Los Angeles, donde inició una aventura con el hijo del fundador de Universal Pictures. Pero su carácter histriónico y temperamental arruinó cualquier posibilidad alternativa. El consumo habitual de drogas acentuó ese comportamiento y durante esa época protagonizó varios altercados violentos que mostraron un grado de psicopatía emergente.
Atizado por las deudas, Siegel decidió abrir antes de tiempo el Flamingo. Invitó a todas las estrellas de Hollywood que conocía para que asistieran a la inauguración del 26 de diciembre de 1946. Pero pronto chocó con la dura realidad. El poderoso magnate de la prensa, William Randolph Hearst, amenazó a los jefes de las majors con dar los nombres de los actores que acudieran a esa celebración. La respuesta fue inminente. Louis B. Mayer, Jack Warner, Harry Cohn, y el resto de sus colegas prohibieron a sus estrellas la presencia en la inauguración. Otros actores que disponían de más libertad sí que estaban dispuestos a ir pero el mal tiempo impidió que el avión fletado por Siegel pudiera despegar de Los Angeles. Solo George Raft y unos cuantos intérpretes de segunda fila decidieron acudir.
Pero el casino no estaba listo. Las habitaciones no estaban aún terminadas. Los jugadores que tuvieron suerte pudieron marcharse con sus ganancias. Si hubieran podido dormir allí, al día siguiente podrían haber perdido lo obtenido. El resultado fue que se perdió medio millón de dólares en esa primera noche. Ante este panorama, Siegel cerró el casino y continuó con las obras.
Continuará...