Hoy ración doble.
Ahora me van a permitir que me quite el sombrero para presentarles al próximo e insigne tipejo que visita este humilde espacio, porque se trata ni más ni menos que del mismísimo Charles Bukowski, aka, para los amigos, Henry Chinaski.
Poeta feo y lúcido, borracho, vagabundo, alemán de nacimiento y norteamericano de adscripción, narrador fundacional de lo que se ha dado en llamar por la crítica de estas cosas del negro sobre blanco “realismo sucio”: esa literatura descarnada y sórdida, implacable y pegajosa que relata las vicisitudes de gentes que malviven en la periferia de lo que conocemos como vida acomodada u ordenada, socialmente hablando: prostitutas, desempleados, habitantes de las barras de los bares nocturnos, de los polígonos industriales, pequeños camellos, borrachos, vagabundos, crónicas de vidas rutinarias y apretadas, de personas estancadas en trabajos grises y precarios, en fábricas y oficinas, hartos todos de la nada cotidiana y estúpida que presagia el siguiente pringoso amanecer.
El "realismo sucio" es esa tinta desencantada e incorrecta alumbrada desde el desapego más ácido, perfilada alrededor de los difusos márgenes de lo contracultural, fuera de los convencionales manuales de estilo de la literatura establecida de best seller y cesta de consumidor de cultura de hipermercado, y todavía mucho más alejada de los top ten de los libros de ficción más leídos que figuran en los suplementos dominicales, entre ese hartazgo de la novela Histórica mainstream, el bombardeo publicitario del último lanzamiento de la novela de algún articulista estrella y el culto de moda al último libro de autoayuda que algún iluminado se saca de la manga para las navidades o el disfrute del ocio del estío de aquellos que sólo compran libros en las ferias del libro de agosto.
A primera vista lo que hace Bukowski, John Fante, Pedro Juan Gutiérrez, Hubert Selby… puede resultarnos incómodo si tenemos el estómago demasiado acostumbrado al sosiego de las palabras embotadas por lo políticamente correcto y de las imágenes inofensivas; o incluso nos podría parecer literatura descuidada, casi automática- y seguramente resulte también una percepción acertada, en cierta manera-, emancipada de los procedimientos literarios clásicos… pero detrás de toda esta desmadejada superficie subyacen arriesgados e innovadores elementos que consiguen vertebrar una radiografía reflexiva y hostil del mundo en el que muchos, la mayoría de la raza humana, vivimos. Pero hay también espacio entre la gris apariencia de la mugre para sugerir cierta belleza y esperanza en mitad del desencanto, un brillo de color en la paleta gris de la fatiga que supone en demasiadas ocasiones el desengaño de ir viviendo.
La crónica menos lustrosa de ese universo de perdedores natos en que a menudo la existencia nos convierte.
Bukowski nos radiografía con sobresaliente y único talento en sus relatos esas existencias vulgares de gentes que a duras penas tenían cabida antes en la literatura. Seres humanos que, como él mismo, malvivían día a día en pensiones de mala muerte, ganándose la vida en numerosos trabajos inseguros y alienantes(“ tengo dos opciones, permanecer en la oficina de correos y volverme loco… o quedarme fuera y jugar a ser escritor y morirme de hambre. He decidido morir de hambre”), sobreviviendo pegados a la barra de algún bar o entre el olor a almizcle y sudor del sexo menos sugestivo y más inmediato.
Su estilo es fresco, directo, provocador y procaz, nada recargado... nunca acarrea más de lo que necesita.
Bukowski enviaba cada semana sus textos a revistas underground donde apenas cobraba, escribiendo poesía por las noches mientras el hastío y una dolorosa úlcera sangrante, producto de la mala alimentación y del exceso de noches de vino barato, lo desgarraba también por dentro.
Antes de morirse, Chinaski dejó una hija, historias de sexo y borracheras en habitaciones mugrientas de moteles baratos, cuajadas de ese peculiar humor salvaje y sarcástico que únicamente poseen aquéllos que odian y aman la vida a partes iguales... nos dejó también relatos arrasados de exiguos brillos preciosos entre los churretones de las sábanas sucias, varias películas que se han rodado( “Barfly”, “Factótum”) sobre sus textos y vida… recopilaciones de relatos imprescindibles- publicados en nuestro país por la magnífica EDITORIAL ANAGRAMA- con títulos como “La Máquina de Follar”, “ Erecciones, eyaculaciones y exhibiciones”… novelones como “Cartero” o "Mujeres", sobre las cuales alguien señala muy atinadamente:" Su prosa es el resultado de un arte que opera por sustracción, no por acumulación... No hay nunca una palabra de más, eliminable o sustituible ".
El cabronazo de Bukowski escribía como un ángel caído en mitad de la basura de algún oscuro callejón. Un viaje con el guía más caústico, lúcido y procaz a los abismos de la vida, de la desesperanza, del amor y del dolor.
Y es que hay cosas que solamente se pueden contar de una forma, sin edulcorantes, medias tintas o evasivas:
"A medida que pasaba el tiempo, a Robert le iba agradando más. Hizo unas cuantas mejoras. Le compró a Stella muchos pares de bragas, unas ligas, medias oscuras y camisones.
También le compró pendientes, y fue un choque terrible para el comprobar que su amor no tenía orejas. Le puso de todos modos los pendientes pegándolos con cinta adhesiva. No tenía orejas pero tenía muchas ventajas: no tenía que sacarla a cenar, llevarla a fiestas, a películas estúpidas; todas esas cosas que significan tanto para las mujeres de carne y hueso. Y tenían discusiones. Siempre había discusiones, incluso con un maniquí. Ella no podía hablar, pero él estaba seguro de que una vez le había dicho:
—Eres el mejor amante de todos. Ese viejo judío era un amante estúpido. Tú eres un amante inspirado, Robert.
Sí, tenía ventajas. No era como todas las otras mujeres que había conocido. Ella no tenía necesidad de hacer el amor en momentos inconvenientes. El podía elegir con tranquilidad el momento de hacerlo. Y no tenía períodos. Era una magnífica amante. Robert le cortó un poco de pelo de la cabeza y se lo pegó entre los muslos.
El asunto había comenzado siendo puramente sexual, pero gradualmente se estaba enamorando de ella, podía sentir cómo ocurría. Pensó en acudir a un psiquiatra, pero decidió no hacerlo. Después de todo ¿por qué era necesario amar a un ser humano? Nunca duraba mucho. Había demasiadas diferencias entre cada individuo, y lo que empezaba siendo amor acababa casi siempre en guerra despiadada.
Tampoco tenía que acostarse en la cama con Stella y escucharle hablar de todos sus antiguos amantes. De cómo Karl la tenía así de grande, pero no sabía hacerlo. Y lo bien que bailaba Louie, que podía convertir en ballet una venta de seguros. Y cómo Marty sí que sabía besar de verdad, su manera de mover la lengua. Una y otra vez, siempre así. Qué mierda. Claro que también Stella había mencionado al viejo judío, pero sólo una vez."
Saludos de Jim. Gracias, Henry, por tantos momentos felices de buena literatura.