Revista Opinión

Bulgaria, el antiguo imperio que se enfrenta a la despoblación

Publicado el 13 febrero 2020 por Juan Juan Pérez Ventura @ElOrdenMundial

Un detalle que podría haber pasado desapercibido para muchos es que el billete de euro incorporó en 2013 un nuevo alfabeto. Desde entonces, además de los abecedarios latino y griego, se puede leer en él la palabra евро en cirílico. La responsable de este cambio fue Bulgaria, miembro de la UE desde 2007, a pesar de que Bulgaria no usa todavía el euro. 

En el corazón de la península balcánica, bañada al este por las aguas del mar Negro, Bulgaria fue un imperio en el pasado; hoy es el Estado con el PIB per cápita más bajo de la Unión Europea. Al tratarse de uno de los países europeos más antiguos, los años han borrado, como de costumbre, las certezas acerca de su origen y su nombre. Una de las explicaciones etimológicas relaciona a los búlgaros con el río Volga, que desemboca en el mar Caspio a más de 1.800 kilómetros de la frontera oriental de la Bulgaria actual. Otros buscan el origen del nombre del país en las lenguas túrquicas, y lo relacionan con el vocablo bulga, que significa ‘mezcla’. 

La historia y el presente de Bulgaria retratan, en efecto, una mezcla. El país balcánico ha vivido bajo formas de gobierno tan dispares como son un imperio, una república y, hasta en tres ocasiones, un reino. Bulgaria pasó cinco siglos bajo el dominio del Imperio otomano. Más tarde, durante la segunda mitad del siglo XX, formó parte del Pacto de Varsovia, y estuvo bajo la influencia de la URSS. Aun así, hoy más de la mitad de los búlgaros se declaran ortodoxos, una religión que lleva implantada en el país desde el año 865 y que es reconocida como “religión tradicional” por la Constitución

La llegada de la democracia después de casi cinco décadas de dictadura comunista impulsó el crecimiento económico de Bulgaria. El salto fue especialmente notable a partir del comienzo del milenio: el PIB del país se cuadriplicó entre el año 2000 y 2006. Pero la corrupción, vestigio del régimen anterior, no se había desvanecido. En 2007, el Eurobarómetro mostraba que el 72% de los búlgaros consideraban que la corrupción era un gran problema para su país. Diez años más tarde, un 75% respondían que los esfuerzos que hacía el Gobierno por erradicar la corrupción eran insuficientes. Mientras tanto, el país balcánico continúa a la cola de la UE en PIB per cápita, pero ¿es Bulgaria realmente un país pobre?

Para ampliar: “La percepción de la corrupción en Europa”, El Orden Mundial, 2020

De la leyenda al presente

Los búlgaros existían mucho antes de que la Bulgaria moderna trazara sus fronteras. Pero, antes de ellos y lejos de los Balcanes, estaban los protobúlgaros, de raíces túrquicas, igual que los actuales turcos, azeríes o turkmenos. Esencialmente nómadas y belicosos, los protobúlgaros avanzaron desde los Urales hasta las orillas septentrionales del mar Caspio. Es entonces cuando la historia del pueblo búlgaro se entrelazó, como la de muchos otros, con una leyenda

Un guerrero noble, educado en la corte bizantina, tenía cinco hijos. Su nombre era Kubrat, y su sabiduría y destreza le permitieron conquistar, en el siglo VII d.C., un territorio extenso al noreste del mar Negro que recibió el nombre de la Gran Bulgaria. En su lecho de muerte, Kubrat suplicó a sus hijos que nunca se dividieran. Si estos le hubiesen obedecido, la leyenda se podría haber acabado ahí. Pero, muerto Kubrat, solamente el hijo primogénito obedeció a este ruego, y más tarde fue derrotado por los jazáros, con lo que el reino de Kubrat desapareció. Los otros cuatro abandonaron las tierras paternas, cada uno en una dirección. Uno de ellos, Asparuh, se dirigió a la península balcánica, donde venció al ejército bizantino y fundó, en 681, el primer Imperio búlgaro. La historia de la Bulgaria que hoy conocemos se cuenta a partir de esta fecha. 

Bulgaria, el antiguo imperio que se enfrenta a la despoblación
La caída de la antigua Gran Bulgaria y los caminos que tomaron, según la leyenda, los cinco hijos de Kubrat. Fuente: Wikimedia Commons

Nacía entonces el pueblo búlgaro y con él el primer Estado balcánico que llevaba Bulgaria por nombre, si bien a lo largo de los siglos siguientes la autonomía del país fue interrumpida. Aun así, el pueblo búlgaro ha permanecido en la región desde la fundación del primer imperio en el siglo VII hasta hoy. Es por eso por lo que se considera que Bulgaria es el país europeo que más tiempo ha existido bajo el mismo nombre, un nombre que había recibido de sus fundadores.  

