Con frecuencia, con demasiada frecuencia, por estos sitios también circula la desinformación con una pasmosa facilidad. Cualquiera puede lanzar una noticia falsa, cualquiera puede ofender, cualquiera hacer daño con total impunidad y de forma gratuita.
No tengo ni idea de si la creación de una suerte de ‘policía cibernética’ resolvería el problema, o si sería factible y aconsejable, pero mucho me temo que tanta desinformación puede acabar poniendo en riesgo la propia democracia. Las herramientas digitales son un gran invento, qué duda cabe, pero en manos de tantos desaprensivos, y no digamos de determinados grupos interesados, pueden acabar convirtiendo las redes en un estercolero. Si es que no lo son ya.La censura, obvio es decirlo, resulta intolerable en cualquier estado de derecho que se precie, pero lo que no se puede consentir son los contenidos de carácter criminal. En Alemania se han atrevido con una ‘Ley para mejorar la aplicación de la legislación en las redes sociales’ (NetzDG) con multas muy cuantiosas cuyo desarrollo habrá con examinar con interés.Si es correcto el dato de que dos de cada tres personas se informan a través de estos sitios, y si tenemos en cuenta que los bulos son compartidos hasta alcanzar una repercusión asombrosa, es evidente que tenemos un problema y no precisamente pequeño.Estas campañas de desinformación, en ocasiones perfectamente orquestadas, cuando persiguen desestabilizar Gobiernos, o simplemente manchar el buen nombre de alguien, son un ataque directo a la democracia. Comandos de trols, convenientemente adiestrados y agazapados, aguardan en sus trincheras para lanzarse al ataque mientras los Estados miran hacia otro lado. Como si la cosa no fuera con ellos.Por eso es tan urgente y necesario poner coto a tanta propaganda dañina, a tantos discursos de odio. Intercambiar opiniones con argumentos está bien y es muy sano; machacar a alguien desde el anonimato es tan fácil como frecuente. Y lo más asombroso es que hayamos asumido estos linchamientos digitales con tanta naturalidad.Si lo que somos es lo que se destila por las redes, es que algo estamos haciendo rematadamente mal. Por fortuna, siempre nos quedará el buen periodismo. Aunque, a decir verdad, tampoco estoy muy seguro.