La religión tuvo un papel fundamental en la consolidación del Imperio búlgaro y sus relaciones externas. La adopción del cristianismo oriental por el rey Boris I de Bulgaria en 864 fue una consecuencia directa de la vecindad de los búlgaros con el Imperio bizantino, la superpotencia del momento. Pero la conversión del pueblo a la fe cristiana fomentó también la cohesión interna. Y es que, antes de la llegada de los guerreros de Asparuh, el territorio de la Bulgaria actual estaba habitado por pueblos eslavos. Los protobúlgaros se impusieron a ellos, pero, en vez de expulsarlos, adoptaron sus costumbres y cambiaron su estilo de vida nómada por el de sus conquistados.

La adopción de la religión cristiana difuminó las diferencias entre los dos pueblos y facilitó la gobernabilidad. En la Bulgaria moderna, el cristianismo ortodoxo está reconocido en el artículo 13 de la Constitución como la religión tradicional del Estado. Por su parte, la historia del pueblo búlgaro es la historia de la fusión de las identidades eslava y túrquica, un entrelazamiento único de culturas y tradiciones. Con el paso del tiempo, la población de Bulgaria se volvió más diversa debido, principalmente, a los movimientos migratorios desde el Imperio otomano y, más tarde, de Turquía. Hoy, los búlgaros constituyen el 85% de los habitantes del país, frente al 8% de turcos y 5% de gitanos.  

La conversión de Bulgaria al cristianismo tuvo una consecuencia crucial para la identidad búlgara moderna. Junto con la fe, se introdujo un vocabulario religioso específico que no tenía referentes ni traducción a la lengua búlgara, por lo que la difusión de los textos sagrados se volvía una tarea complicada. Pero Bizancio tenía la solución: a finales del siglo IX, dos hermanos de Tesalónica, Cirilo y Metodio, fueron enviados a Bulgaria como misioneros para inventar un alfabeto nuevo y adaptado a los fonemas de la lengua búlgara, que carecía en ese momento de un sistema de escritura unificado. Así, en Bulgaria nacía el alfabeto cirílico, usado hoy mayoritariamente por los pueblos eslavos de Rusia, Ucrania o Serbia, entre otros. 

Bulgaria, el antiguo imperio que se enfrenta a la despoblación
Bulgaria es uno de los países que utilizan actualmente el alfabeto cirílico.

Con el paso del tiempo, el Imperio bizantino fue cediendo territorio, poder y protagonismo a otra potencia regional, el Imperio otomano. Bulgaria fue invadida y convertida en una provincia otomana en 1396, antes incluso de la caída de Constantinopla en 1453. Su población fue dividida siguiendo el factor religioso en cuatro grupos y cada uno tenía unos derechos y unas obligaciones fiscales específicas. Bajo el dominio otomano, Bulgaria no volvería a ser un país independiente hasta cinco siglos más tarde.

Para ampliar: “El cristianismo en el mundo”, El Orden Mundial, 2019

Dos tratados internacionales y dos guerras mundiales

El deseo de independencia búlgaro se venía fraguando desde el siglo XVIII con mensajes nacionalistas de clérigos e intelectuales. En 1876, un grupo revolucionario de jóvenes independentistas búlgaros exiliados en Rumanía orquestó un levantamiento que fue duramente reprimido por las autoridades otomanas, dejando entre 15.000 y 30.000 víctimas civiles. La derrota significó, paradójicamente, la victoria de sus aspiraciones de independencia. Las noticias acerca de las atrocidades cometidas por los otomanos conmocionaron a la opinión pública europea y, cuando el sultán se negó a mejorar el nivel de vida de sus súbditos búlgaros, Rusia le declaró la guerra. El conflicto se saldó con la derrota otomana y se acordó, en la ciudad de San Stefano, un barrio de la actual Estambul, que Bulgaria sería un país independiente con un territorio que abarcaba casi la mitad de la península balcánica. 

Sin embargo, otras potencias europeas no veían con buenos ojos el reajuste territorial, dado que la expansión búlgara podía romper el equilibrio de poder a favor de Rusia y de su nueva aliada, Bulgaria. El mapa de los Balcanes fue trazado de nuevo en 1878, en el transcurso del Congreso de Berlín. Las fronteras de Bulgaria fueron redefinidas a la baja: perdía dos tercios del territorio estipulado por el Tratado de San Stefano. Además, ya no se hablaba en términos de independencia, sino de autonomía: seguiría estando bajo el dominio del Imperio otomano. Uno de los territorios que Bulgaria perdió en virtud del nuevo tratado, Rumelia Oriental, fue recuperado de manera pacífica siete años después.

Bulgaria, el antiguo imperio que se enfrenta a la despoblación
El territorio de Bulgaria, en rosa, según lo estipulado por los Tratados de San Stefano y de Berlín. Fuente: Gobierno de Macedonia

Sin embargo, el afán expansionista no se saciaba con la paz. En poco más de un año, Bulgaria participó en las dos guerras de los Balcanes de principios de siglo XX, con suerte desigual. En 1912, se alió con Montenegro, Grecia y Serbia para expulsar de la península al Imperio otomano, ya decadente. La Liga Balcánica triunfó, pero las disputas entre los ganadores por el reparto de los territorios desencadenó la segunda guerra regional en 1913, en la que Bulgaria fue vencida en apenas un mes, perdiendo buena parte de lo que había ganado un año antes. El deseo de recuperar los territorios perdidos tras el Congreso de Berlín y la segunda guerra balcánica explican la participación de Bulgaria en las dos Guerras Mundiales aliada con Alemania. Sin embargo, los intereses búlgaros eran fundamentalmente regionales en ambas, y es por ello por lo que tanto Fernando I como su hijo Boris III se negaron a trasladar sus tropas más allá de la península balcánica en el transcurso de las dos contiendas, respectivamente. Tampoco accedieron a romper totalmente sus relaciones con Rusia, a pesar de encontrarse en facciones opuestas. En las dos ocasiones, Bulgaria eligió el bando equivocado y fue derrotada.

El final de la Segunda Guerra Mundial significó para Bulgaria cambios radicales. En 1946, el 93% de la población votó en un referéndum en contra de la monarquía, por lo que Bulgaria se convertía en una república popular y pasaba a formar parte de la esfera de influencia soviética y, a partir de 1955, del Pacto de Varsovia. Aunque la Iglesia ortodoxa logró mantenerse, bajo estricto control del régimen, otras religiones fueron perseguidas. En el caso de las minorías étnicas, principalmente la turca, se llevaron a cabo políticas de asimilación forzada. Aquellos que se enfrentaban al régimen comunista eran condenados a muerte, o deportados a campos de concentración y de trabajo. A finales de los 80, ante la coyuntura internacional y las demandas de libertad, el régimen empezó a desmoronarse. Tras la celebración de unas elecciones plurales en 1990, la nueva Asamblea Nacional aprobó una flamante Constitución que constituía Bulgaria como una república parlamentaria.

La vista de Bulgaria se volvió entonces hacia Europa. El primer intento de acceder a la Unión Europea, en 1995, fue infructuoso; la Comisión Europea rechazó su candidatura. La negativa, no obstante, fue acompañada por una recomendación: reforzar la economía y garantizar la protección de las minorías, sobre todo del pueblo gitano. Una década más tarde, Bulgaria volvió a presentar su candidatura, y esta vez sí, con éxito.

Para ampliar: “La ampliación de la UE hacia el este”, Enric Rodríguez en El Orden Mundial, 2017

El camino de la integración

Bulgaria se convirtió en el vigesimosexto miembro de la Unión Europea, junto con su vecina Rumanía, en 2007. Su entrada al club de los entonces 27 traía novedades: introdujo, por ejemplo, el alfabeto cirílico a las instituciones europeas. Por otra parte, la Unión se hacía con una salida estratégica al mar Negro. Otro país que se vio beneficiado por la inclusión de Bulgaria en la UE era Grecia: por primera vez estaba conectada por tierra con el resto de países comunitarios. Sin embargo, el camino a la integración no está concluido. Bulgaria es parte de la Unión Europea, pero no de la zona euro o del espacio Schengen. Los preparativos para adoptar el euro se vieron ralentizados por el inicio de la crisis económica de 2008, pero podrían concluir hacia 2022, según el primer ministro Boiko Borísov

En las encuestas y los índices, Bulgaria tiende hacia los extremos. Según el último Índice de Felicidad Global, realizado por la Fundación Gallup, se trata del país menos feliz de la Unión Europea, en el puesto 97 de 156 Estados estudiados. Así lo demuestra también el último Eurobarómetro: Bulgaria es el único país de la UE donde hay más ciudadanos descontentos con su vida que felices, pero el 64% se muestran satisfechos con el hecho de vivir en el club europeo. Y, no obstante, en el seno de la Unión los búlgaros son los que menos europeos se sienten. Sus principales preocupaciones a escala nacional y comunitaria son el coste de la vida y la inmigración. Aun así, de entre las instituciones nacionales e internacionales, en la que más confían es en la Unión Europea, seguida por el ejército y la policía. Sin embargo, tan solo el 25% confían en el Gobierno nacional, y el 17% en el parlamento.

Bulgaria, el antiguo imperio que se enfrenta a la despoblación
Bulgaria es parte de la Unión Europea desde 2007, pero no del espacio Schengen o de la eurozona.

La desconfianza de los búlgaros hacia los poderes ejecutivo, legislativo y judicial debe ser vista a la luz de otro dato: Bulgaria es uno de los pocos países de Europa y del mundo en el que el voto es obligatorio. El sufragio obligatorio fue aprobado por el parlamento nacional en 2016 y se justificó desde el Gobierno como un intento de aumentar la participación de los búlgaros en el sistema democrático. Sin embargo, el Tribunal Constitucional del país declaró nulas, un año más tarde, las sanciones por no cumplir con el voto obligatorio, por lo que aquellos que se abstengan no pueden ser perseguidos por la ley.  

Para ampliar: “¿En qué países es el voto obligatorio?”, El Orden Mundial, 2019

Los avances en la protección de minorías, adoptados antes de la entrada de Bulgaria en la UE, supusieron una gran mejora para la población turca del país. A lo largo de los años siguientes, y bajo la supervisión del Consejo de Europa, se implementaron políticas sociales dirigidas hacia la comunidad gitana. Sin embargo, otras minorías se mantienen en un segundo plano, debido a que carecen de reconocimiento nacional. Es el caso de los macedonios y de los pomacos. Por otra parte, la creciente xenofobia y el antisemitismo agravan las dificultades que se presentan a las minorías. 

En el plano económico, Bulgaria cierra también los índices: es el país comunitario con el menor PIB per cápita y el salario mínimo más bajo. Aunque este dato sea negativo para los trabajadores búlgaros, la oferta de mano de obra barata atrae al país empresas internacionales. La captación de empresarios extranjeros es una de las prioridades del Gobierno. Pero, ¿es Bulgaria un país pobre? No tanto si se compara con el resto de los países de la península Balcánica: es el tercero en PIB per cápita después de Grecia y Rumanía. Además, a nivel comunitario, es el segundo país con el coste de vida más bajo.

Para ampliar: “Las minorías olvidadas de los Balcanes”, Pol Vila en El Orden Mundial, 2020

Destino de turistas, origen de migrantes

Pero hay algo en lo que Bulgaria es un país realmente rico: su naturaleza y el valor de su patrimonio histórico. La UNESCO reconoce diez lugares del país como patrimonio de la humanidad, de los cuales siete son culturales y tres naturales. Este dato, sumado a sus bajos precios, convierte a Bulgaria en un destino turístico cada vez más visitado.  

Mientras los turistas vienen, los búlgaros se van. El país ha mantenido una tasa de migración negativa desde 1989, cuando el bloque del este cayó y las fronteras del país dejaron de ser un obstáculo infranqueable. El número de búlgaros que han emigrado al extranjero supera a los inmigrantes que han llegado al país en más de un millón, y eso con una población de apenas siete millones. A ello se suma la bajada de la natalidad: el crecimiento natural es negativo desde la década de los 60 y hoy se producen catorce fallecimientos por cada ocho nacimientos. El resultado es rotundo: Bulgaria es el país que más rápidamente está perdiendo población a nivel mundial. Según las estimaciones de las Naciones Unidas, de no invertirse las cifras, Bulgaria perderá el 23% de su población actual para el año 2050.  

Los indicadores demográficos y económicos son claros: quedan lejos los días de la grandeza pasada de Bulgaria. Ya no es el imperio del hijo de Kubrat, ni tampoco un reino ansioso de territorios. El reto más agudo al que el país se enfrenta hoy es la desconfianza y la desilusión de sus ciudadanos, que, por otra parte, cada vez son menos. Su esperanza está puesta en la Unión Europea, y el Estado tendrá que hacer lo posible por avanzar en el camino de la integración.

Para ampliar: “El coste del envejecimiento poblacional” Gemma Roquet en El Orden Mundial, 2018

Bulgaria, el antiguo imperio que se enfrenta a la despoblación fue publicado en El Orden Mundial - EOM.


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